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12-05-2015

“No veo sentido a las fronteras. Ni en el cine ni en nada”
 
Inquieto y curioso con los pies en el suelo. Extranjero de sueños. El galán de las noches en la pequeña pantalla esconde un discurso
 
 
FRANCISCO PASTOR
La combinación entre la sangre neozelandesa y una vida en España le convirtieron, de un día para otro, en el galán inglés de El tiempo entre costuras. Y de allí, al corazón de muchas y muchos jóvenes que, a veces, apartan al actor y preguntan por el caballero. “Josep Maria Pou me aconsejó que no diera entrevistas, que lo mejor es que nadie sepa quién soy. A veces me planteo cerrar mis perfiles en las redes sociales, pero nunca lo hago”, admite Peter Vives. A los 27 años, esa fama que le cogió desprevenido se va convirtiendo en trayectoria gracias a las noches de Velvet.
 
   Posando, el intérprete se divierte como un niño pequeño, y le cuesta resistirse a dar indicaciones al fotógrafo. Es su venganza ante un mundo en el que, como cuenta, a los artistas ya no se les piden autógrafos, sino selfies que muestran al público su imperfección. “Hemos desmitificado al actor”, apunta el barcelonés, que coquetea con el oficio desde la adolescencia y recuerda entre risas las anécdotas de su paso por telefilmes.
 
   En el verbo es él quien se deja llevar. Clama contra una cultura de la publicidad a la que, no lo oculta, cede algunos de sus rasgos más personales: la ropa con la que se deja ver en eventos o las marcas a las que menciona en Instagram. Eso es también de lo que vive entre rodaje y rodaje este seguidor de Juego de tronos que sueña con actuar para Tarantino o Scorsese.

– ¿Le buscan más como actor o como estrella?
¡Espero que me reclamen siempre como intérprete! Lo que he hecho ha gustado y no me puedo quejar. Desde que estoy en Madrid sí vivo más esa contrapartida de la fama, como los eventos o que la prensa rosa se interese por mi vida personal. Imagino que es el salto a la pantalla estatal, porque cuando estaba en La Riera [la serie de la televisión autonómica catalana] me iba del plató a casa tras acabar el rodaje. Ahora, si no tengo cuidado, paso más tiempo en las relaciones públicas que estudiando los guiones.

– ¿Con qué se queda de su paso por la ficción diaria?
En La Riera cogí tablas porque trabajé con mucha gente buena, como Mercedes Sampietro, pero también adquirí vicios. No tenemos tiempo para tratar bien el texto, y a la mínima que no nos equivoquemos en las palabras, la toma se da por buena. Aprendemos a resolver las situaciones con naturalidad, pero es lo opuesto al cine, donde tenemos más tiempo.

– Antes de ‘La Riera’ ya había actuado, incluso, frente a Julianne Moore. ¿Fue entonces cuando se sintió actor?
– Aquella película, Savage Grace (2007), fue mi tercera experiencia. Tenía 20 años, y aunque solo tenía que decir una frase, estaba muerto de miedo. Fue una emoción muy fuerte que inclinó la balanza: estudiaba Física y busqué una carrera que pudiera compaginar con Arte Dramático. Al final fue Psicología. Dicen que para triunfar tenemos que especializarnos mucho en algo. Y yo, al contrario, soy un poco bueno en todo. Pensé que actuando podría hacer cualquier cosa.
 
– ¿Lleva los estudios consigo cuando le toca preparar un papel?
– ¡Lo que aprendemos en Psicología no se puede sacar a escena! Es mucho más científico. Prefiero fijarme en andares, gestos, en momentos de la gente. O del cine: para mi Marcus Logan de El tiempo entre costuras me atiborrré a películas de Cary Grant y de la saga James Bond. Aunque cogiera gestos calcados, ya iban a darme un personaje diferente, puesto que soy otra persona. Y no hace falta tomar notas ni nada de eso: es una empatía que se interioriza sola.
 
– Su galán de ‘El tiempo entre costuras’ fue atípico: Adriana Ugarte distaba mucho de ser una dama en apuros.
Me tocó compartir escena con un personaje femenino muy fuerte, con una protagonista. Yo iba donde iba ella, ella llenaba la escena y yo seguía donde lo dejaba. Creo que me eligieron porque parecía inglés, por aquello de que mi madre es neozelandesa. ¡Me toman por un extranjero y llevo toda la vida en España! Mi galán de Águila Roja sí estuvo más cerca del villano: pasé de la teoría del teatro, de esforzarme por encontrar al personaje, a tener que aprender esgrima, coreografías con la espada o montar a caballo. Disfruté de verdad, fue un juego, como cuando era un niño. 

– ¿Qué se traería a España del celuloide que hacen en Nueva Zelanda?
Viajé a Oceanía este febrero por primera vez en 10 años. Allí está la mayor parte de mi familia, aunque no puedo decir que sea mi casa, porque es lo que está más lejos de ella. Admiro películas como Willow, A hole in the moon y Whale rider, pero no le veo sentido a las fronteras. Ni en el cine ni en nada. Si intentamos cambiar las cosas recaudando más impuestos directos, los ricos se llevan el dinero a otra parte. ¡Gerard Depardieu se marchó a Rusia! Aquí nos quedamos sin Juego de tronos por la política fiscal. Y según cuentan, cuando Sean Penn vino a rodar a Barcelona, casi nadie en la unidad española hablaba inglés. Es de locos.
 
– ¿Es una paradoja la idea de industria cultural?
El tiempo entre costuras, por ejemplo, es la serie más vendida en Asia. ¡Vete tú a saber qué sería de ella en Alemania, donde nos confunden con Grecia! Exportamos ficción a Italia o Sudamérica, rara vez al norte. Tenemos el talento, pero nos falta el dinero, que es importante en todo. No es que la industria cultural sea una paradoja, pero tampoco es libre: se llevan a cabo muchísimas piezas que no tratan sobre nada, simplemente porque se les supone un público abultado. Ojalá bastara tener algo que contar para esquivar el ánimo de lucro. ¡Cuántos textos que podrían cambiar el mundo estaremos dejando de lado!

– ¿Y cambiaría algo de su carrera y su profesión?
No trabajamos los mejores, eso está claro, y yo me he perdido las experiencias de quienes han empezado poco a poco. No me cambiaría por nadie, porque quizá hoy no comería, pero tendría otro tipo de fama. La actuación se puede trabajar, se puede mejorar. Pero el hecho de que yo interese a la gente no depende de mí. Una vez iba por la Gran Vía tapándome la cara con unas grandes gafas de sol y me encontré a Eduard Fernández, uno de los mejores intérpretes que se me vienen a la cabeza, que caminaba tan tranquilo y sin que nadie le molestara. Hemos de tener muy claro si queremos ser actores o famosos, porque son cosas muy distintas. 
 
– Ha declamado a Tennessee Williams. ¿Ni siquiera el teatro le reconcilia con ese oficio más alejado de la fama?
– Dicen que nos eleva más como actores, pero creo que no. Depende del proyecto más que del soporte. Es cierto que tenemos que estar conectados más tiempo, creérnoslo de verdad y salvar el texto sobre la marcha si nos liamos. También me gusta escuchar si el público va riéndose o no, y reconozco que no crea una fama inflada como la de los prime time. El teatro fue para mí como empezar a jugar delante de la gente, suponía una sensación totalmente nueva para alguien que era hijo único. Un día me di cuenta de que conseguía ser yo mismo ante de la mirada de los demás. Y de eso mismo me acordé más adelante, cuando leí que actuar es salir ahí fuera y decir la verdad. 

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