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05-12-2024

Pilar Ordóñez


“Todos mis personajes femeninos tienen que estar empoderados, de una manera u otra”

 

La actriz y escritora madrileña debuta tras la cámara con ‘Piezas’, nueve episodios en torno a relaciones tóxicas nacidos de sus muchos años impartiendo talleres de interpretación

EVA CRUZ (@evamasymas)

Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)

Se puede rastrear el origen de Piezas, el debut como directora de Pilar Ordóñez, hace una década, en aquella temporada que pasó en Nueva York en el año 2014. Allí siguió cursos con Susan Batson, entrenadora de estrellas como Nicole Kidman o Juliette Binoche, y, aunque ya llevaba muchos años ayudando a jóvenes actores a preparase pruebas de la Resad, aprendió mucho más sobre dirección de actores. En esa ciudad ya por entonces los actores grababan en vídeo sus propias pruebas para enviarlas a los directores de casting; incluso había una asignatura específica para ello que llamaban “Industry prep”. A su regreso a España, Pilar le propuso a su agencia, Doble M, desarrollar un taller inspirado en esas sesiones. Y aquella aventura duró nada menos que siete años.

 

“Entonces llegó el confinamiento. Y parecía que el taller se iba a acabar, porque estábamos todos encerrados en casa. Y yo me dije: ¿cómo que esto se va a acabar? Ahora vamos a hacerlo en línea. Mi experiencia en Nueva York me tenía súper preparada, además de que a mí la tecnología se me da muy bien”. Siempre había impartido clases sobre interpretación ante la cámara, pero además ahora podía ofrecer indicaciones técnicas: “La luz te está quemando por aquí, ahora ten cuidado con el plano, no te cortes… ¡Y aquello empezó a funcionar de puta madre!”. La tentación, al remitir la pesadilla pandémica, era volver al taller presencial, pero Pilar prefirió seguir en modo virtual porque para entonces disponía de actores y actrices no solo de distintas partes de España, sino de otros países de habla hispana.

 

 

– Empezamos a generar un montón de contenido. Y llegó un momento en que me dije: esto vamos a rodarlo.

 

Pero si buceamos un poco más en la biografía de Ordóñez (Madrid, 1963) podemos rastrear un origen que se remonta varias décadas más atrás. “Mi padre, Pablo Villamar, era dramaturgo y director de escena. Desde pequeños nos familiarizó a todos al escenario. Yo me subí con ocho años y no me volví a bajar nunca más. Por si fuera poco, era la hermana mayor de diez hermanos y me pasé la infancia dirigiéndolos a todos”. Normal que tuviera siempre un ojo puesto tanto en dirigir como en escribir su propio material (como ha hecho, con gran éxito, en espectáculos como Miss Tupper Sex) una vez que tuvo claro que sería actriz. “Soy la única de mis hermanos que ha terminado dedicándose a esto al cien por cien. Este es mi oficio y, sin ser Penélope Cruz, he conseguido pertenecer a ese ocho por ciento de los actores españoles que viven de esto”, admite.

 

Esa película en cuestión, Piezas, es una colección de escenas breves y muy intensas coescritas con cada uno de sus actores, escogidos a partir de las formaciones que Pilar lleva años impartiendo. “Yo les decía: ‘Cada uno, que diga un tema del que quiera hablar’, pero luego la verdad es que yo me los llevaba a mi terreno, a los temas que a mí me interesaban, muchos de ellos relacionados con la política social”.

 



 

Por ejemplo, en una de las escenas una joven recibe una llamada mientras está en la ducha. No la han elegido para un casting y ella se desespera hablando con su madre, revelando tanto la relación tóxica que las une como los problemas de salud mental que desarrollan muchas jóvenes actrices y modelos presionadas por mantener un físico escuálido. En este caso, la actriz Natalia Llorente quería hablar de su sueño de ser actriz. “Me presentó uno de los ejercicios que yo mandaba. Lo había grabado desnuda, en el baño. Pero lejos de mostrar un cuerpo sexual, el suyo más bien parecía enfermo. Y le dije: ‘tú vas a hablar de la anorexia. Venga, vamos a empezar a investigar”.

 

Las madres como pesadilla

No es la única relación tóxica con una madre que aparece en Piezas. Encontramos mujeres pasivo-agresivas, narcisistas, maltratadoras o victimistas (la expresión “todo me pasa a mí” la repiten dos de ellas), unas madres-pesadilla que producen, en algunos casos, un malestar moral y psicológico muy cercano al terror. “La verdad del cuento es que yo tengo una relación muy tóxica con mi madre, y de ahí he ido extrayendo las diferentes cosas”, admite la autora. Uno de los traumas que Pilar explora en Piezas, en una escena durísima de ver, fue un episodio que le sucedió con su hermana pequeña cuando ella era adolescente, estaba a cargo de la bebé y casi la mata sin querer. “El mayor de los diez hermanos es un chico que no hacía nada, porque la educación entonces era súper machista. Todavía hoy me peleo con mi madre hablando de feminismo. El caso es que ella se marchaba de viaje con mi padre y me dejaba a mí a cargo de todos. Fui una madre prematura, y por eso nunca he querido tener hijos”. Y reflexiona: “La diferencia entre un psicólogo y una clase de interpretación es que, cuando tú vas al psicólogo a soltar toda tu mierda, te quedas relajado. Cuando vas a la clase de interpretación, yo hago arte con tu mierda o con la de todos”. Es una manera de exhibir buen humor a partir de una de las peores experiencias de su vida. “Suelo explicar que Piezas son nueve relaciones tóxicas en plano secuencia”.

 

 

También ha sido importante para ella en este largometraje subvertir los roles: no presentar a las mujeres sistemáticamente como víctimas sin capacidad de respuesta, sino como agentes también de maltrato y, sobre todo, como sujetos con dignidad. “Por eso tengo el sello especial Fomento Igualdad de Género. Todas mis mujeres tienen que estar empoderadas de una manera o de otra”.

 

Solo el primer episodio de Piezas está protagonizado por un hombre, el actor argentino Ariel Castro, en la piel de un actor español que se gana la vida como cocinero y se jacta de poder actuar con cualquier acento porque “es la hostia”. Esta es su pequeña venganza contra los actores ególatras con los que ha coincidido a lo largo de su carrera, “gente que no rodaba si no le daban su albornoz o le preparaban dos huevos fritos”. Porque, si algo ha aprendido dirigiendo su primera película, es a tener en mucho mejor consideración a los productores. “Me he hecho un máster de producción y ahora mismo a todos los productores los admiro. De verdad que yo no me he quejado nunca, pero ahora me quejaré aún menos…”.

 

 

Piezas es también una carta de amor a una profesión difícil, en la medida en que se depende de la mirada de los demás, muy obsesiva, aunque también se lidia con “muchísima tontería”. Y desvela: “En mis talleres, en cuanto me encuentro con alguien que tiene ego, siento que no puedo trabajar con él o ella, aunque sea muy joven. Los tengo ideologizados: qué tontería más grande me estás contando, no me vengas con ese rollo. O sea: fuera ego. No puedo trabajar con quien no sea majo, y en mi vida personal me pasa lo mismo. Yo estoy dentro de la profesión, me he criado entre bastidores, pero no me tomo copas con actores y directores. No quiero estar en un photocall con esa gente que anda mirando más allá de ti a ver si ve a alguien más importante que tú”.

 

Autosuficientes en el Sáhara

Como buen examen de ego, Pilar recuerda su trabajo con el Festival de Cine del Sáhara. “Yo solamente llamaba a actores, actrices, directores o directoras, que supieran correr. No hay coche de producción, nadie te va a buscar, nadie te va a despertar, nadie va a hacer nada por ti y todo lo tienes que hacer tú. Y además, vas a dormir en el suelo y vas a cagar en un hueco. Y vendiendo así la moto hay muchos que te dicen que no. Por ejemplo, Almodóvar me dijo: ‘Pilar, me encantaría, pero no puedo. O sea, me siento incapacitado para hacerlo’. Pero me he llevado a Lola Herrera, Mónica Randall, a Gemma Cuervo, a la Sardá, a Bardem… Todos ellos despojados del ego, porque ahí el ego no vale para nada”.

 



 

Los festivales han sido, por ahora, el destino de este primer largometraje, rodado por las mañanas porque, con un presupuesto total de 150.000 euros, no había dinero para dar de comer al equipo (“iba por la mañana a la frutería y compraba una gran cesta de fruta para que no se me desmayara la gente. Rodábamos cada escena del tirón y la repetíamos hasta 12 veces. La última solía ser la mejor”). Ordóñez ha ido aprendiendo sobre la marcha: el ajuste de color (ojo al juego con las luces azuladas y las cálidas que presenta la peli), el montaje de sonido, los montadores que te secuestran la película (sí: eso también le sucedió), la aventura de la postproducción… y, sobre todo, el drama de la distribución. “Si tú andas por los 23 años y eres un chico, te consideran un talento emergente. Pero si eres una mujer y de mediana edad, que a lo tonto yo he cumplido ya 61 años, entonces nadie te produce. Tuve que crear mi propia productora. Luego te dicen: ‘Bueno, te la distribuimos si hace ruido en festivales’. Y en esas que sumamos 20 selecciones oficiales, de las que hemos obtenido nueve premios y dos menciones de honor”.

 

Le reconforta haberse comunicado tan bien con espectadores de festivales en lugares tan distantes como la India, Pakistán, Malasia, Sudáfrica o Moscú. Pero le duele que en España solo le hayan abierto las puertas en primera instancia en el festival de Calella. “Lo de que sea el único festival español, con tantos otros de fuera donde sí hemos obtenido presencia, me deja pensando”.

 

Pero Pilar Ordóñez no es mucho de limitarse a la reflexión y no hacer nada. Su temperamento no parece muy dado a la melancolía. En seguida aflora la fuerza de esa actriz, escritora, directora y líder de un talentoso grupo de actores jóvenes que se ha echado su propia carrera a la espalda: con los Goya, los Forqué, los Gaudí (su productora es catalana) o la Unión de Actores, va “a muerte”. “Necesito que la gente me vea como directora novel. Porque si eres Paz Vega, te van a ver. Pero si no eres Paz Vega, tienes que ser machacona, machacona, machacona”.

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