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18-06-2015

 
Raquel Infante


“Los actores trabajamos con el arma
de la experiencia”
 
 
TOÑO FRAGUAS
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Su carrera va para las dos décadas, pero todavía, afirma, no ha llegado su gran papel. “Me gustaría un completito: tragicomedia, que tenga drama, comedia y que se pueda cantar”, señala Raquel Infante (Málaga, 1975). Muy conocida en Andalucía gracias a series como Plaza alta y, sobre todo, por su papel de Sole en Arrayán, a esta mujer dicharachera y risueña no la calla ni el hilo musical atronador ni una aspiradora a todo trapo en la cafetería del madrileño Hotel de las Letras. Desde muy pequeña aprendió a hacerse notar y tuvo claro que lo suyo era el artisteo. Y así se lo hizo saber a sus padres, que regentaban una clínica de estética en Málaga. En realidad se apellida Infantes −suprimió la ese final para darle más fuerza al apellido−, se sacó el título de esteticién y llegó a trabajar en El Corte Inglés, pero en cuanto vio la oportunidad de vivir de las tablas se lanzó. Se siente orgullosa de sus raíces y de su acento: solo lo esconde si el guion lo exige, como en el caso de Garantía personal, un thriller rural dirigido por Rodrigo Rivas y pendiente de estreno. A Infante, sin embargo, la hemos visto más en la tele, en series como Aída, Sin tetas no hay paraíso, El secreto de Puente Viejo y Amar es para siempre. Pero la pantalla se le queda pequeña, porque su sueño tiene tres dimensiones: un espectáculo propio, en directo, escrito y dirigido por ella, en el que contar cosas que lleguen de verdad a la gente. Así de simple, así de complejo.
 
 
 

 
 
– ¿Cuándo supo que quería ser actriz?
– Con tres añitos ya lo tenía clarísimo. Yo veía la tele y decía: eso quiero ser yo. Me vestía, cantaba en las comuniones, me subía encima de la mesa… En el instituto hacía teatro y el profesor llamó a mis padres y les dijo que tenía mucho talento, que apostaran por mí. Mis padres me dijeron que vale, pero que primero tenía que trabajar con ellos. Un día, en 1992, con 17 años, una amiga se vino a la clínica para que le hiciera las uñas. Me dijo que había un casting para una compañía, Acuario Teatro. Se presentaron cientos de niñas y me lo llevé yo. Estuve tres años en la compañía por toda España con un espectáculo infantil. Nos llamaban para cantar, bailar y sobre todo para hacer clown. En aquella época cobraba 10.000 pesetas por función [60 euros]. Un mes de agosto gané 300.000 pesetas [1.800 euros]. ¡Hoy en día sería imposible!
 
– Y el salto a la tele ¿cómo fue?
– Yo estaba en Madrid y una amiga me dijo: por tu tierra se va a hacer una serie nueva. Era Plaza alta, iban a hacer casting en Madrid y en Málaga. Era 1998 y pensé: ¿qué hago yo en Madrid? En vez de hacer la prueba aquí, que me siento pequeñita, decidí hacerla en mi tierra, que allí piso más fuerte. Y me cogieron.
 
– ¿Le gusta la tele o no queda otra?
– Lo malo de la tele es que no hay tiempo: no te puedes preparar el papel. Tienes que ser una persona muy resolutiva, vas muy rápido, a lo que te funciona. A la segunda toma, ¡vamos que nos vamos! Todo el mundo quiere irse a casa a su hora. Pero uno sabe que le podría salir mucho mejor si pudiera tener su tiempo. Aunque seas protagonista solo se debate sobre el personaje los primeros días. A veces si cambia el realizador (yen las series diarias puede haber tres o cuatro) me veo llorando en cuatro capítulos seguidos. ¡Por favor, si es que voy al supermercado a comprar un salchichón y lloro!
 
 
 

 
 
– En Andalucía, a los 20 años, usted era todo un fenómeno mediático. ¿Cómo se vive la fama a esas edades?
– Mis amigas acabaron un poco hartas de mí porque no se podía ir conmigo a ninguna parte. Todo el mundo me hablaba y me saludaba por la calle. Afortunadamente fue una cosa efímera. Los hombres lo pasan peor: un Hugo Silva, un Mario Casas… Las que se vuelven locas son las niñas. Yo eso no lo quiero para mí ni para nadie. Con las mujeres es distinto: no tenemos a los niños de 14 años con las carpetas esperándonos en la calle.
 
– Quizá no añore esa fama, pero ¿y los papeles de protagonista en series de televisión?
– ¡Uf! Ya lo he vivido: es no tener vida. Ahora soy más práctica, tengo más ganas de estar con mis amigos y mi familia. Me encanta mi profesión, pero la felicidad está en otro lado.
 
– ¿Y en cine o teatro?
– Me apetece mucho ser protagonista en cine y también estoy loca por hacer teatro. Soy carne de teatro y sé que algún día lo haré en Madrid.
 
– ¿Se ve en el Festival de Mérida?
– También, pero yo soy más de comedia, quiero pasármelo bien.
 
 

 
 
– Este año ha presentado en Canal Sur el programa de humor ‘Tiene gracia’. ¿Como presentadora también interpreta?
– No, intento ser yo al cien por cien. Ahora me encuentro en un momento de mi vida que creo en mí. Me digo: no te juzgues más, tú puedes hacerlo. Con mi amigo Asier Etxeandía lo hablo mucho. Me considero artista, no solo actriz ni solo cantante. Tengo compañeros que dicen que jamás presentarán o harán monólogos. Y no es pureza, es puro miedo. No me quiero quedar simplemente con ser actriz. Tengo poca vergüenza, yo me quiero lanzar. Por ejemplo, de presentadora me veo. No del Telediario, eso sí…
 
– Pues yo creo que el Telediario lo haría usted bien.
– ¡Uy, no! Se me notaría el cabreo o la risa. Este país es para reírse, porque si uno no se ríe le puede dar por ahogar y matar a alguien…
 
– ¿Sus grandes referentes tienen que ver con el mundo del espectáculo? ¿Quién es su faro, su guía?
– Mi madre, sin ninguna duda. No es famosa, pero si se hubiera dedicado hubiera sido un bombazo. Siempre tiene una fuerza superior… Hoy en día disponemos de más tiempo para ver si estamos bien o mal, para psicólogos y paracetamoles, pero antes no tenías un segundo ni para pensar qué te pasaba. Mi madre es de esa gente que no se para, con sus hijos, sus hermanos, con su gente. Una tía luchadora. Y encima tú la ves y es como una estrella de Hollywood, rubia, se arregla... Entra en un sitio y llama la atención nada más que por la actitud, y nadie sabe por lo que ha pasado esa mujer.
 
– ¿Y del mundo de la actuación?
– Amo a Asier Etxeandía. Lo veo como un actor muy completo. Ha hecho de todo: cabaret, televisión... Yo lo veo en El intérprete y muero. Ese espectáculo es él, su esencia. Yo quiero hacer también mi propio espectáculo, pero estoy más perdida que el barco del arroz. Porque no sé encontrar el hilo conductor y tengo muchas cosas que decir. Quiero decir cosas que le lleguen de verdad a la gente, con su poco de humor, de cantar… Tengo esa espinita ahí y algún día lo haré.
 
 

 
 
– ¿Su acento andaluz le ha beneficiado o perjudicado?
– Las dos cosas. El último año de Arrayán los productores nos pusieron a hablar con acento de Castilla porque querían vender la serie “por arriba”. Yo no he podido hacer a una abogada andaluza… ¡Como si no hubiera abogadas en Andalucía! Creo que se me entiende y siempre que puedo trabajar en andaluz lo prefiero, porque voy a dar mucho más de mí, voy a dar más verdad. En Garantía personal, sin embargo, tengo acento de Castilla. Y fíjate que muchísimos colegas míos han perdido el acento. Es una opción personal: quizá les vaya a dar más trabajo, pero eso no va conmigo.
 

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