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15-03-2022


RICARDO GÓMEZ

“Mi obsesión de estos años es intentar olvidarme de la técnica y agarrarme a las tripas”

 

 

Aprendió este oficio ejerciéndolo desde pequeño en ese “gimnasio maravilloso” de ‘Cuéntame’. Esa serie le brindó una formación sin prisas y le guareció en la difícil transición de la adolescencia. Pero no lo tenía todo hecho cuando se marchó: le esperaba el camino inverso, de la práctica a la teoría, la necesidad de soltar vicios adquiridos por el ritmo televisivo. La profesión esperaba expectante al nuevo Ricardo. Hoy quedan atrás la presión autoimpuesta y aquel miedo a equivocarse en los inicios de su etapa adulta. Por eso no busca cosas sencillas: prefiere personajes que aparentemente le vengan grandes, le importa más el proceso de descubrirse capaz que el resultado



JUAN FERNÁNDEZ

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

El who is who de la profesión está repleto de estrellas de hoy y de ayer que a la edad actual de Ricardo Gómez (Madrid, 1994) dudaban de la solidez de sus vocaciones. Pero él atesora a sus 27 años la experiencia y el dominio propios de los grandes veteranos. 17 años creciendo entre focos, cámaras y decorados al ritmo de Carlitos, el benjamín de Cuéntame, cunden mucho si se saben aprovechar. Y él ha sabido. En 2018 tomó la decisión más trascendental de su joven pero ya larga carrera: dejar la serie que le reveló un oficio y le descubrió al público para buscar otros personajes, escenarios y sets de rodaje.

 

   Era arriesgado aquel salto, pero hoy sabe que no era un salto al vacío, sino el que tocaba en aquel preciso momento. Desde que abandonó la popular serie de TVE no ha parado de encadenar trabajos. Se ha ejercitado sobre las tablas con obras como Rojo, Mammón (premio Fotogramas de Plata) y El hombre almohada (que seguirá llevando a escena hasta el mes de mayo); ha participado en la serie Vivir sin permiso (Telecinco); y se ha hecho a los ritmos del cine en películas como Mía y Moi, Donde caben dos y El sustituto (que le ha valido una nominación a los premios Feroz en calidad de actor protagonista). Pero, sobre todo, ha confirmado que hace tres años acertó cuando se dejó guiar por su instinto. Había vida, mucha vida, lejos de San Genaro, el barrio de Cuéntame

 

– Hay pocos casos como el suyo.

– Lo sé. Para mí no tiene nada de especial, porque es mi historia y la he vivido desde la normalidad, pero sé que no es muy habitual que alguien empiece a interpretar personajes a los siete años y dos décadas más tarde se dedique a lo mismo. Las transformaciones que experimentas en ese tiempo lo cambian todo. Hay críos que hacen muchas series y películas hasta los 12 porque tienen una cara o un encanto infantil ideales para ese tipo de papeles, pero luego llega la pubertad y ellos ya no son los mismos ni tampoco los personajes que les ofrecen. Yo llevo 21 años trabajando ininterrumpidamente, y eso tampoco resulta muy frecuente en un oficio que es tan inestable.

 

– ¿Cómo vive esa rareza?

– Con un enorme sentimiento de gratitud. He tenido la suerte de participar en una serie que se ha mantenido en antena durante mucho tiempo y que me ha dado la oportunidad de crecer. Si Cuéntame se hubiese terminado cuando yo tenía 12 o 14 años, seguramente mi presente sería muy diferente. 

 

– ¿Quizá no estaríamos haciendo esta entrevista?

– Quién sabe. Lo que sé es que, si hubiera seguido en este oficio, en ese caso lo habría tenido mucho más difícil y la experiencia habría sido mucho más frustrante. Gracias a Cuéntame hice una transición muy complicada en la vida del actor, la de la edad de la adolescencia, en la que no abundan los personajes. Tuve la fortuna de que la serie continuó de manera ininterrumpida, y en ella pude cumplir los 18, los 19, los 20… Lo mío ha sido un aprendizaje como intérprete y como persona a largo plazo, poco a poco. Por suerte para mí, nadie tuvo la prisa de enseñármelo todo en un año, ni yo de aprenderlo corriendo. He tenido 17 años de formación, un lujo.



– Lo que aprendió en todo ese tiempo no se enseña en las escuelas de interpretación.

– Tengo el máximo respeto por las escuelas. En esos años aproveché los intervalos sin grabaciones para hacer cursos con diferentes maestros en diferentes escuelas. Me interesa la formación, pero uno no puede luchar contra su destino, y el mío ha sido aprender haciendo. No es ni bueno ni malo, simplemente es lo que me ha tocado. Tan importantes son las escuelas como lo es tener la oportunidad de desarrollarte en la profesión. A veces, toda la teoría que aprendes en la escuela se ve engullida por los mecanismos de un set de rodaje, un sitio hostil sometido a los ritmos de la industria.

 

– Usted empezó directamente con las prácticas.

– Sí, digamos que me salté la teoría y la aprendí mientras interpretaba. No digo que en este oficio la teoría valga menos. Qué va, al contrario. De hecho, yo he tenido que hacer el camino al revés, con los años me ha tocado reaprender cosas que había puesto en práctica sin que nadie me las explicara. Lo mío han sido muchos años de formación, pero también de deformación.

 

– ¿Tiene esa sensación?

– Es una certeza. La tele que se hace hoy es muy diferente a la que se hacía cuando yo empecé. Por medios, tiempos y cuidado de los detalles, ahora las series se ruedan con planteamientos cinematográficos. En la tele que yo conocí hacíamos 19 episodios cada temporada y nos daban los capítulos un miércoles para grabarlos el martes siguiente. Lo bueno de eso es que te obliga a estar preparado para resolver escenas sobre la marcha. En ese sentido, aquella tele era un gimnasio maravilloso para mantenerte en forma. Pero debías estar muy atento para que ese ritmo no te hiciera adquirir vicios nocivos.

 

– ¿Cómo cuáles?

– A ese ritmo terminas desarrollando una capacidad resolutiva muy alta. Y eso está bien porque te ayuda a sobrevivir, pero luego, en otro tipo de trabajos, me he dado cuenta de que tendía a tomar la decisión más fácil y rápida para resolver la escena cuanto antes, que acercaba el problema que me planteaban a mi terreno en vez de acercarme yo al problema. Eso me ha obligado a resetear mi forma de trabajar.

 

– ¿Y desaprender lo aprendido?

– En cierto modo, sí. Cuando me veo en un set de rodaje, siento que soy excesivamente técnico, que tengo la técnica muy integrada. Como si formase parte de mí. Muchos dirán que eso no es malo, y es verdad, pero todos sabemos que este trabajo no consiste solo en eso. Mi obsesión de estos últimos años, en la que sigo trabajando a día de hoy, es intentar olvidarme de la técnica y agarrarme a las tripas.



– ¿Es como empezar otra carrera?

– No, sería injusto decir eso. Al empezar una carrera partes de cero. Y ese no es mi caso. Yo llegaba con muchas ventajas. Traía seguridad en mí mismo, muchas experiencias y el conocimiento de la técnica. Pero también llegaba con un hándicap del que era muy consciente: que la gente me situara en un lugar muy concreto cuando me viera. Y que pensaran: “Ah, sí, este es el chaval de Cuéntame, a ver cómo lo hace”.

 

– ¿Sentía que tenía que demostrar algo?

– Cuando salí de la serie y me enfrenté a mi primer trabajo, confieso que no pude evitar decirme: “Cuidado, Ricardo. Aquí hay 80 personas que no conoces ni te conocen, te están analizando y pueden acabar pensando que deberían haber escogido a otro para este papel”. Pero aquellos eran solo mis demonios, mis fantasmas. Seguramente, ninguno de los que había allí pensaba eso, era yo el que se ponía la presión extra de tener que demostrar, el único que creía que se la jugaba y que podía cagarla en cualquier momento. 

 

– ¿Sigue pensando eso?

– No, en absoluto. No tengo que demostrarle nada a nadie. Pero no lo digo en tono soberbio, sino teniendo claro que esta profesión no va de demostrar, va de pasártelo lo mejor que puedas cuando tienes la oportunidad de trabajar. Y no hay más. Al entender eso, me relajé. Me dije: “Disfruta y haz lo que siempre has hecho, pero ahora con otros compañeros distintos”. Y eso he hecho. Mi mayor motivación ahora es encontrarme con un director que no conozca y decirle: “Me pongo en tus manos. No sé cuál es tu imaginario, pero me dispongo a vivir contigo experiencias nuevas”

 

– ¿Tiene hambre de gente? Quiero decir, de realizadores, equipos y compañeros de reparto con los que aún no haya trabajado.

– Cuando dejé Cuéntame me sentía como el que ha salido de una relación de 17 años. Si a los 23 años te encuentras en esa situación, lo que más deseas es conocer gente nueva, probar cosas que no hayas hecho. Sí, tengo hambre de todo eso. Y de explorar. La suerte es que me queda mucho que explorar. Es como cuando conoces a alguien que no ha visto El Padrino y le miras mientras piensas: “Qué suerte verlo por primera vez y descubrir lo que vas a descubrir”. 

 

– ¿Cómo se ha sentido en esos nuevos proyectos, dentro de esos nuevos equipos?

– Me llama mucho la atención descubrir los brazos abiertos con los que me han recibido. Tras dar el salto que di, es como si hubiera caído sobre una red de personas que me decían: “Bienvenido, Ricardo, te conocemos desde hace mucho tiempo y estábamos esperándote”. David Serrano, José Carlos Plaza, Peris-Mencheta, Nao Albet, Marcel Borràs, Borja de la Vega, Óscar Aibar, Paco Caballero, Carlota González-Adrio… No quisiera dejarme ningún nombre, porque toda la gente con la que he trabajado en estos tres años ha querido meterse conmigo en el fango y acompañarme en este momento de riesgo que estaba viviendo. También he percibido mucho respeto hacia mi trabajo en Cuéntame, un respeto del que no era consciente cuando estaba en la serie. 

 

– En su opinión, este oficio consiste en pasárselo bien cuando se tiene la oportunidad de trabajar. ¿Ha disfrutado en este último trienio?

– Muchísimo. Y también he sufrido, pero en eso consiste también esta profesión. De hecho, lo que más me motiva en este momento es empezar un proyecto pensando que seré incapaz de hacerlo. Ese mariposeo que sientes en la boca del estómago cuando crees que el papel te viene grande es el que me anima a intentarlo. Cuando Óscar Aibar me mandó el guion de El sustituto, la última película que he estrenado, mi primera reacción fue decirle que debía elegir a otro actor, porque yo no me veía dando vida a Andrés, el personaje que protagoniza la historia. Me volvió a pasar otra vez con La casa entre los cactus, la última película que he rodado. A veces, en el rodaje no sabía quién era, qué hacía, hasta que por fin le dije a la directora, Carlota González-Adrio: “Confío en ti, haz conmigo lo que quieras, vamos adelante”.

 

–¿Llegan a intimidarle estos retos?

– No. En este momento no siento la presión ni el ansia por hacer las cosas bien. Lo que más me apetece es remangarme, sentir esa sensación de inseguridad que da creer que el personaje es inabarcable y vivir el proceso de hacerlo mío. Por supuesto, quiero hacerlo bien, y sé que puedo, pero me interesa más el camino que me lleva hasta ahí que el resultado



– ¿Esto es más divertido de lo que habría sido rodar otra temporada más de Cuéntame?

– Es más emocionante. En realidad, yo siempre me divierto trabajando. Un día en un set de rodaje suele ser un buen día. También los tengo malos, y hay veces que preferiría no haberme levantado de la cama, pero en el 95 por ciento de las ocasiones me siento mejor allí que en cualquier otro lugar. El teatro me impone más respeto, pero el set lo considero mi hábitat. Es un lugar hostil lleno de gente que va a dar el máximo y en el que a veces se producen roces y frustraciones, pero lo siento como si fuera mi casa. He crecido en él. 

 

– ¿Qué ha descubierto sobre la interpretación en esta nueva etapa?

– Más que descubrir, he confirmado cosas que ya sabía. Sí me gustaría remarcar una: lo más importante del trabajo de los actores es la historia que contamos. Sin un buen guion, nada se puede hacer, está por encima de todo en esta profesión. Por eso quiero reivindicar la figura del guionista, que suele estar en la sombra. Creo que es la primera persona a la que deberíamos besar cuando llegamos a un set o a un teatro y la última a la que tendríamos que abrazar cuando nos vamos. 

 

– Si hoy pudiera tomarse un café con el Ricardo que tres años atrás decidió dejar Cuéntame, ¿qué le diría?

– Que esté tranquilo. Se irán esos nervios, esa angustia, esa cabeza que tiene, que a veces no le deja dormir. Que escuche a la gente que tiene a su alrededor, a la gente que le quiere y le apoya. Y que confíe.

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