twitter instagram facebook
Versión imprimir
25-01-2018

 
Roberto Álamo
 
“Soy actor
por la necesidad 
de ser amado”
 
Pese a atesorar dos Goyas y premios teatrales de prestigio, en el diccionario de este genio con espíritu humilde aparecen como sinónimos los términos actor y perdedor. Porque se deja parte de su vida ante los demás por ese desastre emocional de trabajar desde la verdad  


INMACULADA RUIZ
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
La mañana es soleada y fría. Voy a entrevistar a un actor imponente, con dos Goyas y un premio Max de teatro en su solapa. Lo llevo todo bien preparado. Roberto Álamo se presenta en el concurrido café oculto tras una gorra de visera y unas gafas de sol. Se sienta, pide un colacao con churros. Y con educada contundencia se escapa aún más con una advertencia: “Odio las entrevistas, no me gustan nada, no creo que tenga nada especialmente interesante que decir por el mero hecho de ser un personaje público. Cada vez me interesan menos esas cosas, prefiero preguntarte yo a ti”. Con mucho teatro, cierro el cuaderno con mi lista de preguntas, guardo el bolígrafo y decido no sacar mi grabadora de periodista del bolso: “Está bien, no hagamos una entrevista, solo conversemos”, le respondo. Me parece más cordial registrar la charla en mi móvil, situado sobre la mesa cerca del suyo. Se aproxima al aparato y coloca con gravedad su voz rotunda: “Hola, hola, probando, probando, Roberto Áaaalaaaamoooo”. Interpela, se pregunta y se responde a sí mismo, susurra, toca, mastica, atiende a todas las mujeres que se le acercan en busca de una foto con él, gesticula, bebe, seduce, se emociona. Se emociona mucho a veces. Yo me dejo llevar por él en esta suerte de performance improvisada, de ficción sin guion, una conversación entre amigos que en realidad está siendo una entrevista. O viceversa.
 
– Al minuto de estar con usted, una ya se siente delante de un actor vocacional, orgánico, no casual. A saber de dónde le viene...
– Pues de familia, no. Me he dado cuenta de que, aunque suene repipi, viene de una necesidad de ser amado, de ser aceptado, de ser visto... Creo que eso es una necesidad primaria de todos los seres humanos. Y el de actor es uno de los trabajos donde eres más visto, deseado, admirado… Si tienes suerte y trabajas, claro. Pero era el camino más directo. La pregunta ahora sería: “¿No te sentías amado cuando eras pequeño?”. Pues seguramente sí, aunque había… no sé… tal vez lagunas afectivas.
 
 

 
 
– También es necesario para este oficio un componente exhibicionista.
– Posiblemente, claro que sí, unos más que otros, pero todos tenemos una parte exhibicionista.
 
– Resulta llamativo que la interpretación requiera de esa necesidad de mostrarse y que la mayoría de los actores se consideren tímidos.
– Sí, sí. Yo lo soy. Totalmente. Pero de una timidez infernal… Ahora puedo hablar contigo aquí y estar escuchándote durante horas. Sin embargo, cuando hay cuatro personas, es difícil que yo hable. No sé por qué. Quizás un psicoanalista perspicaz me lo diría.
 
– ¿Hace algún tipo de terapia?
– No. La mayoría de la gente del cine se ha tratado psicológicamente. Yo no lo he hecho nunca. Jamás.
 
– Puede que su terapia sea el trabajo...
– Es muy posible. Siempre lo hablaba con Alberto San Juan y coincidíamos en que somos actores por tener ciertas carencias, en la idea de que actuar es una catarsis.
 
 

 
 
– ¿Cómo decide aceptar un papel?
– El primer criterio es el de abrir la app del banco. Miro y pienso [coge el móvil y actúa]: “Uy, este mes no llego. ¿Qué hay? Pues esto. Uf, es duro... ¿Acabará con mi carrera? Probablemente sí. ¿Puedo esperar otro mes más? No, tengo familia. Venga, lo hago”. Y como en este colectivo no hay ricos, excepto algunos que han trabajado fuera, hay que trabajar en lo que te den. En los últimos dos años he tenido la fortuna de poder elegir.
 
– ¿Qué no haría a pesar de los números rojos?
– Algo que considere que no es ético o moral o que no me emocione.
 
– Como espectador, ¿le emociona más el cine o el teatro?
– El cine. Porque soy actor, y el teatro requiere una técnica que tienes que dominar maravillosamente bien, te obliga a colocar la voz para llegar a la última fila y ser real, resultar natural. Pero no todos los intérpretes la controlan, y lo paso fatal cuando voy al teatro y veo que no se domina eso, me agobio.
 
– ¿Y como actor, qué disfruta más?
– Me gusta más hacer teatro que cine. Estás ahí subido con tu cuerpo, con tu voz, con tus emociones, con tu corazón, delante de mucha gente, sintiendo la respiración del espectador, sus emociones, su llanto, su risa. Y eso es diario. El cine mola verlo, pero haces la película y ocho meses después, cuando ni ella ni el propio personaje forman parte de tu vida, vas a un sitio lleno de gente gritando, con cámaras y una alfombra roja, te visten con un traje y ves algo que ha quedado muy atrás para ti. Llegas y la gente te mira, pasas y ves la peli. Si te gusta, es guay, la gente te dice: “Enhorabuena, estás genial”. Y tú das las gracias mientras vas abriéndote paso para pedir un taxi hacia tu casa. Y eso en el mejor de los casos, que es que cuando te gusta la película. Si no es así, algo que sucede muchas veces, el trayecto desde la butaca hasta el taxi se hace mucho más difícil, quieres pasar de ese rollo porque ves el gesto en la cara de la gente aunque te estén diciendo que la película está muy bien. Prefiero el teatro, donde puedo elegir y creo que elijo bien, emociono al público. Y que te aplaudan y te den un abrazo…
 
 

 
 
– El abrazo del público, otra vez las necesidades afectivas…
– Pero mira, hace unas semanas recibí un texto, no recuerdo el autor, que decía que el actor es siempre un perdedor. Siempre. Y estoy totalmente de acuerdo.
 
– Explíqueme eso.
– Por lo que te dejas en el camino si trabajas desde lo tuyo, como a mí me enseñó Cristina Rota, si trabajas buscando tu verdad, tus zonas oscuras y claras, ese abrirte en canal y sacar… Independientemente de lo que cobres. Somos como los poetas, yo siempre digo que como los poetas, esa búsqueda de no mentir… Cuando llevas años trabajando en ese lugar emocional, sobre todo en algunos dramas, no hay dinero suficiente que pague eso. Ni millones de euros pagan ese desgaste, ese desastre emocional…
 
– ¿Sufre actuando?
– No. No me gusta sufrir ni sufro trabajando. Aunque remuevo y siento muchas cosas, sobre todo si te tocan tantos dramas y esos personajes que a mí me han tocado. Da igual que con eso te hagas millonario o no, algo que desde luego en España es imposible, pero pones en la balanza semejante desgaste y siempre pierdes. Porque tú sueltas eso y no lo recuperas. Te repones físicamente descansando, pero… ¡ay, amiga! El bamboleo que le has dado a esto y esto [se toca el corazón y la cabeza] queda ahí, para bien, espero también que para bien del espectador. Pero coño, es un desgaste.
 
– Un desgaste que al final le deja un buen poso.
– Sí. Pero tiene un coste alto. Hay una entrevista de Marlon Brando donde explicaba bien esto. Puedes estar o no de acuerdo, yo no digo que sea la verdad, solo digo que a mí me pasa eso ahora. Él explica que en un momento de su carrera dejó de trabajar tan desde dentro y tiró de oficio porque ya no tenía sentido llegar. En función de desde dónde trabajes, hay un momento en que tienes que parar de hacerlo así porque, de lo contrario, el coste es demasiado grande. La vida pasa, tienes familia, hijos, mujer, hermanos, amigos… Y eso llega a ser casi incompatible con poder disfrutar esas relaciones. Llega un momento en que dejas de poner toda la carne en el asador porque se te quema la carne, simplemente.
 
 

 
 
– ¿Con qué personaje ha sentido el vértigo de estar sobrepasando ese límite?
– Con el último que he encarnado. Me dejó muy fastidiado. Por primera vez en mi vida iba al teatro… no con miedo, pero sí sentía algo cercano. Pánico, angustia. La obra se llama Lluvia constante, aunque ahora ni recuerdo el nombre del autor, quiero hasta olvidarlo. Es un dramón con dos policías al límite de la violencia y el desconcierto, sus hijos son malheridos por un tipo y tienen la edad de los míos… A uno casi lo matan. Por eso la función se desarrolla en el hospital, él con ese hijo a punto de morir con un tiro en el cuello. El autor definía a mi personaje como un hombre bestial, duro, hasta el extremo de prepararme a conciencia durante nueve meses: me puse como una bestia en el gimnasio y perdí mucho tiempo de convivencia con mi familia. Al igual que mucha gente que trabaja, por supuesto, pero estuve nueve meses como un monje, con aproximadamente tres horas al día de gimnasio para sufrir. Para sufrir dolor. Llega el momento del estreno y estás en forma, fuerte, mentalmente preparado, la función es un exitazo del copón, el público llora y se emociona. Haces una, dos, tres, cuatro representaciones [golpea la mesa machacando cada número]… Y sigues. Y 30 y 40. Y así hasta 100 funciones. En ese momento piensas que hay textos que no deberían hacerse más de 50 veces, porque por mucha técnica que hayas adquirido… Has abierto el cesto y la serpiente ha salido, estás acorralado por ella y seguramente te morderá. Tú piensas: “No me voy a mover, no me voy a mover”. Y después te planteas: “¿Y si la agarro por detrás?”. Al final te muerde, te muerde porque no sabes cogerla, solo eres actor. Y aunque pienses que puedes con ella, te va a morder. Ofrecimos 160 sesiones, y las últimas 60 me hicieron daño. Me mordió la serpiente y no podía más, salía al escenario y decía: “Hoy no voy a pensar”. Pero claro… tus hijos, tus hijos, hijos que se mueren [se emociona], mis hijos, mis hijos. Y pierdes.
 
– Siempre interpreta el papel de hombre brutal y emocional simultáneamente. ¿Cuál cree que es su activo como actor?
– Quizás es un tipo de emocionalidad. Y hago los personajes porque me los dan, qué quieres que haga…
 
– Se los ofrecerán porque saben que los va a bordar. Si usted fuera director, ¿qué papel se daría?
– Sin duda, me daría esos, ¡pero también el de un travesti apaleado!
 
 

 
 
– Apaleado. Seguimos en lo mismo... ¿No se ve de travesti feliz?
– ¡Claro! ¡Y lo haría muy bien! ¡Sí, sí, lo juro! No tengo ninguna duda de que lo haría bien. Javier Bardem fue el que rompió, el que abrió una puerta y dijo: vale, yo tengo un físico determinado, un tipo para Huevos de oro o Jamón, jamón, un cuerpo alto, fuerte, con una encarnadura, una mandíbula, una nariz, unos hombros, una manera de hablar característica… Pero puedo hacer casi cualquier cosa, no vamos a decir todo porque ningún actor puede hacer todo, pero no depende de mi aspecto físico, sino de lo que mi corazón y mi humanidad dan. Y si mi corazón está húmedo y mi humanidad está húmeda, te puedo dar cualquier cosa. En ese sentido creo que estoy preparado para ello, y creo que estoy en un momento hermoso para lanzarme a indagar en esos mares.
 
– ¿Y qué personaje no podría interpretar?
– Lo único que no puedo hacer y a veces hago, porque está el tema del banco que hablábamos antes, es aquello que no me emociona, aquello que leo y no me hace temblar por dentro. Un personaje con el que no sienta eso de “sé lo que le pasa, yo me he sentido así”.
 
– Para emocionarse y aceptar el papel, ¿necesita sentir antes lo mismo que el personaje?
– Sí. Porque sí. Porque desde pequeño soy muy sensitivo, lo sé, lo siento así… Desde Jesucristo hasta Hitler. O el panadero de la esquina. Me da igual. Si eso me emociona, ese papel puedo hacerlo, aunque sea un enano. Debo empatizar con él; si no, el trabajo termina siendo mediocre. Y he hecho trabajos mediocres, esos que acepto después de mirar la cuenta”.
 
 

 
 
– ¿Se siente capaz de empatizar con cualquiera? ¿Incluso con Hitler, por nombrar a uno de los que menciona?
– Por supuesto que sí. Si está bien escrito...
 
– ¿De dónde tiraría para interpretar un personaje tan monstruoso?
– ¡De mí!
 
– Ya. Todos llevamos un monstruo dentro...
– ¡Claro! ¡Todos! Y también llevamos un ángel. Es importante encontrar ese punto en el cual yo puedo tocarte así, muy delicadamente [se acerca y me acaricia la cara con ternura absoluta en su mirada y la suavidad de una pluma en sus dedos], y en este mismo instante hacer así [se vuelve gigante y golpea el tablero con fiereza] y lanzar esta mesa por esa ventana. Porque las dos cosas están dentro de mí y de ti, dentro de todo el mundo, aunque que hay quien lo asume y otros que no. Como tú, yo tengo ese abanico que va de la extrema delicadeza que sale de ir quitando las capas de la cebolla y lo que queda al final es el desamparo total, el bebé que está desnudo sin papá y sin mamá, la indefensión absoluta. Pues desde eso, hasta lo opuesto, hasta el asesino, la violencia, la crueldad… Tengo un trabajo que me permite usar ese abanico que poseo como ser humano. Por eso digo que, si está bien escrito, puedo empatizar con cualquiera.
 
– Ese es el doloroso lugar de la honestidad artística. Y usted no se limita a explorarlo desde la actuación; también pinta y escribe poesía.
– ¡Sí¡ ¿Cómo lo sabes?
 
– Bueno… cuestión de oficio.  
No me atrevo a decir que soy poeta, pero sí reconozco que aspiro a serlo. Hace un par de años un editor me llamó para manifestarme su interés en publicar el libro Amantes venía de amar, pero cuando estaba a punto de salir, tuvieron que cerrar por la crisis. Así que ahí está. Si alguien quiere editarlo...
 
 

 
 
– Dedíquese un verso a sí mismo.
–  “Yo aspiro a ser un hombre bueno en el sentido de la palabra bueno”, que decía Machado. Aspiro a ello porque no lo soy, pero me gustaría serlo.
 
– ¿Qué le falta para ser bueno?
– No lo sé. Espero que la vida me lo diga. Creo que camino con pocos afanes, pero entre ellos, el mayor es el de ser un buen tipo: con los amigos, con la familia, con el mundo.
 
– ¿Eso incluye el compromiso político y social como artista?
– El hecho de ser un buen hombre no implica en absoluto el compromiso político. Las tres o cuatro personas más buenas que he conocido en mi vida no tenían ni idea de política. El compromiso social lo tengo por el hecho de vivir en una sociedad determinada.
 
 

 
 
– Todos tenemos una dimensión política, pero existe además el compromiso como artista, que se puede tener o no. Y usted viene de Animalario, una compañía teatral marcada por ese compromiso.
– Sacamos un libro por el décimo aniversario de la compañía que se titulaba Animalario o por qué los seres humanos nos empeñamos en pisarnos la cabeza los unos a los otros. Ese era nuestro lema, que es un lema político si quieres, aunque me parece casi más filosófico que político. Se tomó Animalario como una especie de cortahielos, quizás desde los años setenta no había en el ámbito teatral un compromiso político tan evidente. Y Animalario cogió esa bandera. Yo soy de izquierdas y mi trabajo es mi compromiso. Cuando ofreces algo que sale de las entrañas, algo en lo que estás dejando una parte irrecuperable de tu vida al servicio de lo que otros llaman arte o lo que sea, considero que ya es una forma de compromiso.
 
– “Arte o lo que sea”… ¿Para usted no es arte?
– No. El cine para mí no es arte. No, no. El cine es una industria y manda la pasta. No niego que a veces surgen obras de arte, pero hay tanto dinero en juego que el arte pasa a un segundo plano. Haces una película y lo primero que interesa es que la gente la vea. Ese es el interés: la recaudación. Es así de puro y duro. Dentro de eso puede haber un guion extraordinario, unos actores, un director, un fotógrafo magnífico… Pero en ese sentido, creo yo, carece de la pureza del arte.
 
 
 

Versión imprimir