Roberto Enríquez
“Sánchez-Arévalo es el director que susurraba a los actores”
El Bevilacqua de ‘El alquimista impaciente’ y padre de Boabdil en ‘Isabel’ ha vuelto a las tablas del María Guerrero. “Me encomiendo a su estampita”, asegura
EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Aunque Roberto Enríquez nació hace 46 años en Fabero, un pueblecito del Bierzo, está claro que su medio es la gran ciudad. Paseamos con él por su barrio, el muy castizo y multirracial de Lavapiés, en Madrid, y se le ve en su salsa. Charla con el viejecito cascarrabias que da de comer a las palomas en un banco (y que se cabrea si se las espantas) y nos enseña el local de su peluquero de cabecera, Hakim. “Estás cortándote el pelo y entra uno, magrebí claro, y le dice ‘Buenos días, Rahoy’ [imitando el soniquete árabe], y Hakim le contesta ‘Qué pasa, Sapatero’. Son la monda”.
– Parece mentira que viniera al mundo en los Ancares, entre robles y pallozas.
– Soy un completo urbanita, y muy de barrio. Me gusta el pueblo, lo disfruto cuando voy, pero mi medio son estos adoquines y ladrillos. De hecho el barrio obrero en que me crié en Valladolid, Pajarillos, y este de Lavapiés o el de La Latina, son lugares parecidos al pueblo. La gente se conoce, se ayuda con las bolsas de la compra, se presta la ramita de perejil o la cabeza de ajos...
– Sin embargo se crio en Valladolid, donde estudió Arte Dramático ¿por vocación, por aburrimiento o por curiosidad?
– Cuando me metí a estudiarlo fue por vocación y pasión. En Pajarillos había un centro juvenil donde hacía baloncesto, cerámica, guitarra y... teatro. A la gente le parecía que lo hacía bien. Siro López, nuestro profesor, era un tipo muy inquieto. Con dieciséis años ya nos hacía leer a Meyerhold, Grotowski, Stanislavski, etc. Y con lo poco que entendíamos de nuestras lecturas, hacíamos lo que podíamos. Después empecé en la Escuela de Arte Dramático y prácticamente vivía allí.