“Hay gente a la que no le gusta
que sea tan directo”
Forma parte de la hornada de directores jóvenes, inquietos y buscavidas, con capacidad de sacar adelante una idea con muy pocos medios. Tras rodar 'Stockholm' saltó a un 'thriller' con mayúsculas: 'Que Dios nos perdone'. Ha repetido en la producción de altos vuelos gracias a 'El reino' y tiene todas las papeletas para consagrarse
JAVIER OLIVARES LEÓN
REPORTAJE GRÁFICO: ENRIQUE CIDONCHA
Hizo Stockholm con cuatro perras y sorprendió al mismísimo Almodóvar. El estruendo de aquel arranque le ha abierto las puertas de un thriller con una producción a la altura de su ambición. La acción de Que dios nos perdone transcurre en el centro de Madrid durante la visita del papa Ratzinger de 2011. “Aquel verano yo vivía en el centro, en la calle Montera, con muchísimo calor. Y tanto se me calentó el cerebro que se me ocurrió la película”, recuerda entre risas. Se reunió con Isabel Peña, coautora de todos sus guiones, y dieron rienda suelta a un argumento clásico de manual: dos policías persiguen al malo. El madrileño Rodrigo Sorogoyen, de mirada inquieta y porte fibroso, está encantado de trabajar con Roberto Álamo y Antonio de la Torre, la pareja protagonista. Ese era un viejo anhelo para él.
— ¿Y por qué no desvela el nombre del malo?
— No se lo puedo decir. En el reparto están Juan Diego Botto, Mónica López, Rocío Muñoz-Cobo y María Ballesteros… En Última llamada, la de Colin Farrell, se veía a Kiefer Sutherland al final. El mío ni siquiera va a salir en créditos. ¿Por qué? Porque es el malo. Kevin Spacey tampoco sale en los créditos de Seven. La incertidumbre de llegar a ver al malo te hace pensar toda la película. El mío no aparece hasta el final. Hemos tratado con policías o asesores policiales. Y se vieron sorprendidos por el acierto en el enfoque del malo.
— ¿Le van a poner a parir en ABC?
— No. El trato al Papa es respetuoso, casual. No está ni explicado.— ¿Cómo se le ocurrió Stockholm?
— Porque como espectador me gustaría ver una película así. Al público hay que tenerlo en cuenta casi siempre, pero sin llegar a venderte a él. Muchos grandes cineastas han abandonado al guion. Ruedan fenomenal, con un sentido del humor brutal, pero los guiones podrían estar más trabajados. Cuando Isabel Peña y yo nos sentamos a ello, pensamos en la película que me gustaría a mí, no al espectador de Ocho apellidos vascos, por ejemplo.
— La filmó con 70.000 euros. ¿Esta vez ha ido mejor de presupuesto?
— [Risas]. Era imposible no mejorarlo. Ahora producen Tornasol y Antena 3. Es algo serio.
— ¿Le molesta el uso que se da a los anglicismos low cost y crowdfounding, que le sirvieron para levantar su ópera prima?
— No lo había pensado… pero no por el anglicismo, sino por lo que significa. Entiendo que lo hecho con pocos medios despierta interés. Ciertos comentarios sobre la precariedad de medios, ya en el Festival de Málaga de 2013, me tocaron como un ataque personal. Pero se me pasó pronto. Aún escucho a gente que nos llama “subvencionados” a los del cine. Y hay gente atravesada con el cine español.
— ¿Obliga el piropo de Almodóvar a Stockholm?
— ¡Estoy encantado! Almodóvar se refirió a ella en una lista internacional. Y aunque alguien lo ha buscado, no le consigo ver ningún parecido a su Átame, la verdad.
— ¿Ayudó aquella repercusión a conseguir este largo?
— Sí. Me ayudó para que [el productor] Gerardo Herrero y Atresmedia nos pidieran un guion. E Isabel y yo lo teníamos. Que les gustara no dependía de Stockholm, pero sí influyó en el hecho de que nos lo pidieran.
— ¿Se siente cómodo escribiendo a cuatro manos?
— Es que solo te sientes más inseguro. Al menos yo. Estoy encantado con alguien, y más si ese alguien es ella.
— ¿Se complementan bien?
— ¡Muchísimo! Hacemos buena pareja. Soy directo y brusco. Y a veces, ella todo lo contrario.
— ¿Qué aportará el guion de Que Dios nos perdone a la enciclopedia del cine español?
— Pues… que siendo una película con tintes y objetivos comerciales, en el fondo habla sobre Madrid. Pero perseguimos una imagen de Madrid tan costumbrista como naturalista, no traer un thriller americano aquí. Hay mucho Lavapiés, Embajadores, Ribera de Curtidores... Nos salimos lo justo de la almendra de la almendra.
— ¿Tiene Antonio de la Torre óptica de periodista a la hora de opinar?
— Se le nota mucho ese oficio a la hora de afrontar cualquier cosa. Incluso la interpretación. No se ha centrado tanto en el guion como en el personaje. Le pido opinión sobre su papel. Es un diamante. Quería currar con él desde hace tiempo.
— ¿Ha elegido ya la música para su inminente película?
— Sí, sí.
— Lo digo porque en Stochkolm eligió la ópera de Rossini La Gazza Ladra, banda sonora de La Naranja Mecánica. Y para eso también hubo opiniones...
— Lo sé. Pero esta vez son fados populares de Amalia Rodrigues, Dulce Pontes… Y un músico que trabajó en Stockholm hará la banda sonora de esta, aunque la música diegética va a ser a base de fados.
— ¿Las localizaciones también han sido a lo grande?
— Es que esta peli es muy grande. Hay un total de 50 personas... Y con frase o figuración especial, aparecen casi 100. Localizaciones son más de 60. He pasado de 0 a 100: de los dos actores en 13 días de rodaje en Stockholm a esas cifras.
— ¿Qué le da vértigo?
— Dos cosas. Una es más conceptual: conseguir la verdad con dos actores dentro de una habitación [que además era su propia casa] no es igual que conseguir la verdad teniendo a 50 personas más los figurantes en el centro de Madrid. Si logramos eso, estará conseguido. Lo demás tiene sus responsables: en producción, iluminación… Con Caballo Films [su productora] las cosas funcionaron bien en Stockholm, pero si un taxista tocaba el claxon durante el rodaje, podías agobiarte por motivos obvios. El segundo recelo que decía eran las ocho semanas de rodaje, el tiempo medio para una gran producción. Me daba miedo perder la línea. Yo nunca había rodado durante dos meses, y no era fácil mantener el tono entre la semana uno y la cinco.
— Y esa obsesión es irremediable.
— …porque toda peli tiene vida. Aunque intentes que todo sea coherente con tu visualización previa gracias al trabajo de todos.
— ¿Cuál es el momento más satisfactorio de un rodaje?
— El más mágico, teniendo en cuenta que rodar es un infierno porque se trata de resolver problemas todo el rato, es el arte de la renuncia: mi guion era así y ahora es así y aquí. En Stockholm hay momentos mágicos justo al abandonar la calle para rodar en interiores. Pero el mejor plano fue fijo, cuando él la tira al suelo, la discusión sobre las llaves. Gracias a ellos me sentí muy satisfecho. ¡La cámara está fija!
— ¿Influye currar con dos actores (y amigos) y hacerlo con 50 personas?
— No tanto por divismo o por falta de feeling como por sacar el máximo provecho de esas relaciones. No soy la típica persona que cae bien a todo el mundo: hay gente a la que no le gusta que sea tan directo.
— ¿Pero hacer una película entre amigos satisface?
— Sí. Es la ilusión de estar haciendo lo que te gusta y contribuir a que otra gente también disfrute: por ejemplo, la directora de vestuario de Stockholm [Lorena Puerto], era la primera peli que hacía. Chapeau por ella. Gran parte de culpa de que la obra esté tan bien es que todos los jefes de equipo debutaban en esa labor. Y en Que Dios nos perdone, para nadie será lo primero ni lo último que haga.
— ¿Han recuperado la pasta del rodaje de Stockholm?
— Poco. Apenas una cuarta parte. Hemos estrenado en México y Colombia. Hemos pedido la ayuda a la amortización, y entiendo que nos la darán, para poder repartir otro poco. Cada euro que llega es para repartir. En las salas fue tímida, pero estuvo nueve semanas.
— ¿Cómo se consigue que los actores capitalicen su sueldo, por amistad o por talento del director?
— Yo creo que todo influye: si alguien viera una basura en el guion, lo haría por compromiso. Pero había gente que estaba ocupada gracias a esto: “El guion no está mal, y conozco a esta gente que me va a aportar algo”, debían de pensar.
— Y Aura Garrido, en la cresta de la ola, ¿por qué aceptó?
— Tengo amistad con ella. Y quiero pensar que algo le habrá aportado la película. Yo estoy muy agradecido a su papel y a su trabajo. Cuando Javier Pereira recogió el Goya, me sentí orgullosísimo. Algo era cosa mía. Sabía que el de director lo ganaría Fernando Franco [por La herida].
— Eso mismo decía Carlos Vermut sobre cuando se lo dieron a Bárbara Lennie.
— Yo también esperaba más para Magical girl. Tuvo tanto eco en San Sebastián que en la quiniela con mis colegas creí que le iban a dar también el de guion [ganó La isla mínima].
La vida entre películas
Rodrigo Sorogoyen debutó en el cine en 2008 con 8 citas, codirigida con Peris Romano. Hasta que llegó Stockholm encontró acomodo en televisión, donde ha firmado series de éxito como Vida Loca, Impares o La pecera de Eva. Debe tranquilizar tener ese colchón en caso de que el séptimo arte se vuelva infrecuente. “Supongo que sí, me ha dado oportunidades y mucho callo”, reflexiona. “Pero admito tener cierta manía a la tele, no disfruto trabajando en ese medio. Eso de que te traten de imponer un tipo de actor que no te encaja es un embudo que te impide dar variedad. Y ahí es donde está la estética”. También ha encontrado salida y soltura en el formato breve, como hacía en la facultad, donde firmó tres piezas mientras estudiaba Historia. La última, El iluso, ha logrado algunos premios. “Se trataba de un corto por encargo, y eso se nota. Me encanta cómo quedó, en apenas un mes. El objetivo era promocionar el reciclaje en Madrid. Me vino bien el proyecto... y la pasta. Resultaba atractivo, y creo que para los festivales también, más allá del hecho de que fuera un apoyo puntual a la Comunidad de Madrid”.