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10-02-2017


Salva Reina

“Yo no dije ‘Papá, quiero ser artista’, sino ‘Papá, quiero ser payaso”


El monologuista y actor malagueño da las últimas puntadas a la nueva temporada de ‘Allí abajo’ mientras no para de fraguar proyectos para su Cochera Cabaret
 


LUIS MIGUEL ROJAS NAVAS
Texto y fotos
“Una sonrisa cuesta poco, pero produce mucho. No empobrece al que la da y enriquece mucho al que la recibe. Dura solo un instante, perdura en el recuerdo eternamente”. Multitud de sonrisas arrancó Charles Chaplin y día a día personas como Salva Reina (Las Palmas de Gran Canaria, 1978) se introducen en nuestros hogares a través de las pantallas para hacernos reír. El sur le ha traído buenos proyectos a un actor que ahora echa la vista atrás y se percata de todo lo que ha ido consiguiendo con su esfuerzo y tenacidad constante. Atrás quedó aquel Sinceros con el que su aprendizaje dio pasos de gigante. Hoy forma parte de Allí abajo, una de las series más aliadas con el éxito.

   Solo hacen falta un buen paseo, unas risas y una cerveza bien fría para sacar a relucir los sentimientos y, sobre todo, para recordar y valorar lo ya caminado. La verdad que filtran sus ojos azules y esa sonrisa siempre dibujada en la cara avalan un estado de ánimo. Y solo es preciso un rato de charla con él para contagiarse de esa felicidad.
 
 


– ¿De dónde viene el apodo de Chucky?
– Cuando yo empecé en este mundillo hacía muchas cosas infantiles y teatro de calle, y mi nombre artístico era Chucky. A partir de ese momento empecé también a hacer monólogos de forma más profesional y me iba presentando como tal.

– Pero… no tiene cara de muñeco poseído.
– ¡No, no! [Risas] De pequeño sí me intentaron poner ese mote,  pero lo arreglé con algunas patadas en la espinilla, jajaja. Entre que era más nervioso que ahora y mi voz de pito, imagínate… Pero profesionalmente me conocen como Chucky porque en su tiempo lo usé como nombre artístico, sin más. Cuando llamaban a mi casa, mi padre decía: “¿Quién es Chucky?”. A lo que yo le contestaba: “Déjalo papá, que eso es para cobrar…”.
 
– Usted es canario, pero cruzó el charco hasta Málaga casi con el babero puesto. ¿Sigue manteniendo contacto en las islas?
– Mis padres tuvieron que mudarse a las islas por temas de trabajo y, a lo que se ve, el clima tropical les invitó a traer al mundo a un manojo de nervios... Antes de los dos años ya nos habíamos trasladado a Málaga. Desgraciadamente no tenemos familia en Canarias, pero es algo que va en mi DNI y, por supuesto, me encanta aquella tierra.
 
– Y en Málaga nace la Cochera Cabaret. ¿Cómo le dio por crear este espacio cultural?
– Siempre estuvo en mi cabeza montar una sala que diera cabida a espectáculos. Málaga es una ciudad grande que ahora mismo está posicionándose como referente cultural y en ese momento no tenía una sala independiente, a diferencia de Sevilla o Granada. Yo sentía esa necesidad y me lié la manta a la cabeza con un socio para ponerla en pie. Se ha convertido en una sala multifuncional: hacemos teatro, música, espectáculos infantiles…
 
 

 
 
– De las flexiones a la interpretación. ¿Llegó a desempeñar profesionalmente lo que estudió?
– Lo más gracioso es que empecé estudiando química, pero a los dos días me di cuenta que eso no era lo mío, que había pocas relaciones sociales y eso verdaderamente es lo que a mí me gusta. Como desde pequeño siempre había hecho mucho deporte, me decidí por Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. De hecho terminé la carrera y ejercí como profesor de educación física, pero realmente mi vocación era el mundo de la actuación. No me pidas que te haga una tablita de ejercicios ahora… [risas]
 
– ¿Estudió entonces interpretación?
– He hecho cursos privados, unos más largos y otros más cortos, y he tenido la suerte de trabajar muchísimo con muchos profesionales de los que sigo aprendiendo día a día. En un rodaje estoy pendiente de lo que hacen los compañeros para ver cómo afronta el trabajo cada cual. He ido formándome de manera autodidacta poco a poco.
 
– ¿Le tomaron alguna vez por intruso?
– Siempre me he sentido muy acogido. Quizás haya habido comentarios de algún que otro compañero; cada cual está en su derecho. Yo creo que al final la gente se dedica a lo que le interesa, en el mejor sentido. Cada cual busca su vocación, lo que le gusta. A mí siempre me han acogido muy bien y mis carencias las he ido supliendo con este aprendizaje continuo.
 
– ¿Y el boom llega con el salto a la interpretación o con los monólogos?
– A mí se me empezó a conocer en televisión por los monólogos. Participé en Sinceros, un programa de Canal Sur con Juanma Lara, y a través de ese trabajo fueron saliendo más cosas. Juanma es como mi mentor, un maestro con el que verdaderamente empecé a aprender.
 
 

 
 
– ¿Cómo vive ese momento en el que empieza a ganarse la vida haciendo reír?
– Fue un sueño cumplido. Cuando acabé la carrera de Educación Física en Granada ya estaba ganándome dinerillo con teatros infantiles. Fue muy curioso el momento en el que los proyectos llamaban a la puerta. Yo no le dije a mi padre “Papá, quiero ser artista”, sino “Papá, quiero ser payaso”[risas]. Desde que comencé a trabajar he sido afortunado. Mucha gente me decía “A ver cuándo triunfas”, pero es que realmente dedicándome a esto ya he triunfado.
 
– Y seguro que es el alma de la fiesta en las reuniones de amigos…
– ¡No, no! Yo no soy el más gracioso de la familia. Mi padre es un crack, es muy gracioso. Yo soy más de escuchar. En la vida real no suelo dar el paso y lanzarme con un chiste. Hombre, si uno tiene que intervenir, interviene [risas], pero me gusta más escuchar y observar.
 
– Hacer reír es complicado, ¿no?
– Es difícil porque la risa es pura, auténtica, te sale de dentro. Arrancar esa sensación es una tarea complicada. Se puede dar la risa de mentira, pero no sirve: te das cuenta que la conexión con el espectador no es real.
 
– ¿Y cuál es ese monologuista que siempre puso sobre la mesa esa sonrisa auténtica suya?
– [Con rotundidad] Pedro Reyes, que en paz descanse, sin duda. Tuve la suerte de poder trabajar con él. Me encantaba su humor surrealista, un humor que se sale de la línea estándar y es el que a mí me gusta.
 
 

 
 
– ¿Ha molestado a alguien con alguna de sus intervenciones?
– Sí, de hecho ahora mismo está de moda molestarse por casi todo. Si digo algo sobre perros pelirrojos seguramente se me echen encima los defensores de ellos. El debate del límite del humor es interesante y en este país debería plantearse la idea de tomarse el humor como lo que es, sin pasarse, pero sabiendo aceptar las bromas. Yo intento no llevarme nunca nada al terreno de la ofensa. Cuando alguien se ha sentido ofendido lo he pasado mal y he pedido perdón porque no es mi intención hacer sentir mal a nadie. Aunque mil personas se hayan reído, si una se ha sentido ofendida le has fallado.
 
– Por lo que el humor sí tiene límites…
– En mi opinión no debería, aunque, como he dicho, no quiero que nadie se sienta mal. Entonces entro en un conflicto porque no sé si es problema de la sociedad o del humorista. Esa misma gente que se puede ofender con cierto tipo de humor a lo mejor sí se ríe cuando el tema no le toca. Luego te pones a mirar vídeos de humoristas ingleses y ves que van a saco y entras en ese conflicto de hasta qué punto la clave está en el público o en el que está en el escenario. Yo desde aquí pido perdón a todo aquel que se haya sentido ofendido por mi parte.
 
– Los humoristas andaluces tienen otro conflicto añadido: el de alimentar el cliché. ¿Cómo afronta ese tema?
– Yo lo llevo bien. En Allí abajo se recibieron críticas de ese tipo, pero el perfil vasco se dibujaba de forma más exagerada y ningún vasco se manifestó por ello. Evidentemente, los vascos no son así y los andaluces, tampoco. Se está trabajando una comedia con estereotipos, pero con la que la gente se siente también identificada. Yo conozco a muchos Josés parecidos a mi personaje en la serie. No abogo porque todos los andaluces tengan que salir de graciosos en la pantalla, pero es que en esta serie hay una directora de clínica andaluza, un abogado, médicos, cirujanos... Se están dibujando otros perfiles. Si fuera una serie en la que se denigra la imagen del andaluz o del vasco, no participaría.
 
 

 
 
 
– Al entrar en este bar le han reconocido. ¿Qué tal lo lleva?
– ¡Genial! Vivimos del cariño de la gente y cuando se acercan a reconocerte tu trabajo es muy agradable. Es como si a un fontanero le dices: “Oye, el otro día me arreglaste de lujo el grifo”. Esos detalles se agradecen siempre. Yo entiendo que hay que atender a las personas y siempre intento pararme y escuchar.
 
– Más de uno te habrá dicho José…
– ¡Raro es el día que no pasa! [risas]. Nos metemos en la casa de la gente a través de la tele y que pasamos a formar parte de la familia. Hay personas que se acercan a saludarte y lo hacen como si te conocieran de toda la vida. Es muy bonito eso, pero te das cuenta del poder de la tele y del cuidado que hay que tener con el contenido que se vierte en ella.
 
Allí abajo está teniendo éxito, pero otras series no han corrido la misma suerte. ¿Qué le falta a la comedia española?
– Ojalá tuviera la poción mágica para saberlo. Creo que estamos viviendo un proceso de cambio generacional y no se arriesga en comedia más allá del género familiar. Es cierto que las televisiones generalistas buscan llegar al mayor público posible, pero quizás haga falta cambio. Y ese cambio está llegando ahora con las nuevas plataformas en Internet, que van a ser un nicho importante para la ficción. Quizás ahí se tenga más en cuenta un público más fragmentado. Por ejemplo: un contenido que guste mucho a los churreros le serviría a Churreros Televisión como un nicho importante que explotar [risas].
 
– ¿El Goya más merecido?
– El de Carlos Santos. Es un excelente compañero y me alegré muchísimo.
 
– ¿Un Goya en 2018 para Salva Reina?
– [Risas] Nooo, ¡yo me llevo un Goya como una olla! Recibir un premio es muy gratificante porque uno nunca acaba contento del todo con lo que hace. Cuando la gente lo valora bien, me entre entre rubor, vergüencilla, sorpresa y orgullo.
 
– ¿Eso quiere decir que no se hace reír a sí mismo cuando se ve?
– Pocas veces. Soy muy poco fan mío. Siempre digo: “¡Ay qué voz tengo, por favor”. Nunca termino de confiar cien por cien en mi trabajo, y es un defecto. Soy bastante crítico conmigo.
 
 

 
 
– ¿Daría el salto al drama?
– Por supuesto. De hecho, sería un placer y un reto. Por favor, si usted es productor y está leyendo esto, llame al teléfono que encontrará al final… [risas].
 
– ¿Y hay espacio para la tristeza en su vida?
– Intento que no, como cualquier persona. Irremediablemente son baches por los que hay que pasar también, pero siempre intento llevármelo todo al punto de sonreír y ser feliz. Hay que aprender a extraer la felicidad de las pequeñas cosas. Yo ahora mismo estoy disfrutando con esta entrevista y en un rato disfrutaré también con mis amigos. Ahora se lleva el … ¿cómo se dice? El main
 
– El mindfulness
– ¡Ahí está, el mindfulness! Pues eso, a vivir el momento, que es la verdadera clave y aprender de los momentos tristes, claro.
 
– Con tanta alegría, ¿le toman en serio?
– Hombre, ahora ya empiezo a peinar canas [risas]. Ahora me dicen por la calle: “Caballero, ¿me puede decir la hora?”. Me encanta transmitir positividad en el equipo, pero eso no le resta calidad a mi trabajo.
 
– ¿Cuál sería su meta en la vida?
– ¿Mi mayor meta? ¡Virgencita, que me quede como estoy! Seguir trabajando, aprendiendo y sumar mi granito de arena para que este mundo vaya cambiando poco a poco. Y, por supuesto, ser feliz. Esa es mi mayor meta. 
 
 

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