– ¿De dónde sale Secun?
– Me crié en Els Nou Barris, en La Guineueta, una barriada de Barcelona que llamaron polígono Canyelles. Estudiaba en el Colegio Nacional Francisco Franco. Cuando estaba en párvulos, con la muerte de Franco, la escuela cambió de nombre y pasó a ser el Col·legi Públic La Guineueta. Llegaron nuevos profesores: unos jipis un poco locos que nos llevaban a Montjuic a cantar Abre la muralla y todo eran clases de música, de plástica… Y ahí empecé a dibujar, a inventar historietas. Mis padres me tuvieron muy jóvenes. Eran trabajadores sencillos, nacidos en familias de la posguerra. Mi madre empezó a trabajar con siete u ocho años cuidando colmados. Unas monjas le enseñaron a leer y a escribir a cambio de pequeños trabajos.
– ¿En ese entorno era posible querer ser actor?
– La vida impulsa a la vida. Había en mí un deseo de integrarme en el mundo y quizá la vía era ser actor, pero más tímido y más torpe que yo no se podía ser. Mi padre me decía: “¿tú cómo vas a ser actor, si te da hasta vergüenza bajar al bar a comprar los cascos de Coca-Cola?”. En el barrio yo solo veía a los que van en la moto, a los que se sientan en un banco a comer pipas o a los que se metían conmigo. Recuerdo que con 14 o 15 años tuve una pelea con unos chavales en la calle. Volvía del videoclub con unas películas españolas y se metieron conmigo: “¡dónde vas con esas españoladas!”. Así que ahí estaba yo: ¡partiéndome la cara por el cine español!
– ¿Era un inadaptado?
– De niño tuve muchos problemas. Ahora lo llaman friki, pero entonces lo llamábamos simplemente “lerdo”.
– ¿Y yendo al cine se evadía de esos problemas?
– Ir al cine era todo lo contrario de lo que vivía en mi familia y en la escuela. Yo no quería ni siquiera bajar al recreo en el cole porque eso me obligaba a elegir: ir con los niños a dar patadas o con las niñas. Pero al cine iban mujeres, hombres, niños, niñas, ricos, pobres. Era una comunión donde había más libertad y se esfumaban las diferencias. Las películas las hacían hombres y mujeres, eso me parecía lo más democrático del mundo. El arte lo unía todo: no había diferencias de sexo, ni de religión, ni de origen… Cuando llegué a Madrid en los noventa me fascinó encontrar a otros compañeros que también soñaban con ser actores.