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09-01-2025

Cuando se prohibieron los ‘boys’ por “poco varoniles”

El sociólogo y ensayista Manuel Espín completa con ‘Sexo en el franquismo’ su trilogía, junto a ‘Vida cotidiana en la España de la posguerra’ y ‘Los años ye-yé’, sobre la sexualidad durante las cuatro largas décadas de dictadura. Este nuevo libro, que ve la luz el 17 de enero, recorre la evolución desde la represión más dura hasta los tiempos del ‘destape’ y aborda, con referencias constantes al cine y teatro de la época, cuestiones como la negación de la identidad de las mujeres, la vida de gais y lesbianas, las ‘queridas’, las madres solteras, la pederastia oculta, la doble moral o la hipocresía social. He aquí un adelanto editorial del volumen

Por MANUEL ESPÍN

Después de 1939 el franquismo otorgó a una Iglesia muy integrista el monopolio de la moralidad y su control, que se mantuvo hasta los cambios producidos en la base católica tras el Concilio. En poco tiempo el baile agarrado fue calificado de "filoxera de la decencia", apareciendo documentos episcopales donde se atacaba duramente a las mujeres con faldas o en bicicleta, y su papel quedó condicionado al de ser esposas y madres, el que parecía ser su único destino en la vida. Se llegó a escribir que las mujeres no tenían derecho al ejercicio de su sexualidad porque la habían entregado al esposo tras casarse. Ese rigor en la vida cotidiana se tradujo en la primera posguerra en constantes enfrentamientos entre Iglesia y Falange, en los que se llegó a retirar La fiel infantería, premio Nacional de 1943 recibido con toda clase de parabienes oficiales tras considerar el arzobispo de Toledo, Pla y Deniel, que contenía "obscenidades", o se llamó la atención sobre el "peligro" de los pantalones cortos de los miembros del Frente de Juventudes que podían perturbar la honestidad de las muchachas. Pero a la vez ese mismo año, desde el Sindicato Nacional del Espectáculo se prohibían los boys en espectáculos musicales y operetas por considerarlos "poco varoniles", debiendo ser reemplazados por mujeres.

La prostitución era un tema recurrente en las novelas de Darío Fernández Flórez, antiguo censor y falangista en fase disidente, especialmente con el gran éxito de 'Lola, espejo oscuro' (1950) y sus secuelas. La primera obra se llevó al cine en 1965

 

Cuando después de 1945 –tras la victoria de los aliados– se empezaron a retirar los signos que podían asociarse al pasado y la identidad católica nacional se hizo predominante, creció la aspiración teocrática de algunos prelados. El estreno de Gilda dio lugar a quejas eclesiales y amenazas de excomunión, de la misma manera que la exhibición de las cultivadoras de Arroz amargo con las piernas al aire o el bayón de Silvana Mangano en Ana despertaron severas amonestaciones. A finales de los 40 diversos obispos condenaron La fe, una película de Rafael Gil, entonces uno de los realizadores más prestigiosos y merecedor de todos los parabienes del Régimen, e incluso Una mujer cualquiera, protagonizada por María Félix; ambas, producciones de Cesáreo González, que además había sido ‘camisa vieja’ de Falange pero que desde el punto de vista empresarial era un pragmático. De la misma manera que la censura sobre libros o teatro censuró a Jardiel Poncela y las reediciones de La Regenta o La dama de las camelias tuvieron problemas para salir, también se hacía desaparecer cualquier leve referencia sexual en libros juveniles como Antoñita la fantástica (Borita Casas) o las aventuras de Celia (Elena Fortún). Tanto el divorcio como la coeducación dejaron de ser legales a partir de 1939.

 

En varios casos hubo ataques contra los cines y las carteleras que exhibían las películas ‘condenadas’. Entre los más aguerridos, el cardenal Segura la emprendió no solo contra varias películas, sino frente a la comedia teatral musical (entonces no se la podía llamar "revista") La blanca doble publicando en la diócesis de Sevilla un durísimo texto donde se amenazaba con la excomunión por verla o comentarla y se la calificaba de "pornográfica" y "obscena". Lo que, de paso, la convirtió en un enorme éxito de público.

 

En 1954, 'Alta costura' suprimía la 'otra vida' de las maniquíes presente en el libro

A partir de 1951 con la creación del ministerio de Información y Turismo llegaba a la cartera Gabriel Arias-Salgado, quien llegó a justificar la censura desde un punto de vista teológico. Cuando un empresario se quejó por el enorme daño económico de una prohibición respondió: “Usted puede perder mucho dinero, pero ha salvado su alma". La obsesión por los escotes y los besos llegó a alcanzar a las películas bíblicas o religiosas. Se suprimió una escena de El mártir del Calvario “porque se veía a San Pedro en paños menores”, se eliminaron planos de La túnica sagrada o Los diez mandamientos donde aparecían mujeres escotadas, así como en Francisco de Asís los de mozas de mesón.  La obsesión de una época en la que se decía "con Arias-Salgado todo tapado" (por contraposición a partir de 1962 al nuevo ministro: "con Fraga hasta la braga") alcanzó a los primeros años de la televisión, donde en los estudios había una amplia colección de chales para tapar escotes y hombros femeninos. Hasta la Transición en cada estudio se hacía presente un censor político y otro moral a cargo de un religioso. Chicho Ibáñez Serrador se rio de esa prohibición con Historias de la frivolidad (1969), que en realidad lo era de la censura; destinada en principio a competir en un festival de televisión (que ganó) pero que, como era obligatorio que se hubiera dado en la cadena, se emitió en primera instancia sin anunciar y tras el cierre oficial de la emisión.

'Diferente': apoteosis filogay que pasó la censura de la época Arias-Salgado sin un solo corte


 Fueron los años de los ‘Congresos Nacionales de la Decencia en Playas y Piscinas’ donde se impusieron códigos de ropa que prohibieron el dos piezas o el slip masculino, hasta que en 1961 el alcalde de Benidorm, el falangista Pedro Zaragoza, lograba personalmente la autorización de Franco tras haber viajado en Vespa hasta el palacio de El Pardo "para evitar que los turistas pasaran de largo". Una vez autorizado, el alcalde fue amenazado de excomunión por el obispo de Valencia. El veto a los escotes y a los besos había provocado situaciones tan pintorescas como la de la esposa de un ministro que, tras ver en un cine de la Gran Vía de Madrid un No-Do donde aparecía Marilyn Monroe escotada, a las pocas horas empleados del noticiario visitaban las cabinas de proyección para cortar dichas imágenes.

 

 Sin embargo pese a las quejas episcopales de los años 50 y 60 contra la "inmoralidad" en los cines y la publicidad en la calle, incluso señalando expresamente a las películas de Antonioni (?), como hizo el prelado de la diócesis de Bilbao, con Arias-Salgado en el ministerio se aprobaba sin un solo corte Diferente, una película filogay impulsada por el bailarín y coreógrafo argentino Alfredo Alaria, donde aparecía un número musical casi sadomasoquista en la estela de las coreografías de West Side Story y una de las escenas más eróticas de la historia del cine español: el frustrado intento de seducción de una atractiva joven (Mara Lasso) a Alaria precedido de un plano corto más que sugerente de un dedo introducido en un timbre/agujero redondo; película que pasó sin obstáculo alguno de la censura, y quizás eso motivó que apenas tuviera éxito en las salas.

 

Las piernas de Silvana Mangano en 'Arroz amargo' fueron muy criticadas desde los púlpitos

 

Fueron tiempos de doble moral, con excepciones según la procedencia social. En la posguerra y hasta 1956 estuvieron abiertos y perfectamente identificados en buena parte de las ciudades y capitales de provincia los enormes prostíbulos, con mujeres en su mayor parte españolas la mayoría  socialmente muy vulnerables a la vez que estigmatizadas. La prostitución se contemplaba como un hecho casi normalizable y era justificada “para evitar que las mujeres decentes fueran molestadas”, aspecto que hoy debe parecernos indignante. Como tema recurrente, estaba muy presente en varios de los novelistas vinculados a las estructuras del Régimen, de Camilo José Cela a Álvaro de la Iglesia, pasando por Ángel Palomino o Vizcaíno Casas; y especialmente Darío Fernández Flórez con la saga Lola, espejo oscuro, publicada en 1950. Antiguo censor vinculado a un falangismo en disidencia que a su vez sufrió una fuerte censura en su libro donde no había descripciones de tipo sexual. Tema recurrente en su novela Alta costura, llevada al cine por Luis Marquina en 1954, donde sin embargo se eliminaba esa referencia del pasado de sus personajes femeninos, que aparecían como simples maniquíes de un afamado modisto supuestamente homosexual.

 

Expresión de una época muy represiva y obsesionada con el sexo habían sido los abundantes textos donde se condenaba la masturbación (ni se mencionaba un asunto todavía más tabú: la femenina o la realizada por casados) a la que se presentaba bajo los peores términos morales mientras se la atribuían los más terribles daños físicos (en 2019, el papa Francisco en principio consideraba que la masturbación no tiene por qué ser considerada pecado). Eran tiempos en los que, ante la falta de educación sexual, los adolescentes se veían obligados a consultar en viejas enciclopedias, con información obsoleta y apolillada. Una demanda que al final del franquismo dio lugar a situaciones que hoy pueden parecernos tan increíbles como el largo año en cartel en Madrid o Barcelona de un mediocre documental alemán, Helga, exhibido solo en salas de arte y ensayo porque aparecían imágenes de un parto.

 

Todavía en esa época se arrastraban situaciones que parecían fuera de tiempo. Al principio de los años 60 la antigua productora Cifesa, ahora solo distribuidora y en sus horas bajas, hizo el esfuerzo de adquirir para España los derechos de La dolce vita, de Fellini (como en su momento hizo con La strada), que en principio se pensaba estrenar con cortes, supresiones y cambios en el doblaje para pasar la censura. Sin embargo fue prohibida y ese veto se mantuvo a lo largo del tiempo, incluso cuando Cifesa pasó a ser una cooperativa, Cinesco, que recurrió esa prohibición llegando bastantes años después hasta el Supremo, que ratificó en una sentencia la actuación de la censura reafirmando “el papel del Estado en la defensa de la moralidad de los españoles” en los primeros  70. Sin embargo pocos años más tarde en esa misma década, tras la muerte de Franco, La dolce vita se estrenaba en salas normales y a cargo de una distribuidora donde aparecían personajes vinculados a organizaciones católicas sin que supusiera escarnio para la moralidad de los españoles ni se produjeran alteraciones del orden.


'Sexo en el franquismo', de Manuel Espín, se publica el 17 de enero en la editorial Almuzara (352 páginas. 23,95 euros)




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