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19-04-2018


“En esta profesión nunca hay que perder la ilusión ni ponerse metas”


Silvia Marsó ha cincelado, a base de coraje y de un talante metódico y exigente, una carrera ejemplar que siempre está abierta a afrontar retos

 

PEDRO PÉREZ HINOJOS

Asegura que los récords y las metas son solo para los deportistas, pero ella se prepara y se cuida como una atleta. A veces con disciplina espartana. Ahí están los resultados: casi plusmarcas. Silvia Marsó se ha entregado con método y compromiso férreo a la profesión de actriz y está labrando una trayectoria exquisita. Aunque no lo ha tenido fácil. En los tiempos en que estudiaba teatro y pasaba la gorra en las funciones callejeras, tuvo que vencer la dura resistencia de la familia. Y cuando su carrera comenzaba ya a acelerarse, decidió dar esquinazo al destino de ‘cara bonita’ para espectáculos televisivos que trataban de endosarle. Siguiendo su vocación a rajatabla, en su andadura se encuentra un extenso repertorio teatral donde sobresalen autores como Lorca, Ibsen, Williams o Cervantes, entre mucha creación contemporánea. Hay también una cuidada aparición en series que empezó con la célebre Segunda enseñanza y continuó hasta Gran Hotel o Velvet pasando por Ana y los 7. Su apuesta por los nuevos realizadores de cine la inició con esa inolvidable La madre muerta (de Bajo Ulloa). Ahora sigue en busca de nuevos desafíos. ¿El último? Cantar, bailar y actuar en el arrebatador montaje 24 horas en la vida de una mujer, del que es también productora, con el que retorna este abril al teatro Infanta Isabel de Madrid. Mejor no preguntarle si hay un más difícil todavía, porque va a buscar el modo de hacerlo. “No me motiva hacer cosas convencionales”, asevera con una sonrisa.

 

Es un desafío embarcarse en un espectáculo tan complejo como 24 horas en la vida de la mujer. ¿Qué le impulsó a acometerlo?

– Quería hacer algo distinto, que no se hubiera visto en España, para una mujer de mi edad y con la profundidad de un autor como Zweig. Me gusta hacer un teatro de contenido, que tenga sentido crítico, que haga reflexionar, capaz de aportar cosas. Y si además es musical, mejor. Aunar todas esas cualidades en un espectáculo era complicado. Por eso decidí sacarlo adelante yo sola.

 

– ¿Cómo prendió en usted la idea de hacerlo?

– Es una historia curiosa. Cuando trabajaba en la serie Gran Hotel, mi compañero Eloy Azorín me regaló el libro porque su personaje y el mío vivían una historia de amor tórrida y difícil, pues existía entre ellos una gran diferencia de edad. Esa circunstancia es similar a la que se plantea en la novela de Zweig. La leí en una tarde y me cautivó. Así que al enterarme de que en París estaban representándola como espectáculo musical fui a verlo sin pensarlo. Me emocionó profundamente la música de Sergei Dreznin y la forma en que los dramaturgos franceses Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuongy plasmaron la profundidad de los personajes. Tenía que hacerlo en España. Pero era arriesgado porque aquí, si el teatro musical no es de gran formato, a menudo no se programa. Llamé a Ignacio García, un director que reunía lo que necesitaba: gran experiencia teatral, una enorme cultura musical y una gran profundidad intelectual. Me hacía falta un director como él para ese texto hondo, con una visión existencialista del paso del tiempo y las oportunidades perdidas, pero capaz de aportar simultáneamente el atractivo de un musical.

 

– Tras ese esfuerzo colosal da miedo preguntarle qué va a ser lo próximo.

– No lo sé aún. Tengo propuestas que todavía no me he puesto a estudiar. Tenemos la obligación de ofrecer cosas distintas e innovadoras. Me apetecería hacer algo más contemporáneo. En teatro, en cine o televisión, aunque en esto último tengo menos poder de decisión. Surge o te llega, mientras que en teatro puedes tomar la iniciativa y aventurarte a ser promotora.



– Quién se lo iba a decir a aquella niña que alucinó con El espíritu de la colmena.

– En efecto, ahí comenzó todo. Encendió el deseo de ser actriz. Sentí que quería ser como aquella niña. Mi familia no conseguía entenderlo al principio, pero poco a poco fue comprendiendo que se podía trazar una carrera tan seria y prolongada como cualquier otra. Y ya llevo 38 años.

 

– ¿Qué queda de aquella muchacha que estudiaba en el Institut del Teatre de Barcelona y hacía mimo en la plaza del Pi?

– ¡Uf! Ha pasado mucho tiempo. Fue una época increíble. Allí estaba con Paco Mir, de Tricicle, o Jürgen Müller, uno de los fundadores de La Fura dels Baus. Éramos compañeros de promoción y hacíamos las prácticas en las calles del barrio Gótico. Mantengo la misma ilusión. Y mira qué es difícil. Pero mi amor por esta profesión está por encima. Interpretar nos hace manejar cosas muy grandes, textos de autores que han perdurado a lo largo de los siglos, que han sido importantes tanto para el pensamiento como para los valores de la sociedad. Y nosotros somos los transmisores para hacerlos llegar a la gente de hoy. Eso es sagrado. Por ello sigo respetando tanto mi trabajo y me duele cuando se desvirtúa. Reconozco que soy un poco purista.

 

– ¿Qué recuerda de sus comienzos?

– Hice de todo. Teatro en la calle, de extra en el cine… incluso music hall. Coincidí con Loles León haciendo espectáculos sicalípticos, que eran muy divertidos, aunque hoy habría que explicarle a la gente joven en qué consistían [risas].

 

– Luego llegó el Un, dos, tres y lo cambió todo.

– Por entonces ya llevaba tres años haciendo teatro profesional y había sido presentadora-cantante en un programa de televisión. Me llamaron para ese espacio y fue una experiencia muy enriquecedora. Semana tras semana interpretábamos nosotras un par de números musicales con coreografías, porque Chico Ibáñez Serrador era inteligentísimo y se amoldó a la época que vivía España, con el acierto de liberar a las azafatas del arquetipo de mujeres florero: nos quitó las gafas, nos puso unas mallas de baile… y nos hizo participar como artistas.

 

– Hacia finales de los ochenta decidió dedicarse en exclusiva a su faceta interpretativa. ¿Por qué?

– Al principio alternaba teatro, cine y televisión porque estaba en pleno aprendizaje, no tenía un rumbo marcado. Pero en un momento determinado, con el nacimiento de los canales privados, se me ofreció la oportunidad de ser presentadora oficial de una cadena con un contrato millonario. Y lo rechacé para desarrollar de manera tranquila y comprometida mi carrera de actriz. Nunca más volví a hacer algo que me pudiera apartarme de la interpretación.

 

– ¿Le costó dar ese paso?

– Rechacé mucho dinero. Algunos de mis compañeros y amigos no lo entendieron. Pero no me he arrepentido. Yo quería el respeto de la gente de mi profesión y no despistar al público. Y haciendo tantas cosas y siendo tan popular no lo podía conseguir.



– Al repasar su repertorio desde entonces hay algo llamativo: el cuidado con que están elegidos los trabajos. ¿Qué criterios la guían?

– A partir de los noventa me alejé de proyectos que no me aportaran a mí o al espectador. Siempre he buscado el teatro comprometido. En el cine también, pero he tenido menos oportunidades. Sí he apostado por óperas primas de nuevos directores: La madre muerta (de Juanma Bajo Ulloa), Nosotras (Judith Colell) o Amor, curiosidad, Prozac y dudas (Santesmases).

 

– En la pequeña pantalla también cuenta con un amplio registro de trabajos. ¿Hay alguno del que se sienta especialmente satisfecha?

– He tocado muchos formatos: comedia, drama, serie diaria, serie semanal… Recuerdo con mucho cariño Segunda enseñanza, que fue mi primera serie. La dirigía Pedro Masó y allí estaban Juan Diego, Ana Diosdado, Gabino Diego, Aitana Sánchez-Gijón, Ana Marzoa e incluso Javier Bardem. ¡Menudo grupo nos juntamos!

 

– ¿Y en el celuloide?

– Fue mágico trabajar con Juanma Bajo Ulloa en La madre muerta. Es un genio desaprovechado en este país. Karra Elejalde estaba en estado de gracia y Ana Álvarez hizo una creación de su personaje absolutamente inolvidable. Es uno de esos trabajos que te marcan por la calidad y por poder estar junto a gente tan buena.

 

– Hablando de esa convivencia, y volviendo al teatro, más de una vez ha comentado que le se retiraría con una obra que hizo en sus inicios: La loca de Chaillot. ¿Y eso?

– Conservo un recuerdo precioso de ese montaje porque trabajé al lado de personas maravillosas: Amparo Rivelles, Lili Murati, Margot Cottens, Carlos Lucena… Eran mayores, y yo una jovencita que hacía de la criada Irma. El texto de Giraudoux es magnífico, con una denuncia contra el progreso, la especulación y el egoísmo, además de plantear una defensa de la ecología. Yo me pasaba el tiempo entre cajas, viéndoles, aprendiendo. Y me encantaría hacer algún día ese papel.

 

– Muchos de esos intérpretes mayores piensan que ya no es tan fácil ganarse la vida con este oficio. ¿Usted también cree que el estatus del actor está condenado sin remedio a la precariedad?

– Ha cambiado mucho el engranaje. Hay más industria audiovisual, más cadenas, además de las nuevas plataformas. Hay más oportunidades para todo el mundo. Incluso en el teatro, con más salas que en el pasado. Pero eso conlleva una grave precariedad en los sueldos. Aunque si yo tuviera que elegir entre eso, que me permite acumular experiencia, y lo que yo me encontré al empezar, con solo dos cadenas de televisión, una producción de cine muy pequeña y escasas salas alternativas de teatro… prefiero lo de hoy. Si lo que de verdad quieres es intentar labrarte una carrera de actor, bienvenido sea, aunque ello te obligue a buscar un trabajo de mañana en otra cosa.

 

– ¿Es optimista entonces?

– Nunca hay que perder la ilusión. Y tampoco ponerte metas. Los récords son para el deporte, no para los artistas. El arte no se puede medir. A veces la oportunidad no te llega en la juventud. Mira a María Galiana, Carlos Álvarez-Novoa o la misma Terele Pávez, que lograron el máximo reconocimiento de mayores. A esta profesión no hay que ponerle condiciones, solo mucho amor y mucha generosidad.

 

– Y mucha preparación.

– Eso es fundamental. Aquí no hay que ir con prisas ni dispersarte tratando de abarcar más de lo que puedes. Tienes que profundizar en lo que haces. Cuando me ofrecieron mi primer Lorca, con dirección de Tamayo, me leí toda su obra y los estudios sobre él. Ahora, con la inmediatez de las redes sociales, todo es a lo ancho, muy desparramado. Lo que interesa es llegar a mucha gente, que tu imagen circule por todos sitios, que seas popular, que tengas muchos “Me gusta”. Pero no te paras a ahondar en tu trabajo, para conectarte profundamente con lo que haces. Y no nos engañemos, esa es la esencia de nuestro oficio, y no publicar fotos en Instagram de tu sesión de maquillaje o tu llegada al set de rodaje. No tenemos que centrarnos tanto en nuestro ombligo. El actor no es más que el vehículo del pensamiento y del mensaje de un autor. Por eso debes conocer al detalle a ese autor y su obra para poder convertirte en el medio de transmisión perfecto.

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