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29-07-2019


“En este oficio no se pierde la ilusión ni aunque tengas 180 años”

 


Casi seis décadas de carrera y decenas de papeles en teatro, televisión y cine junto a los grandes de la dirección y la interpretación convierten a Sonsoles Benedicto en una de las imprescindibles del gremio. Y eso que no escogió ser actriz


PEDRO PÉREZ HINOJOS

Se dejó llevar cuando, de pequeña, sus mayores le pusieron a aprender música para perfeccionar su talento para el canto. Y con tan buena voz, la convencieron también para que estudiara Arte Dramático. Solo cuando Sonsoles Benedicto (Cuenca, 1942) decidió tomar las riendas y “dejar de decir ‘sí, bwana’ a todo”, cayó en la cuenta de la suerte tremenda que tenía. Y del brazo de otro actor, el magnífico Antonio Medina, inseparable compañero de vida y oficio, y acumulando amigos e historias allá donde iba, entre alguna amargura muy honda, ha fraguado a lo largo de casi 60 años una soberbia carrera de actriz todoterreno con el teatro como eje pero con recias extensiones en la televisión. Tan perdidamente enamorada quedó de su profesión que ya casi ha olvidado que escogieron por ella. “Ahora puedo decir que, por suerte, no tuve elección”, confiesa con una sonrisa.

 

- Cuando una actriz lleva tantas funciones y tantos rodajes encima, ¿se queda con algo de sus personajes o conserva intacta su identidad?

- Yo siempre he dejado el personaje en el escenario. Me bajo y Sonsoles continúa su vida. Va a la compra, pasea, toma café con sus amigos… La lacra de nuestro trabajo es la eventualidad: no tienes seguridad en la duración de tus proyectos, no tienes horario. Pero a cambio, este oficio te da una libertad y unas vivencias que no encuentras en ningún otro.

 

- De su vida artística llama la atención que, sin tener antecedentes familiares en el gremio, se tomaran tan en serio su formación interpretativa. ¿Cómo fue eso?

- Mi madre nació en Francia, estudió música, daba clases de piano. Decían que yo cantaba muy bien. Y yo hacía lo que me decían. Comencé mis estudios en mi ciudad, Cuenca, y más tarde seguí en Béjar, Salamanca. Luego me mandaron a casa de mis tíos en Madrid, a estudiar canto en el Conservatorio de Música. Y pensaron que, si algún día llegaba a pisar un escenario, tendría que saber actuar. Por eso me pusieron a estudiar en la Escuela de Arte Dramático. Joaquín Dicenta y Mercedes Prendes fueron mis maestros. 

 


- ¿Qué recuerda de su debut como actriz?

- Fue en el 61. Un día apareció por la escuela Cayetano Luca de Tena buscando actores para La calumnia, de Hellman, en el Teatro Beatriz. Y me escogieron junto a María José Alfonso, Amparo Baró, María Massip, Montserrat Salvador, Manuel Gallardo… Fíjate qué plantel. Yo era una novata total. Recuerdo que María José llegaba con su novio en un coche con forma de huevo. Y Amparo fumaba y bebía whisky en el camerino. Y yo me decía: “Qué importante es” [risas]. Era una pardilla. Y me costó madurar

 

- Y Antonio, su marido, enseguida apareció en escena. 

- Al poco me contrató Tamayo e hicimos Divinas palabras. Ahí conocí a Antonio. Empezamos a salir, y cuando hubo que empezar la gira, mis tíos nos pidieron que nos casáramos. Y yo, obediente como siempre, me casé. El 1 de mayo hemos hecho 54 años. Comenzamos el viaje de novios en Puertollano, primera parada de la gira, y lo acabamos en Venecia. Hacíamos La celestinaTartufoLa divina Filotea El gran teatro del mundo, una obra extraordinaria.

 

- Los clásicos mandan en el más de medio centenar de obras de su repertorio. ¿Ha sido algo impuesto también?

- Es cierto que he hecho mucho clásico. Calderón me fascina. Y Valle-Inclán, García Lorca… Pero a mí me gusta sobre todo trabajar con buenos directores y actores, que sepan hablar, que sepan terminar las frases. La voz es muy importante porque la interpretación es comunicación. El teatro es un exponente de costumbres, pero ante todo es un acto de comunicación entre el actor y el público.

- Trabajar con los mejores directores, como le ha sucedido a usted, también debe ayudar.

- Ya lo creo que sí. Además de Tamayo, he trabajado con Gerardo Vera, José Luis Alonso, Carlos Alfaro, Andrés Lima, Sanzol, Mayorga, José Luis Gómez, Picazo, Josep Maria Mestres… O Martínez Soria, porque también he hecho mucha comedia. Además, tuve oportunidad de participar en experiencias únicas como el CNINAT (Centro de Iniciación del Niño y el Adolescente al Teatro) a finales de los años setenta, donde coincidí con enormes profesionales y llevamos el teatro a los más pequeños por España.



- En el cine y la televisión ha aparecido menos, aunque puede presumir de una docena larga de cintas desde principios de los setenta y de un premio de la Unión de Actores por La vida empieza hoy. ¿Siente que no le hayan dado más cancha ante las cámaras? 

- He hecho mucho cine, pero cosas pequeñas. E igual en televisión. No he trabajado más porque no me han llamado. En televisión lo último fue un papel en La zona. Y cuando me dieron el premio por la película, todos me decían que iban a empezar a llamarme. Pero nada. 

 

- Hablando de reconocimientos: también ha sido muy bien acogido su último trabajo teatral en Los otros Gondra, la continuación de Los Gondra. 

- Estoy encantada con ella. Me coincidió con varias cosas. Me llamaron para El curioso incidente del perro a medianoche. Y me llamó también Lluís Pasqual para hacer un Lorca. Pero Borja Ortiz escribió el papel para mí. ¡Yo es que soy una Gondra más! Es una historia familiar real y muy universal pese a estar ambientada en el País Vasco. Por eso creo que ha funcionado tan bien. Y sigue funcionando, porque vamos a hacer más bolos.



- Compañeros de su generación aseguran que antes se vivía mejor de este oficio. ¿También lo cree usted así?

- Pienso que las cosas son más duras ahora. Es dificilísimo que un actor o una actriz se gane la vida solo con su trabajo, debe compatibilizarlo con otros oficios. Salvo una minoría. Y me fastidia que en esa minoría no estén todos los mejores. A veces llega un patán, hace tres gracias en la televisión, o va de guapo, y se forra enseguida. Y el que vale, se muere de hambre haciendo teatro en la calle. Y eso, quieras o no, hace que se resienta la calidad de las producciones. Es inadmisible. No se puede tolerar tanta desigualdad.

 

- ¿Se lleva mejor con la gente joven en su trabajo?

- Quiero y admiro a todos mis compañeros. Muchos de ellos son jovencísimos, y es cierto, me gusta estar con ellos. Pero también con mayores. Y digo mayores, no viejos, porque viejos son los zapatos. Nunca he tenido una mala experiencia en mi trabajo como actriz. Y si veía venir algún problema con un compañero o compañera, lo he evitado y a otra cosa.


- ¿Qué es lo que más ama de su oficio?

- Ir descubriendo tu personaje, preparándotelo, conociéndolo. Y comunicarte con los compañeros. La ilusión por hacerlo bien no la pierdes ni aunque tengas 180 años. Siempre estás haciendo méritos, siempre estás aprendiendo. Y siempre tienes miedo. Aún me dan ganas de salir huyendo [risas].



‘Mujeres’, el adiós de Dunia y la luz de Sonsoles

Con un Estudio 1 en 1973 se estrenó Benedicto en televisión, un medio en el que se ha prodigado menos de lo que le hubiera gustado. Aun así, ha trabajado en una veintena de series, algunas tan célebres como Curro JiménezLa huella del crimenFarmacia de guardia Hospital Central. Su trabajo más continuado, no obstante, lo desarrolló en la divertida comedia Mujeres (2006), cuya acción transcurría en un barrio de Madrid. La produjo El Deseo, la dirigió el tándem Dunia Ayaso-Félix Sabroso y se emitió en La 2. El recuerdo de la actriz es agridulce. “Fue una experiencia estupenda. Me sentí muy a gusto. Dunia y Félix estuvieron maravillosos”, rememora, aunque su vínculo con la famosa pareja se ensombreció con la prematura muerte de Ayaso en 2014 y el paralelismo con el fallecimiento de su propia hija. “Éramos vecinos, vivíamos en el mismo barrio, nos veíamos. Pero ella se nos fue de pronto. Muy rápido. Las enfermedades son así. Como le sucedió a nuestra hija, que se nos fue en 15 meses”, lamenta. 43 años tenía Sonsoles, la única descendiente de la actriz, cuando murió. No siguió los pasos de sus padres y se dedicó a la publicidad. “Ella era toda vida”, evoca, “poseía una energía maravillosa. Por eso, aunque nos rompió su muerte y el vacío que nos ha dejado es inimaginable, nos da fuerza”. Benedicto dedicó a su memoria el premio concedido por la Unión de Actores gracias a su labor en la película La vida empieza hoy.

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