- Aprovechando su paso por ‘La voz dormida’, ¿hace falta más o menos cine sobre la guerra civil?
- Todavía quedan muchas historias por contar acerca de la guerra. Hay cicatrices que no están cerradas y esa herida dividió y sigue dividiendo. También hace falta más teatro político y no tanta comedia; creo que para eso existen otros soportes. Deberíamos tener más presentes a autores como Bertolt Brecht, porque el escenario está para hablar de política.
- Su papel de maestra republicana en ‘La señora’ le llevó a liderar, de lejos, las audiencias de los lunes. ¿Qué se lleva de aquella experiencia?
- Aquel personaje era precioso y, aunque hablé de él con los directores, esta fue una de las veces en las que eché de menos ensayarlo. Íbamos tan deprisa que no terminé de disfrutar y de relajarme del todo, pero así es la televisión. De allí me llevo el recuerdo de un papel maravilloso y de un rodaje en el que disfruté y aprendí mucho. Y aunque algún día en el mercado me pararon para charlar sobre La señora, siento que salí de allí con mi intimidad intacta. Y eso para mí es muy importante.
- Después de trabajar con Aranda, Zambrano y Almodóvar, ¿se atrevería a definir el cine español?
- No me atrevería porque, además, estos tres directores son muy diferentes y de generaciones distintas. Aranda es un clásico y el pionero de un cine más atrevido. Zambrano es un hombre inquieto, que investiga todo el tiempo. Tiene curiosidad y me gusta mucho. Almodóvar es un punto y aparte. Después de haber trabajado con él, entiendo su talento incluso mejor que antes.
- Como docente en Criatura del Arte, ¿qué idea se asegura de transmitir a sus alumnos?
- Aunque no sea exactamente una profesora, sí me gustaría que los estudiantes se quedaran con algunas de mis reflexiones. Veo que hay ganas de actuar, salir adelante y proponer textos y escenas, pero siempre hay quien trabaja con reservas, como si no estuviera dispuesto a todo. Yo intento transmitir lo contrario: que es la entrega lo que te hace crecer como actor. Si quieres aprender bien, necesitas mucha humildad, vencer todas las resistencias a este respecto. Antes de echar a volar, tienes que haberte metido en todos los aprietos del mundo.
- Y usted, ¿qué sabe ahora que no sabía cuando terminó sus estudios de arte dramático?
- Cuando estudié en la Resad los programas no estaban tan orientados como ahora. Conseguí mi título allí y empecé a trabajar, pero no sabía cómo crecer más ni a dónde ir. Probé con Juan Carlos Corazza, donde creo que se abrió una ventana. Estaba a gusto conmigo misma y desarrollé una química muy concreta, pero difícil de agarrar. Aquella fuerza siguió cuajando hasta que, un día, me vi trabajando con Krystian Lupa, que es para mí un maestro. Él me ha enseñado a no ir con el piloto automático puesto, que es algo en lo que caen incluso los grandes intérpretes. Me dio seguridad y libertad, y en esa búsqueda sigo hoy: en no mecanizar el trabajo. El teatro está vivo y el actor debe saber desde dónde empezar, pero no dónde va a acabar cada día. Él, como Daniel Veronese, me dieron la varita mágica con la que improvisar y sentirme libre. Eso es lo que he aprendido: la libertad.