– Queda claro que, para usted, la interpretación es un hecho colectivo.
– El trabajo en equipo es lo que más me interesa. Me gusta hacer bloque con los compañeros y sentir que todos contamos la misma historia. Haciendo piña con la gente se consigue una energía diferente.
– Cuando uno se entrega mucho en los ensayos y sobre el escenario, ¿cómo logra que ese estado anímico no invada la vida cotidiana?
– Hay que aprender a quitarse ciertos personajes de encima. Algunos no me los llevo a casa porque me pongo mala y empiezo a somatizar. Pero a otros me los quedo un ratito porque me dan buena energía.
– Perdóneme, pero habla un poco como una médium...
– Algo de eso hay [risas]. Los actores somos canales. Cuando un personaje está bien escrito, tiene su propia personalidad. Al finalizar cada función, esa energía suya se tiene que cortar, aunque a veces se queda. Pero es muy raro que ocurra lo de Johnny Weissmuller, que murió creyéndose Tarzán.
– ¿Ese nivel de exigencia es el mismo con un papel protagónico y con otro secundario?
– No en cuanto a memorización, claro, pero el personaje lo debes construir igualmente. Los actores tenemos que llevar una propuesta de personaje, aunque solo vaya a aparecer cinco minutos.
– ¿Es una especie de negociación con el director?
– Yo no lo negocio. Lo hago. Llevo mi propuesta, pero hay que ser flexible, tener oído para poder interactuar con el director.
– ¿Esa flexibilidad es imprescindible para cualquier actor?
– Diría que es imprescindible para la vida.