– Cuénteme cómo es un día de su vida cuando está rodando y otro cuando no lo está.
– Si estoy dos meses o tres concentrado en un proyecto, es difícil que piense en otra cosa. Me voy a la cama soñando con lo que voy a grabar al día siguiente. Ahora, rodando Un otoño sin Berlín, hasta me estoy involucrando en el guion. Luego puedo estar medio año de secano, pero ese cambio es parte del oficio y creo que nos tiene que gustar. Voy a seminarios para seguir aprendiendo. Siento la escuela de Juan Carlos Corazza y Manuel Morón como mi casa: vuelvo a ella cuando puedo. También retomo el piano o intento viajar. Por suerte, he elegido un nivel de vida que me permite mantenerme aunque no trabaje durante un tiempo.
– Dado que lo conoce bien, ¿cómo ve hoy el cine español?
– Los profesionales de nuestro cine están completamente en forma, pero faltan ganas de convertirlo en un elemento cultural fuerte. Ni de lejos recibimos el mismo tratamiento que en Francia. Pero, ¿quién es el cine español? Entiendo que si alguien invierte su dinero quiera ver resultados y para ello están las grandes producciones, que nos dan vida y contribuyen a que la gente tenga trabajo. También creo que debería haber sitio para todos, y aquí la industria mediana dejó de existir hace un tiempo.
– Quizá nos hemos acostumbrado a reírnos de cosas de las que no nos deberíamos reír en absoluto.
– La risa tiene poco que ver con tomarse las cosas con humor, sino que está más relacionada con el miedo. Me acuerdo de aquellos meses, con mis compañeros, eligiendo un porvenir a los 18 años: pensábamos que, si estudiábamos, tendríamos vidas prósperas. Y resultó ser mentira. Estando así las cosas, entiendo que mucha gente se pregunte por qué alguien querría ser actor.