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13-11-2014

 
Tamar Novas


“Los rodajes son para dejar a un lado los brillos individuales”


Malabarista de los tiempos y equilibrista de las trayectorias curvas. De la tradición gallega de contar historias. Adicto al aprendizaje, sentado en el pupitre o frente a la cámara

 
FRANCISCO PASTOR
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Cuanto guarda de natural en el gesto lo conserva, de prudente, en el verbo; y aunque sostiene un discurso, huye de la palabra política como de un depredador. “El debate partidista me provoca pereza; una pereza provocada desde el poder”, anota Tamar Novas. A juzgar por el generoso currículo que ha amalgamado a los 28 años, no parece que cuente con más alergias que esa. Alterna las grandes producciones de cine con las pequeñas, al tiempo que ejerce el teatro, indistintamente, en el Centro Dramático Nacional o en la recogidísima Casa de la Portera. 
 
   El azar le llevó a conocer, de niño, al José Luis Cuerda de La lengua de las mariposas (1999). Mientras elegía una carrera universitaria se vio envuelto por el Mar adentro (2004) de Alejandro Amenábar; y de él se marchó con un Goya a mejor actor revelación. De postre, a punto de licenciarse en Comunicación Audiovisual, se llevó Los abrazos rotos (2009) que le había dispuesto Pedro Almodóvar. “Son anécdotas. Cuando acaban los grandes rodajes vuelvo a la escuela para seguir formándome, como no dejo de decir que sí a todo lo que venga después”, repasa este compostelano que, afincado en Madrid, sueña con Nueva York. Y que rueda ahora mismo en Bilbao Un otoño sin Berlín, de la debutante Lara Izagirre, junto a Irene Escolar.
 
 

 
 
– ¿Aprendía en clase lo que luego le desmentían los rodajes?
– El entorno que he encontrado en la universidad o en las escuelas de interpretación es muy diferente a lo que he vivido trabajando. Y yo he podido poner a prueba en la práctica lo que me contaban en la teoría, pero aquello fue suerte: siento que la educación tendría que ser así para todos, más natural y cercana a aquello que se muestra en la clase. Recuerdo rodar y encontrar esa sensación de gremio, de compartirme con gente que aprendía según trabajaba.
 
– Un Goya, Almodóvar, Amenábar y Cuerda. Ha empezado su carrera donde muchos querrían terminarla.
– Sin embargo, yo siento que mi progresión ha sido de lo más normal. Siempre he visto el componente del azar no solo en mí, sino en las personas que me han rodeado. Si cada papel era excepcional era porque no tenía por qué haber más después. Recuerdo Mar adentro como una montaña rusa, pero me lo tomaba con naturalidad; básicamente, porque no tenía nada con lo que compararlo. Esta es una carrera de fondo y todo lo que resulta llamativo, como ganar un premio o trabajar con un director concreto, es una consecuencia más del trabajo.
 
– ¿Con qué soñaba entonces y con qué sueña ahora?
– Durante mi primer rodaje ni siquiera pensaba que alguien pudiera ganarse la vida actuando. Hará diez años, sí soñaba que tendría un oficio y que contaría con el respeto de mis compañeros. Los premios me dieron ánimo, pero también responsabilidad: la de no dejarme, seguir aprendiendo y encontrar herramientas nuevas. Me siento un intérprete porque estoy trabajando, y hace diez años no me imaginaba aquí. Ahora sueño con hacer las cosas mejor cada día. Y acabar en un lugar que no imagino hoy, claro.
 
 

 
 
– Sus papeles más recordados ocuparon partes pequeñas del guion. ¿Tienen los personajes de reparto una técnica concreta?
– Hay papeles pequeños que se llevan una película. Lo ideal es ver una obra y que todo esté en consonancia, al servicio de contar algo en común. Los rodajes son para dejar a un lado los brillos individuales. Formamos parte de un engranaje y lo primero, cuando me estudio un guion, es saber qué parte soy de él. Intento encontrar, desde la humildad, qué nota tengo que dar en la sinfonía. Y no toco más que esa nota.
 
– ¿Se conoce mejor uno mismo desde la interpretación?
– Me gusta usarme para trabajar. Intento que cada experiencia me sirva para curiosear y aprender sobre cosas que, de otra manera, no aparecerían en mi vida. Actuar me ayuda a conocer otras rutinas y formas de pensar. Hago preguntas a la historia y a mis compañeros e intento que afloren partes de mí mismo que ignoro hasta entonces. No sé qué me va a pasar delante de un toro si no me pongo delante de uno, y esta profesión me obliga a situarme en el primer plano.
 
– ¿Y qué ha aprendido sobre usted, entonces?
– Que me encantan los actores y me encanta compartir mi vida con ellos. Me gusta pensar que el primer intérprete que conocí fue Fernando Fernán Gómez, al igual que uno de los mejores recuerdos que guardo de llegar a Madrid fue pasear por la ciudad con Joan Dalmau, al que había conocido en Mar adentro. Recitaba poemas y me hablaba de sus vivencias. Fue un regalo. Me atrae la gente que quiere narrar historias: imagino que será por la tradición de contarlas que hay en Galicia, donde, por cierto, hay mucho talento a este respecto.
 
 

 
 
– Cuénteme cómo es un día de su vida cuando está rodando y otro cuando no lo está.
– Si estoy dos meses o tres concentrado en un proyecto, es difícil que piense en otra cosa. Me voy a la cama soñando con lo que voy a grabar al día siguiente. Ahora, rodando Un otoño sin Berlín, hasta me estoy involucrando en el guion. Luego puedo estar medio año de secano, pero ese cambio es parte del oficio y creo que nos tiene que gustar. Voy a seminarios para seguir aprendiendo. Siento la escuela de Juan Carlos Corazza y Manuel Morón como mi casa: vuelvo a ella cuando puedo. También retomo el piano o intento viajar. Por suerte, he elegido un nivel de vida que me permite mantenerme aunque no trabaje durante un tiempo.
 
– Dado que lo conoce bien, ¿cómo ve hoy el cine español?
– Los profesionales de nuestro cine están completamente en forma, pero faltan ganas de convertirlo en un elemento cultural fuerte. Ni de lejos recibimos el mismo tratamiento que en Francia. Pero, ¿quién es el cine español? Entiendo que si alguien invierte su dinero quiera ver resultados y para ello están las grandes producciones, que nos dan vida y contribuyen a que la gente tenga trabajo. También creo que debería haber sitio para todos, y aquí la industria mediana dejó de existir hace un tiempo.
 
– Quizá nos hemos acostumbrado a reírnos de cosas de las que no nos deberíamos reír en absoluto.
– La risa tiene poco que ver con tomarse las cosas con humor, sino que está más relacionada con el miedo. Me acuerdo de aquellos meses, con mis compañeros, eligiendo un porvenir a los 18 años: pensábamos que, si estudiábamos, tendríamos vidas prósperas. Y resultó ser mentira. Estando así las cosas, entiendo que mucha gente se pregunte por qué alguien querría ser actor.
 
 
 

 
 
– ¿Es justa esta industria?
– Imagino que todo lo justa que puede ser una industria. ¿Son justos los premios? Son una expresión concreta sobre una serie de parámetros. Todas las personas que estén ejerciendo esta profesión merecen mi respeto, ya que si están ahí es por algún motivo. Espero que sirvan de estímulo a quienes quieren llegar a eso. Hay otras realidades más tristes, como la cantidad de grandes talentos que no pueden vivir de su trabajo; como no estamos encauzando, de ninguna manera, el volumen de gente que quiere entrar aquí.
 
 
Algo personal
Un motivo para levantarse. Ver a mis amigos
 Una historia por ser contada. Si la tuviera, lo habría hecho
Algo en lo que creer. Que todo tiene un sentido
Un papel perfecto
. El próximo


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