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28-07-2015

 
Thaïs Blume



“Para mí la felicidad
es sencilla”



Tras la eclosión definitiva con ‘El Príncipe’ vive un momento tan dulce como el verdor de su mirada. Apasionada, polifacética y amante de los animales, solo le pide una cosa al futuro: más películas
 
 
FERNANDO NEIRA
Reportaje gráfico: Pau Fabregat
Anda convencida Thaïs Blume (Barcelona, 1984) de que el nombre propio marca en parte el carácter de las personas. Ella estaba destinada a engrosar el registro civil como Mireia, pero dos días antes del alumbramiento su madre se cruzó con el nombre de la cortesana egipcia y de allí nació una artista. Los indicios no tardaron en manifestarse: con apenas cuatro años, la niña Thaïs bailaba rumba y flamenco en plena calle cada vez que salía con mamá de casa. “Yo te consigo dinerito para que puedas comprar más cosas”, le prometía con desparpajo a su estupefacta progenitora.
 
   Recién inaugurada su tercera década, el destino le sigue hoy sonriendo a esta mujer guapa y menuda, de fulgurante mirada verdosa, que nos atiende en un parquecito de su refugio predilecto, Cornellà. El Príncipe le obliga a un trajín permanente entre Madrid y Barcelona, pero ella aún encuentra tiempo para encargarse de su productora y compañía teatral, En Tropel; militar activamente en la defensa de los animales (es adiestradora canina y etóloga: experta en psicología aplicada a mascotas), decorar a mano camisetas o zapatillas deportivas con preciosos dibujos… y hasta tener en orden un pequeño huerto cercano que le proporciona los mejores tomates y calabacines criados a orillas del Llobregat.
 
 
 

 
 
– Casi diez años de trayectoria, el éxito arrollador de El Príncipe… ¿Se siente cerca de la consagración?
– No, no. Por ejemplo, sigo sin soportarme la voz. Cada vez que me escucho hablando en pantalla me echo para atrás. Tiendo a pensar que yo no hablo o camino así, pero noto, eso sí, mayor confianza y solvencia. He experimentado una evolución en estos diez años. Si no…, ¡madre mía, mal íbamos!
 
El Príncipe aborda conflictos étnicos y sociales, violencia, terrorismo. ¿Alguna vez teme que estén pisando demasiados callos?
– La serie es una ficción que aborda temas muy fuertes, sí, pero por desgracia existen. No sé cómo pueden llegar a pensar las mentes más radicales, pero cuando estuvimos de visita en el barrio ceutí de El Príncipe recibimos una acogida buenísima. El problema allí no es la mezcla de culturas, sino el paro. Y la necesidad de sobrevivir a toda costa es lo que puede llevarte por direcciones erróneas, desde el tráfico de drogas a la yihad.
 
– En algún capítulo les han seguido 5,5 millones de espectadores. ¿Visualiza cuánta gente es esa?
– No, me resulta imposible hacerme una idea. Me doy cuenta de que es mucha por el recibimiento tanto en la calle como en las redes sociales, que son un hervidero. El martes se ha convertido en el mejor día de la semana.
 
 

 
 
– La última noche electoral usted tuiteó: “Cambio, cambio, cambio. Ada Colau, a dormir feliz”. ¿Qué le hacía hasta entonces dormir insatisfecha?
– Me costaba mucho sobrellevar que siguieran teniendo el poder los mismos, e incluso hoy aún conservan bastante. El cambio al que aludía aquella noche supone también una gran responsabilidad. Tanto Ada como Manuela Carmena son mujeres con fuerza, inteligencia y capacidad de implicar a la gente, al pueblo. Se equivocarán, sin duda, pero merece la pena apostar por algo diferente.
 
– ¿Cuáles son sus líneas rojas a la hora de expresarse en las redes sociales?
– Soy de naturaleza muy impulsiva, pero a veces he dejado en el último momento sin enviar algún mensaje que ya tenía escrito. Cuando tienes seguidores tan jóvenes has de ser prudente. Sobre cuestiones políticas, sin ir más lejos, hablo muy poquito. Procuro no faltar nunca al respeto e inculcar valores positivos: el aprecio por la cultura, la importancia de la valentía, el amor hacia los animales. En mi vida personal tengo más mala leche, me sublevan las injusticias y detesto la falta de respeto por los seres vivos.
 
– ¿Cuántos animales tiene ahora mismo en casa?
– Un perro y tres gatas. Desde pequeña he criado de todo, también patos, conejos o hámsteres. De niña una vez le escondí a mi madre 47 gatos en el garaje de casa. Acabó descubriéndome, claro, pero no me echó la bronca. Solo exclamó: “Ya decía yo que esta niña comía poco…”.
 
– ¿Tanto ha aprendido de eso que llamamos “animales irracionales”?
– Mucho. Los perros, por ejemplo, son pura fidelidad y amor incondicional. Me encanta su concepción de la familia, de la manada, ese empeño en que prevalezcan los demás sobre uno mismo. A veces pienso que me gustaría ser un perro. Su única preocupación es comer y dar cariño…
 
 
 

 
 
– Habla de colectividad, pero la interpretación a veces es un oficio de individualidades…
– No lo veo así. Para el buen resultado de Sin tetas no hay paraíso fue fundamental el compañerismo entre nosotros, que todos siguiéramos pisando con los pies en la tierra. Amaia [Salamanca], Xenia [Tostado], Iris [Lezcano] o Miguel Ángel [Silvestre] conservamos el contacto y somos así, gente humilde a la que no se le va la olla. Este trabajo funciona con el boca a boca, y cuanto mejor trabajes en equipo, más te llaman. Tiene su lógica.
 
– Me habría gustado ver su cara cuando recibiera la primera llamada de su representante: “Thaïs, están interesados en ti para la nueva serie Sin tetas no hay paraíso, tienen un papel de bailarina de strip-tease…
– Jajaja. Pues sí, al principio fue todo un sobresalto, pero ya me explicaron que provenía de una novela de éxito en Latinoamérica, que era un proyecto serio… A mí me suelen ir bien estos personajes un poco diferentes y duros, supongo que por las facciones de la cara y por la energía que pueda transmitir. Pero pienso en otros perfiles más tiernos, como el de Fátima en El Príncipe, su amor imposible…, y me encantaría llegar a probarlos. Y no digamos ya la comedia, claro, que es todo un reto. ¡Sobre todo si se trata de intentar que se ría el público catalán!
 
 
 

 
 
– Hablando de conseguir papeles, en Instagram le he leído: “El mundo casting es agonioso y estimulante a la vez…”.
– Porque tengo ese nervio interior que es consustancial. Soy muy impulsiva y muy cabezota: cuando quiero algo, lo quiero, lo quiero, lo quiero y no acepto una negativa. En el momento mismo en que entro en la sala del casting, los nervios se van y llega el instinto de supervivencia.
 
– ¿Qué tal le sentó a una mujer tan impetuosa entrar en los 30?
– Pues bien. ¡Pero si aparento solo 16! [risas] La edad es solo un número, y yo me siento contenta, vital y con más bagaje personal y profesional que cuando tenía 20.
 
– ¿Feliz, tal vez?
– Es que para mí la felicidad es sencilla. Creo en el poder de la mente. Somos lo que atraemos, lo tengo claro: lo he comprobado y esa es mi religión. Huyo del victimismo. Todos atravesamos desgracias, pero no puedes regocijarte en aquello que va mal. Por eso me esfuerzo en ser feliz con poquita cosa. No renuncio a mis aspiraciones y objetivos, pero me siento feliz con lo que tengo.
 
 
 

 
 
Más cine, por favor
 
Thaïs Blume fue la última musa erótica de Vicente Aranda en la incomprendida Luna caliente (2009), donde hubo de perder el pudor para abordar las escenas más tórridas. “Tenía 24 años, interpretaba a una Lolita enamorada de un hombre mayor, Eduard Fernández, y me daba miedo la reacción de mi madre y mi hermano, pero es de los trabajos de los que me siento más orgullosa”, anota con nostalgia por el reciente fallecimiento del director. “Vicente y un tío-abuelo mío eran muy amigos, participaron en el encierro de intelectuales de Montserrat y les tocó vivir los tiempos más negros para España y Cataluña”. También la hemos visto en 88, aquel thriller psicológico de Jordi Mollá, pero ella anhela nuevos largometrajes en su andadura. A finales de año encontrará hueco para Prevenidos, el segundo largo de Dani Zarandieta, ese joven geniecillo sevillano afincado en Nueva York. “El guion es un thriller maravilloso, un mano a mano con Iván Massagué, una cosa muy indie”, resume. E insiste: “El cine me apetece muchísimo. Te permite vivir cosas más cortas e intensas. Estoy muy abierta a ello”.
 

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