Tomás del Estal
“La generosidad es la clave.
En el trabajo y fuera de él”
Al de Salamanca le ha tocado vestir muchos uniformes policiales ante las cámaras, pero en la vida real es un firme partidario de la empatía y el tú a tú. Y sí: se le revolvió el estómago ejerciendo de franquista en ‘Las 13 rosas’
FRANCISCO PASTOR
Aunque ya había quienes se negaban a hacer la mili, allá a finales de los años ochenta, Tomás del Estal fue de los que sí accedió a hacerla. No se pudo escaquear, y al poco de acabar los estudios acudió a un cuartel en Estella (Navarra). “Me pasaba el día en el monte. Hacíamos maniobras de supervivencia. Sobrevivíamos con un chicle, una pastilla de Avecrem y una lata de conservas que, muchas veces, estaba caducada. Cuando acabé todo aquello me fui un tiempo de vacaciones, a asimilarlo bien, descansar y gastarme los ahorros”, relata el actor salmantino.
“Aquello era una competición permanente entre hombres. A ver quién hacía la barbaridad más grande. Y a mí me gustaba el teatro, que era todo lo contrario”, reflexiona en una cafetería de Madrid. Han transcurrido sus buenas tres décadas desde entonces y hoy, a sus 53 años, nuestro protagonista alterna estancias entre la capital, Zamora y Barcelona. Pero el uniforme no se lo quita: acaba de aparecer en la serie Antidisturbios, le tocó ejercer como soldado de Franco en Las 13 rosas (2007), fue un miembro destacado de los GAL (2006), inspector en El hombre de las mil caras (2016) y policía en Musarañas (2014). Y así hasta decenas de largometrajes que, como evidencian estos y otros títulos, suelen relatar episodios reales de nuestra historia.
Del Estal puede presumir de su trabajo con Almodóvar en Julieta (2016), pero también junto a González Iñárritu en la mexicana Biutiful (2010). Empezó su carrera en teatro, de mano de la célebre compañía circense La Fura dels Baus, pero no tardó mucho en pegar el salto al audiovisual. Entre paso y paso quedaron los fines de semana rodando cortometrajes junto a los amigos. O, ejem, aquello de robar algún carrito del supermercado, tan útiles como instrumento “de andar por casa” para hacer los trávelin. O aquellas mañanas tocando a las puertas de las productoras con una cinta de vídeo en la mano.
— Ahora, con las redes sociales y demás, se habría ahorrado las caminatas.
— Pero las redes no me atraen mucho, la verdad. Me suena que sí, que desde hace tiempo son imprescindibles, pero me gusta más el cara a cara. Tratar a la gente de cerca. Se me da mejor. Miro a los ojos cuando hablo y me gusta relacionarme. También lleva su tiempo, pero para mí es la única manera de trabajar. Diría que así llegaron mis primeros papeles, de forma puntual, en alguna serie. Me siento muy hormiguita, de pico y pala. Hasta tuve una novia arquitecta que, cuando el esto no me daba para el alquiler, me colocaba de peón en sus obras. Yo llamaba a mis amigos, y para allá que nos íbamos tres o cuatro actores a trabajar…
— Debía de tener muy claro, en ese caso, que quería dedicarse a esto.
— Sí, sí. Ya desde las obras de teatro del instituto, que a mí me llevaban a otro mundo. Yo era tímido e introvertido, y aquello me daba la vida. Y luego faltábamos a clase y nos colábamos en las sesiones dobles de los cines. Yo no quería ser el mejor actor del mundo, solo vivir de lo que me gustaba. Creo que de joven lo pasaba aún peor que ahora, por todo aquello de las expectativas.
— ¿Pero es que aún lo pasa mal?
— Un poco, claro. Cuando hago una prueba, intento darlo todo. Es un lugar en el que me la juego. Pero manejar eso no es nada fácil. ¿Cómo va nadie a saber en solo unos segundos si doy o no un papel? Llevo mucho trabajo hecho de casa, pero trato de ir abierto a todo. A que me dirijan. Hasta procuro aprender de las pruebas, porque el director me va pidiendo que suba de aquí, que baje de allá. Y si eso me hace viajar a alguna parte, pues esa experiencia que me llevo. La clave, para mí, es la generosidad. En el trabajo y fuera de él. Ahora estamos aquí sentados, hablando. ¿Qué sentido tendría que yo estuviera encogido, si tenemos la probabilidad de crear algo mágico?
— Esa generosidad encontrará a veces algunas resistencias.
— Se dice mucho que los intérpretes debemos trabajar desde la verdad. Pero la verdad no está solo dentro del actor. ¡También tiene que estar en el proyecto, en lo que hay alrededor! Si fuera no hay emoción, si no existe esa ilusión, pues ya la pondré yo. Suelo trabajar con actores generosos en ese sentido, pero cuando no es así, me toca hacer mi trabajo y el del otro. Creerme la historia por él y por mí. Yo me guío mucho por la intuición. Voy probando hasta que le cojo el punto a quien tengo enfrente. Este trabajo trata sobre la empatía, al fin y al cabo. Uno de los libros que más he leído es Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena. Me abrió muchas perspectivas sobre la naturaleza del ser humano. Actuar también es eso: ponernos en el lugar de quien creemos que está loco.
— Le ha tocado empatizar con unos cuantos personajes históricos.
— Pregunto mucho a los hijos de mis amigos qué estudian en Historia, en el colegio, y me quedo a cuadros. Desconocemos mucho nuestro pasado. Y cuando trabajo en una historia real me documento. Para Las 13 rosas tuve algún remordimiento. Era un capítulo negro, ¡y me tocaba de malo, de militar franquista! Estaba en las antípodas de todo lo que yo sentía.
— ¿Y cómo fue rodar una cinta sobre el GAL cuando ETA aún existía?
— Melchor Miralles, uno de los periodistas que destapó todo aquello, era uno de los productores de la película. Y venía a los rodajes con escolta. Era duro, la verdad. Rodábamos en localizaciones reales, en los lugares donde habían ocurrido algunos atentados. Y había un ingrediente de tensión que, desde luego, no poníamos entre los miembros del equipo, pero que nos llegaba de fuera. Recuerdo irme vestido de personaje por el casco viejo de Donosti. Y las miradas eran brutales.
— Con Antidisturbios también se ha producido cierto revuelo. En concreto, por el retrato que la serie traza de estas unidades policiales.
— Pues no podría estar más orgulloso de haber trabajado allí. Me pasaron unos archivos de vídeo con una versión aún inacabada, en la que faltaba algo de postproducción del sonido y algunos efectos especiales. Pero me quedé a cuadros. Vi los seis capítulos del tirón. Recuerdo bien la prueba, que fue larguísima: horas y horas de trabajo. Leí el guion y no me pareció para tanto. Se buscaba la empatía con ellos. Se les daba cierta caña en lo personal: consumo de drogas, machismo, una camaradería tóxica, malos tratos. Pero en lo profesional se les cuestionaba poquísimo. Hasta parecían unos pobrecitos. En cualquier caso, al final es una serie de ficción. ¿Qué es lo que cuesta entender de eso?
— ¿Qué les diría a aquellos actores y demás profesionales de la industria que han sugerido que las plataformas generan cierto exceso de oferta?
— ¿Y cuál es la alternativa? Antes competíamos con cuatro productos. Y nos comíamos lo que nos echaban, sin más, recién llegado de Hollywood. Había producciones apoyadas por un despliegue enorme de publicidad por todas partes. Se pasaban tres meses en cartelera. Gracias a las plataformas digitales ya no competimos contra unos pocos gigantes. Podemos elegir entre decenas de productos. Aun así, sigue siendo complicado plantar cara a las grandes producciones cuando eres pequeño. Es curioso: aunque la industria haya cambiado, la esencia de mi trabajo, lo que se espera de mí, permanece. Me pongo en la marca y, cuando alguien grita "¡Acción!", hago la secuencia.
— ¿Acabará acogiendo la Academia de Cine a las series en los Goya?
— En el caso concreto de Antidisturbios, me parece una película de seis horas. A la altura de cualquier largometraje. Es cierto que el cine siempre se ha considerado mucho más artesanal. ¡Pero es que ahora todos acabamos rodando en formatos digitales! Así que es una hipótesis que podría perfectamente acabar ocurriendo. Y no tendría nada de malo.