Toni Acosta
“Procuro no convertirme en
la abanderada de nada”
Basta con que pise el escenario para que empiecen las risas. Aunque represente un drama. Ahí surge el reto de superar las etiquetas de la industria. Y al llegar arriba, toca echar la cuerda a quienes están abajo
FRANCISCO PASTOR
REPORTAJE GRÁFICO: ENRIQUE CIDONCHA
La tinerfeña Toni Acosta sigue recordando bien sus primeros días en Madrid, donde emigró para crecer como actriz. Acude a su cabeza un momento muy concreto: salió del metro en la Gran Vía y se quedó mirando los rascacielos. Aquella panorámica le hizo verse entonces algo pequeña y sola. Hoy, según cuenta, esos mismos edificios le ayudan a sentirse afortunada. No es para menos. El año pasado esta intérprete de 46 primaveras trabajó en cuatro largometrajes diferentes: Yucatán, Los futbolísimos, El mejor verano de mi vida y Sin rodeos. Todos están entre los estrenos españoles más vistos de 2018.
Atrás quedan las clases de Arte Dramático que compaginó con trabajos como el de camarera o azafata. Hasta llegar a la escuela de Juan Carlos Corazza. “Él me hizo entender la profesión como un modo de vida”, anota la artista. Desde entonces no deja de fijarse en los gestos de quienes le rodean. Porque según dice, la formación no acaba nunca. Lo cuenta quien se curtió en las series Policías y Un paso adelante. Y quien más tarde conquistó al público desde la comedia. De ello se encargaron otras experiencias en la televisión, desde El síndrome de Ulises a Con el culo al aire o la diaria Gym Tony. De esta última recuerda con cariño las tardes estudiando en casa. Mientras sus dos hijos hacían los deberes del colegio, ella se aprendía el papel.
Estudiar trajo su recompensa. Acosta ya ha salido premiada en dos ocasiones del festival de Málaga. Su primera Biznaga de Plata fue en calidad de actriz de reparto gracias a Siete minutos (2009). La segunda, como protagonista, de mano de Cuento de verano (2015). Aunque lo importante, anota, es compartirlo. Entre las experiencias de su vida menta el hecho de coincidir con Shirley MacLaine en Como reinas (2016). O la secuencia que rodó junto a Terele Pávez en Mi gran noche (2015). Y eso que aquel personaje le ocupó solo dos jornadas de trabajo. Nada que ver con el medio año que duró la filmación de Señoras del (h)AMPA, la serie que Mediaset está a punto de estrenar.
— ¿Con qué sueña cuando piensa en el descanso?
— Me gusta recuperar las rutinas. La grabación de Señoras del (h)AMPA ha sido todo un disparate. Exteriores y mucha acción. Así que cuando paro, como ahora, no sueño con irme a las Bahamas, sino con quedarme en casa, pasear a mi perra y hacer yoga. El año pasado no tuve vacaciones. Y ese es mi propósito para este verano. Playa, montaña y piscina. Con mis hijos, como el resto de la gente. Aunque es cierto que han pasado solo unas semanas desde el final del rodaje y ya parecen años. Echo de menos tanto al equipo como al personaje, esa libertad que nos da el ser otra persona, alguien que no soy yo.
— Empezó su andadura en Policías, hace casi 20 años. ¿Cómo ha cambiado la televisión desde entonces?
— La pequeña pantalla alberga en la actualidad una diversidad que tradicionalmente solo existía en el cine. Hay películas de autor y piezas más experimentales, ¿verdad? Sin embargo, todas las producciones que se hacían hasta ahora en la televisión eran de método, con los ingredientes de siempre: un actor cachas y una actriz guapa. Por fin empezamos a ver series de autor. Y los espectadores piden cada vez más este tipo de ficción. Lo otro les suena a comida envasada.
— Muchos creadores aseguran que las imposiciones de las cadenas siempre existen. Es difícil conservar la pureza del todo.
— Justo en eso diría que Señoras del (h)AMPA es pionera. Se ha conservado tal cual lo que íbamos entregando. Ni siquiera han tocado el reparto, donde suelen disparar primero. ¡Y eso que en el elenco estamos muchas actrices del mundo del teatro! Que se respeten estas cosas constituye otro paso hacia una ficción mejor.
— El año pasado rodó cuatro películas. Y de las taquilleras.
— De niña me decían que llegaría lejos si trabajaba mucho. Lo de la hormiga y la cigarra. Pues yo me lo creí. Me gusta mi trabajo, aposté por él, volé desde Canarias a Madrid. Desde entonces ha habido temporadas en las que todo salía mal y otras en las que las cosas resultaban algo mejor. El año pasado, después de mucho tiempo y de trabajar en muchas películas que no llegaban a estrenarse o que se proyectaban solo en festivales pero no en las salas, todo encajó. Los cuatro largometrajes que rodé llegaron a la cartelera. Puede que sea suerte. O quizá hoy esté mejor armada para el mundo ahí fuera.
— ¿Destacaría algún recurso concreto que haya adquirido con los años?
— He aprendido a hacerme mayor en paz. No me peleo con nadie. Pienso que repetiré con este o aquel director y, ¡vaya!, cuando por fin alguno plantea un proyecto carece de papeles femeninos. Esas cosas ya no me alteran. Vengo de una etapa en la que había dejado de ser la joven pero no llegaba aún para hacer papeles para mujeres mayores. Ni la chica ni la madre: en tierra de nadie. Ahí empieza el trabajo invisible. Leo textos, ideo alguna producción, hago cursos. Incluso cuando estoy rodando me anticipo a las temporadas en las que llegará la sequía. Y voy a ver a mis amigos al teatro. Trato de ayudarles a que vayan encontrando más papeles. Les presento gente.
— ¿Es responsabilidad de los actores, y en especial de los que están mejor situados, ser solidarios en este sentido?
— Desde luego. Conozco a artistas muy buenos que no encuentran trabajo. Pienso en ellos. Les pongo en contacto con los productores con los que guardo alguna relación. Si llega a mis oídos que algún personaje anda libre, me pregunto cuál de mis amigos encartará en el papel. Y trato de que hagan la prueba.
— La industria decidió que usted encajaba en la comedia.
— Sí, sin ninguna duda. Da igual que represente un drama en el teatro: en cuanto piso el escenario, la gente se ríe. Todo empezó en los monólogos de Cincomujeres.com. Me empeñé yo en aparecer allí. El humor es un don: lo llevamos con nosotros, pero requiere cuidados. También hemos de ser honestas con nuestro trabajo. Quiero pensar que hice un papel diferente en cada una de las películas que rodé el año pasado. Llevo a los ensayos una propuesta perfilada. En comedia siempre es más fácil bajar que no llegar, así que yo acudo muy encendida.
— Los intérpretes con acentos del sur lamentan que muchas veces se les elija solo para la risa.
— Llegué a Madrid dispuesta a que nadie me quitara el mío. Pero enseguida me di cuenta de que no me podía obcecar. Y menos en el teatro, porque nos tenemos que hacer entender ante toda una platea. En muchas escuelas de Arte Dramático, sobre todo fuera de España, lo primero que se aprende es el acento neutro. Y si queremos rodar en Norteamérica, nos tocará aprender inglés. No pasa nada. El ego es nuestro peor enemigo. Pero sí diría que a los andaluces y a los canarios nos dan siempre el papel del gracioso. ¿Qué pasa, los catalanes no tienen humor?
— Alguna vez ha contado que se ha sentido como un producto.
— Y huyo un poco de eso, pero no siempre es sencillo. Yo trato de ser una buena feminista. Pido los mismos derechos y las mismas oportunidades. Voy a muerte con algunos movimientos sociales, pero procuro no convertirme en la abanderada de nada. Me invitan a talleres sobre feminismo o sobre la mujer, y normalmente digo que no. Porque a veces, sin darnos cuenta, las caras visibles nos convertimos en las protagonistas. Y desaparece la causa. Cuando escribí un tuit en favor de Aina Clotet [perdió un papel a raíz de su embarazo] la prensa se quería plantar en mi casa. Me di cuenta de que no buscaba eso, así que decidí protegerme más. Al hacerlo, cuido también de los productos en los que estoy, en los cuales trabajan grandes equipos. No quiero que nadie deje de recibir la atención que merece por mi culpa.