– Alguien pensará que, como era “hija de”, nunca hizo usted una prueba.
– Ya ve que no. Hice aquella prueba y alguna otra, pero cuando yo empezaba no se hacían tantas. En cine, el concepto de casting era inexistente.
Almodóvar desesperado
Verónica Forqué es de las pocas actrices, si no la única, que en un mismo año obtuvo dos Goyas, uno por su trabajo como actriz de reparto en Moros y cristianos, de Berlanga, y otro como protagonista en La vida alegre, de Colomo. Esto ocurrió en 1988, primer momento de verdadero apogeo de su carrera. “Fue un tanto absurdo, la verdad”, reconoce Forqué.
– Usted y Carmen Maura eran las reinas de la nueva comedia española.
– Se dice que esa nueva comedia la inauguró Trueba con Opera prima en 1980, pero yo creo que antes fueron Fernando Colomo y Carmen Maura con Tigres de papel. [En efecto, es tres años anterior]. Yo adoraba a Carmen Maura y la veía como un ejemplo de actriz. Ella ya me había contado que había rodado una comedia con un director nuevo que dejaba improvisar a los actores, como en el cine francés. Cuando Colomo me llamó para La vida alegre, fui muy feliz. Pero para mí había sido importante hacer unos años antes ¿Qué he hecho yo para merecer esto? con Almodóvar.
– En 1984.
– Eso es. Pedro estaba desesperado buscando una actriz que le hiciera el papel de la prostituta Cristal. Ninguna quería, ni Ángela Molina, ni Victoria Abril... Carmen le habló de mí, porque ya me había visto haciendo comedia con Paco Valladares en el teatro, pero Pedro me conocía por papeles dramáticos como el de Ramón y Cajal. No pensaba que pudiera hacer con gracia a la cándida Cristal.
– Es curioso, porque hoy se la conoce más por sus papeles cómicos.
– Entonces no. Todo cambió a raíz de ese papel en la película de Pedro. Me tuvo que contratar a la desesperada, porque no tenía otra opción. Tuve mucha suerte y todo salió bien; él quedó muy contento, hasta el punto de que volvió a llamarme para Kika, y la película funcionó de maravilla. Desde entonces empecé a hacer cine sin parar, y mucha comedia.
– ¿Le molesta que se la vea como la personificación del candor en lugar de tener un perfil con más aristas?
– He hecho muchas cosas distintas, sobre todo en teatro. Doña Rosita la soltera, ¡Ay, Carmela!... Esta la hicimos Santiago Ramos y yo con dirección de Narros justo antes de la crisis, entre 2006 y 2008. Aún me parece estar viendo a Santiago sentado en el asiento delantero del coche leyendo el periódico y comentando: “Se está liando una gorda en Estados Unidos. Ha quebrado Lehman Brothers, un banco importantísimo”. Quién lo iba a imaginar; mire cómo estamos... A lo que iba, yo siempre he tenido una suerte inmensa y, por otra parte, soy como soy, no me puedo cambiar. Podrás mejorar, pero estás condicionado por tus ideas, tu físico, tu voz, tu historia, tu familia. Y yo no puedo estar más que agradecida por todo lo que he vivido en la profesión.
– Vamos, que no reniega de esa imagen de ingenua.
– Cómo voy a renegar. Yo sé de sobra que es así. No me van a dar el papel de Lady Macbeth, eso ya se lo digo yo.
– En 1995 triunfaba con la serie ‘Pepa y Pepe’, con su exmarido Manuel Iborra como director y Tito Valverde en el papel de Pepe. ¿Por qué dejaron de hacerla?
– Por la ignorancia de la juventud. Si me pilla hoy, le aseguro que no la hubiéramos soltado así como así. La hicimos, tuvo éxito y, en lugar de plantearnos seguir, como quería la cadena, pensamos “a otra cosa mariposa, ya haremos una nueva”.
– Pero no le faltó el trabajo. ¿Para usted no hubo esa barrera de cristal con que se topan las actrices cuando cumplen años?
– Sí, claro [enfática]. Pero eso me está ocurriendo ahora. Cuando llegamos a mi edad [61], las mujeres dejamos de ser interesantes, pero no solo para el cine o la televisión, sino para la sociedad en general. No hay papeles importantes para nosotras. Siempre ha sido así, y no solo en este país, aunque al tener una industria pequeña, se nos ven más las costuras. Me lo decía mi madre cuando hacía tanto cine: “Disfruta ahora de las películas, que luego se acaban. Pero verás cómo el teatro no te abandonará nunca”. Y así ha sido. Llevo diez años enganchando montajes en los escenarios: ¡Ay, Carmela!; Doña Rosita la soltera; La abeja reina... Esto a los hombres no les afecta tanto.
– Dice que es un problema de la sociedad en general.
– Sí, claro. No interesamos. En cuanto dejamos de desprender sensualidad o de ser objeto de deseo, en cuanto pasamos a ser abuelas, somos invisibles. La vejez y la muerte son temas que evitamos como sociedad.