Blasco Ibáñez: triunfador, republicano… y censurado
El gran novelista valenciano tardó en llegar al cine español. Y cuando lo hizo, en ‘Cañas y barro’, fue en una versión despedazada
JAVIER OCAÑA (@ocanajavier)
Durante los primeros años de dictadura siempre resultó extraño que, pese a la enorme fama del escritor Vicente Blasco Ibáñez en el extranjero, a las adaptaciones de su obra realizadas en Hollywood (de Sangre y arena a Los cuatro jinetes del Apocalipsis), y al hecho de ser un cineasta valenciano con novelas ambientadas en su tierra, la productora más poderosa de la época, Cifesa, radicada en Valencia y con jefes de allí, nunca hubiera adaptado alguno de sus libros.
A principios de los años 50, Juan de Orduña, que venía de dirigir la tetralogía histórica formada por Locura de amor, Agustina de Aragón, La leona de Castilla y Alba de América, fue el primero en intentarlo. Lo hizo con Cañas y barro, pero la censura acabó prohibiendo aquel primer proyecto, entonces escrito por Vicente Escrivá, y hubo que esperar a una segunda tentativa del director, ya en 1954. Como desvela Rafael Nieto Jiménez en su libro Juan de Orduña, Cincuenta años de cine español (1924-1974), Amparo Rivelles iba a ser la protagonista, pero la actriz declaró en su día a la prensa: “Si se rueda la película según el guion de Escrivá, será el mejor papel de cuantos se han hecho en España. Sencillamente extraordinario. Ahora bien, el tema es muy fuerte y hay que contar con la censura. Es posible que el papel haya que suavizarlo y pierda matices, y se convierta en uno de tantos”. La estrella de la interpretación ya lo veía de lejos, y así fue: aquella versión de Escrivá nunca se rodó y ella quedó apartada del segundo proyecto.
Era de esperar. La novela de Blasco, republicano, se explayaba con los grandes propietarios por el injusto reparto de la tierra, tildaba al clero de parásito y mostraba las terribles condiciones de la vida campesina. En las diferentes tramas, para colmo, se aunaban el adulterio, el aborto, el infanticidio y el suicidio. Así que, pese a cargar todas las tintas en el personaje de Neleta, evitar el adulterio y cambiar el final, al guion de Escrivá no se le dio el visto bueno. Demasiados problemas. La pobreza de la gente se colaba por cualquier esquina del texto y el franquismo no podía permitirlo. Consecuencia: Orduña encargó una nueva versión, mucho más ligera, a Manuel Tamayo.
Este segundo guion presentado a censura, y finalmente aceptado, acumulaba cambios respecto de lo escrito en la novela, sobre todo al final. Pero la base para que fuera permitido estaba en la esencia moral, radicada esta vez en el remordimiento y en la redención cristiana. Además, la película se tomaba la libertad de empezar cuando la novela lleva ya un tercio, eliminando así las desventuras sociales y laborales de las dos primeras generaciones.