#VozEnOn
Propósitos
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Es frecuente empezar el año con buenos propósitos. Deseos que cada uno de nosotros convierta en hábito. Desde comer mejor y hacer deporte con regularidad a usar menos el teléfono móvil y, en general, a cuidar el día a día con una buena lectura o una buena película. Propósitos que a medida que avanza el año se suelen ir olvidando o quedando sepultados por la rutina malsana y el trabajo. Aunque de todas estas intenciones, la visión de una película o una serie suele permanecer como acto que alivia muchas cosas cotidianas: soledades, días nefastos y todo tipo de urgencias. Tal vez ni sea un propósito y sí una realidad.
Dos. El cine nos ha conquistado. Hace mucho que fue así. Todos a los que nos gustan las películas y las series de televisión nos lanzamos a opinar sobre ellas. Es un acto de amor y de conocimiento por uno mismo. Y, sin embargo, los criterios de crítica y público suelen ir por derroteros diferentes. Como si el público y la crítica fueran entes de planetas distintos. Cada uno con su idioma, por lo que la comunicación en ocasiones resulta complicada. Es una situación que no ha cambiado. Dan igual los propósitos. ¿Por qué hay esta separación entre ambos? Una desavenencia que incluso salpica a este espacio, como si el cine de vocación comercial y el cine de autor no formaran parte de lo mismo.
Tres. Las películas de Santiago Segura funcionan en taquilla pero no suelen ser valoradas por la crítica, cuando son un ejemplo de cómo a través de lo popular, sin discursos, son capaces de mostrar las diferencias entre hombres y mujeres, sus miedos, soledades, rutinas, mentiras y máscaras que nos ponemos como personas y esas necesidades sentimentales que en ocasiones no sabemos discernir mediante una comedia familiar. También ha funcionado en taquilla un thriller como La infiltrada, de Arantxa Echevarría o un drama social como El 47, de Marcel Barrena. Ninguna es considerada cine autoral, pero conectan con públicos amplios y, a la vez, suponen un éxito para el oficio, porque acaso el éxito dentro del cine no es seguir haciendo cine. Y, claro, para ello, es esencial que las películas funcionen.
Cuatro. La reflexión es más compleja, por supuesto. Pero eso no elimina la ecuación de que vivamos en una confusión constante. Una ceremonia confusa que celebra las redes y los espacios que se dan para expresiones sin filtro. Y es que hay muchas variantes en dicha ecuación. No solo la publicidad, promoción o el número de copias con las que sale una película, la misma dinámica y el modelo narrativo con el que se concibe. Y qué mejor indicio de un cine saludable que este sea heterogéneo, huya de cualquier homogeneización. Tal vez este sea el verdadero propósito (o el punto de conexión) tanto de crítica como de público.
Cinco. Que se puedan ver películas de género de terror como El llanto, de Pedro Martín-Calero, propuestas más clásicas como El 47, de Marcel Barrena; o cintas más atrevidas y arriesgadas como Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, constata la misma diferencia entre el público y la crítica. Y quizás este sea el mejor síntoma posible. El abrazo a pensar y disfrutar de manera diferente del amor del cine.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla