#VozEnOn
David Lynch sigue vivo
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Leí en distintos medios de comunicación que David Lynch había muerto. Probablemente sea cierto, pero también lo es que el genio existe, sigue aquí, entre nosotros. Nunca se irá ni nos abandonará, aquí, allí y en todas partes. Estoy seguro de que su mirada siempre asombrosa no desaparece en cada espectador que se acerca a su filmografía. Y es que fue el primer cineasta que me voló la cabeza, extendiendo la materia gris por el aire. La dejó desperdigada de manera irremediable. Y por ahí sigue, junto a la compañía de esas imágenes que nublan, que volvemos a imaginar para abrir otras consciencias.
Dos. Tal vez por esa razón he recordado que en una comida de hace muchos años con Antonio Banderas y otros invitados empecé a hablar de Terciopelo azul. O es que quizás ya había entrado en los abismos lynchianos y era mejor no salir de ellos, bucear por sus profundidades para expandir lo que somos como en los universos expandidos de las ficciones de la cultura popular.
Tres. En una entrevista que le hicieron al escritor Thomas Ligotti le preguntaron qué es el arte. Y él respondió: “Distracción, escape, una manera de transformar lo intolerable en disfrutable, un premio de consolación que nos regalamos por continuar existiendo”. David Lynch nos ha regalado la existencia a través de sus películas. Ha mostrado lo extraño y desconocido del mundo y la condición humana por medio de ficciones que nos sumergen en luces y sombras inesperadas.
Cuatro. Creo que no exagero cuando afirmo que el director de Twin Peaks quizás sea uno de los artistas que mejor han reflejado el espíritu de nuestra época. Un autor que vaticinó el malestar y el mal en el que nos movemos con extraña normalidad. Sus obras lo atestiguan. Nos conducen por esas curvas de Mulholland Drive, confunden sueños y vigilias, nos introducen en estados desconocidos abriendo puertas al otro lado, distorsionando lo cotidiano, eso que creemos cercano y cálido.
Cinco. La vida de cualquier persona, se quiera o no admitir, se caracteriza por la incertidumbre. Y esa inquietud, ese desasosiego es el que define su cine desde Cabeza borradora. Las imágenes de Lynch se mueven por los puntos suspensivos, por esa zona inefable, por lo que apenas se dice y a veces hasta cuesta asimilar, aunque en apariencia sea común. El comienzo de Terciopelo azul lo atestigua con la claridad purificadora del agua para adentrarse en ese césped que nos conduce al horror.
Seis. En una sociedad que tiende a gritar, el cine de David Lynch es un susurro inquietante que nos lleva a otro estado, a otro sitio más revelador, más oscuro, donde la extrañeza nos termina por definir. Lo hizo en su cine y cuando abordó la narración serial rompió los estándares tradicionales con Twin Peaks. Esta serie es un desafío, una reimaginación del mito de Orfeo, como lo es Terciopelo azul. Nos adentramos sin remedio en un espacio de incertidumbre, vacilante, para llevarnos a zonas que existen, aunque algunos no quieran ver ni mirar.
Siete. Si hablo de David Lynch en este espacio dedicado al cine español y latino es porque el cineasta no tiene nacionalidad, o las tiene todas. Va más allá de algo tan mundano como ser de un lugar concreto. Su arte nos invoca. Nos conduce al otro lado del espejo donde se revela el cielo y el infierno de cada uno de nosotros.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.