La inutilidad esencial de la crítica de cine
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. El cine es un juego y nos hace más libres. Pero, no lo olvidemos, es un oficio lento, tenaz; lleva años levantar una película y solamente unas horas valorarla. Y sí, ya se sabe que no hay una vara de medir por la cual se pueda decir por qué una película es buena o no lo es. De hecho, dos críticos de cine con la misma formación son capaces de discutir coléricamente sobre la misma película, que a uno le puede parecer espléndida y al otro, un verdadero bodrio. Y está bien que sea así, simplemente porque amplía ese juego de libertad que genera la película en la persona que reflexiona sobre ella y en los espectadores.
Dos. Por eso, cuando un chico o una chica joven dice aquello de que quiere ser crítico de cine habría que aplaudirle, no verter sobre su entusiasmo las teorías apocalípticas de que la crítica está en la UCI y que ha perdido la relevancia que tuvo, que es un oficio sin futuro. Precisamente porque ese ejercicio, el de la crítica cultural de cualquier tipo, permite a la persona fomentar su libertad, la autocrítica, conocerse a sí mismo y hasta salvarlo.
Tres. Durante la década de los sesenta y las siguientes, los críticos de cine tenían un prestigio que en el siglo XXI se ha perdido con la facilidad con que un refresco pierde el gas. Y, por extensión, la utilidad de la crítica y la percepción que los espectadores tienen de los críticos. Las cuestiones salen en tropel, desparramadas, igual que ese refresco agitado antes de abrirlo: ¿Por qué ha perdido fuerza la crítica? ¿Qué función tiene actualmente la crítica cinematográfica? ¿A quién se dirige ? ¿Quién la lee? ¿Qué valoración tiene por parte del público o de los profesionales del medio? ¿En la actualidad tiene sentido la crítica?
Cuatro. Las preguntas podrían multiplicarse como cuando a los Gremlins se les moja, ya que en los últimos años esta actividad se halla en un terreno movedizo, pues la crítica ha ido disminuyendo presencia en los medios tradicionales en beneficio de una información que casi siempre está condicionada por el marketing y por las estrategias de promoción de la industria. Esto se ha traducido en un reducido espacio de la crítica en los periódicos e incluso en las revistas especializadas y la democratización de la opinión, lo que perspicazmente el crítico Antonio Weinrichter denominó la “Babel del gusto”, mientras el escritor Claudio Magris lo llamó la homogenización cultural.
Cinco. Tal vez todo lo anterior sea cierto. Tal vez la crítica haya perdido su prestigio, pero no la necesidad y su vigencia en estos tiempos. Ni mucho menos que los jóvenes aspiren a convertirse en críticos. La figura del crítico y su ejercicio es una acción válida para fomentar un conocimiento cultural más allá de la propia película. Y eso con independencia de que un crítico tenga una valoración positiva y otro negativa, ya que los críticos indagan sobre las posibilidades del lenguaje visual y escrito, buscan mediante la autocrítica y el análisis, asocian el cine con otras disciplinas artísticas, profundizan y se bifurcan en los caminos que exponen, con independencia de que se esté o no de acuerdo con ellos. Al menos los críticos a los que les preocupa su oficio. Aquellos que no se adscriben ni a clubes de fans ni a haters arrastrados por las redes o lo que se imponga en el momento. De los clásicos como José Luis Guarner, Miguel Marías, Jos Oliver, Alfonso Sánchez… a Sergi Sánchez, Enric Albero, Andrea Morán, Andrea Gutiérrez Bermejo, Javier Ocaña, Cristina Aparicio…, etcétera.
Seis. A nadie se le escapa que llevamos años asistiendo a constantes mutaciones culturales y tecnológicas que favorecen que el juego o papel que debe jugar la crítica en el ámbito de la esfera pública. Sin duda alguna, en esta extraña época de aceleración en el que las opiniones no parecen mantenerse apenas un instante, los críticos de cine y su función no solo son islas reflexivas y creativas, sino una forma de ver, entender lo audiovisual y sus conexiones contextuales.
Siete. El futuro de la crítica es el deseo de los jóvenes de ser críticos de cine. Es un motivo de alegría. No descubro nada cuando digo que en esta sociedad cambiante la representación de la crítica de cine (léase cultural) está cambiando, pero al mismo tiempo ese desafío (que no es otro que la esencia misma de la crítica) es la gasolina y la muestra de la necesidad de la misma.
Ocho. Además, no lo olvidemos, la crítica es algo mutable que se ejerce de distintas formas y modos, desde la programación en festivales de cine, a filmotecas, museos, comisariados y otras acciones que contribuyen a generar una acción viva y estimulante, una acción que favorece no solo dialogar y comprender con la película y sus conexiones, también, su relación con el contexto al que pertenece. Ejercer la crítica es jugar, mantener la capacidad de asombro, de curiosidad, de conocimiento, esa actitud crítica y sana que es recuperar la inquietud de la vida por el descubrimiento cuando se es un niño desprejuiciado.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.