Apuntes desordenados sobre desconcierto y continuidad
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Esta semana me invitaron a dar una charla sobre cine a unos niños de cuarto de primaria. Tenemos tan interiorizado que una película o una serie no se rueda en continuidad temporal que, cuando se lo dije a los chicos, estos se sorprendieron y empezaron a preguntar pero cómo es posible y hasta hubo más de uno que no se creyó lo que les decía, mientras reían y quebraban el silencio. Claro, al comentarles que igual lo primero que se rodaba era el final, después alguna parte del comienzo y así sucesivamente; o que a veces por disponibilidad de los intérpretes quien le daba réplica no era el actor o la actriz, sino alguien similar que veíamos en escorzo; o que si se paraba la grabación de la escena y los protagonistas tenían determinada ropa y objetos, debían estar tal y cómo lo habían dejado al comenzar de nuevo, todos los chicos me cuestionaron cómo iban entonces a entender la historia, cómo se acordarían de cómo estaba todo y cosas por el estilo. Preguntas, por otra parte, de lo más sensatas, que ponen de relieve la percepción de un niño y la de un adulto. Entonces les hablé del raccord y la figura de la script y la revolución en el aula fue más que patente. Y es que no era para menos.
Dos. Mientras pensaba en cómo salir del jardín en el que me había metido, me acordé de Yuri Beringola, una script que lleva más de 40 años trabajando y que sigue en activo. No solo es una profesional querida y admirada, es que además ha trabajado con los cineastas más importantes. Me pareció que necesitaba a Beringola a mi lado. Y también pensé en el poco reconocimiento que se les da a los técnicos que ponen orden en el caos de cualquier creación.
Tres. La clase seguía revuelta y agitada y fuera de continuidad, pero a la docente no parecía preocuparle, como si fuera su día a día. ¿Tal vez se necesite una script en cada aula? Es más, ¿por qué no una script en la vida? Como veía que contándoles fallos de continuidad en películas famosas que incluso ellos habían visto como Toy Story 3 la cosa no mejoraba, les propuse un ejemplo práctico. Una escena en la que dos compañeros, A y B, hablaban mientras A pasaba una goma a B. Entonces, la escena se cortaba para retomarla al cabo de un tiempo. Después de charlar con ellos sobre otros técnicos que participan en el rodaje, se volvía a grabar, pero ya sin que el compañero B tuviera la goma en la mano, para demostrar esa ruptura de la continuidad en la misma escena.
Cuatro. Sé que es un ejemplo de lo más tosco, pero fue eficaz, pues de este modo se hicieron una idea de la continuidad en el cine. Les conté que ese intervalo de minutos que ellos y yo habíamos experimentado, en el cine puede suponer horas, días e incluso semanas. Que el tema era más complejo de lo que parecía porque se asociaba no solo al espacio y al tiempo, también al vestuario, maquillaje, peluquería, etcétera. Les conté que cualquier escena, por sencilla que fuese, está repleta de detalles, y que esa figura, la script, es la que cuida de ellos, y que precisamente esos detalles otorgan verosimilitud a lo que se narra. Y, ya puestos, les dije que lo tuvieran presente en sus acciones, que en los pequeños detalles está gran parte de las alegrías de la vida. Aunque, para ser francos, la clase me miró como a un alienígena, o incluso como si fuera una de esas vainas salidas de La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956).
Cinco. Al menos cuando me marché sí que entendieron (o eso quiero pensar) que las películas se ruedan en orden aleatorio y que entre una escena y la siguiente pueden pasar días o semanas. De ahí que la script sea esencial en el desarrollo de la película, alguien ordenado al que le confías la parte fundamental de la extrañeza de la continuidad, la que lleva el control total del rodaje, como una Jean Grey o un profesor Xavier, capaz de tenerlo todo en la cabeza y de seguir y organizar la complicación de cualquier rodaje y de la azarosa vida. Personas mucho más importantes de lo que parecen. Personas que vigilan los detalles para que la magia del cine nos traspase en forma de historias que laten con un corazón invisible.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.