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Biznagas de Oro, a propósito de nuevas miradas y realidades
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Finalizó el 26º Festival de cine de Málaga. La edición con mayor programación y también una de las más variadas, con películas estimables que demuestran o constatan la poliédrica mirada hacia el mundo de cineastas que exploran nuestra realidad para captar conexiones identitarias que respiran las preocupaciones de hoy. Desde hace años el certamen ha premiado o dado a conocer directoras que exploran nuevos relatos y sensibilidades para sacar a la luz identidades que insisten en ser vistas.
Dos. Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa; Las niñas, de Pilar Palomero; Verano 1993, de Carla Simón, o Las distancias, de Elena Trapé son algunos ejemplos de las Biznagas de Oro de los últimos años, a los que se suma la ópera prima de Estibaliz Urresola y su 20.000 especies de abejas; y, en el lado latinoamericano, la panameña Las hijas, de Kattia G. Zuñiga. Películas donde lo esencial es la forma de mirar, pues es una mirada que revisa la ficción bajo otro prisma y que se puede relacionar con la posición que ocupó Chantal Akerman en la lista de mejores películas que hizo hace meses la revista Sight and Sound.
Tres. Tal vez lo más relevante es que nos encontramos con miradas sin prejuicios que reflexionan sobre preocupaciones de las que apenas se hablaban o lo hacían de un modo esquinado hasta no hace demasiado. Desde el duelo observado desde la infancia a la amistad y el tiempo, desde la maternidad y la enfermedad, a la necesidad de ser en modelos convencionales que deben revisarse en la sociedad actual. Las películas de las cineastas citadas rompen esos modelos y el Festival de Málaga ha sabido desde hace años ser ese imprescindible escaparate que da cabida a esas miradas. La primera casilla de la que saltar a un escenario más amplio.
Cuatro. Lo sorprendente del debut de Estibaliz Urresola es que no parece una primera película. Y no lo parece por su madurez, su complejidad emocional sin maniqueísmos y la solidez visual a la par que narrativa, muy orgánica con el enjambre humano que pone en escena la directora para hablar, claro, del gran tema de este siglo, la identidad. 20.000 especies de abejas es la historia de una niña trans de ocho años en el marco de una familia vasca con fuertes raíces rurales, apegada a una tradición que no acepta la diferencia. En este contexto, la madre será quien entienda y defienda la sensibilidad especial de su hijo/hija, para darle el futuro que desea y necesita. La colmena como metáfora, un mundo diversivo y la mirada femenina y sensible de la directora que interpela al mundo feo que habitamos.
Cinco. Desde una consciencia casi adulta, Aitor/Cocó/Lucía quiere que se la respete y también se la entienda. Al mismo tiempo, la madre busca descubrirse como artista, defendiendo una creación que nadie parece valorar. 20.000 especies de abejas coloca al espectador frente a los miedos que cualquier persona esconde en su búsqueda por reconocer la libertad de elección en un entorno conservador. Sensible, expresiva, poniendo el acento en lo cotidiano y lo costumbrista para sacar a la luz una profunda humanidad, lo admirable de esta historia es la capacidad para que escuchemos y entendamos en una sociedad con un zumbido ensordecedor.
Seis. La película de Kattia G. Zuñiga, Las hijas, representa el viaje y el retrato de dos hermanas distintas que van un verano a ver al padre que no ven desde hace una década y no aparece hasta el final, lo que indica que en realidad la película va de ellas y sobre ellas, sus inquietudes en una etapa tan desconcertante como la adolescencia, que funciona como una esponja vital y sensitiva. Un periplo que será transformador para las dos hermanas y en el que irán confrontando su actitud ante la vida con las situaciones y personajes que esta les depara. Y pese a que es una historia muy distinta a la de Estibaliz Urresola, tienen en común la búsqueda personal y la necesidad de encontrar el centro de cada persona. Algo que aspiran a encontrar en el padre que se alejó de ellas, hasta descubrir que eso no es posible porque les negaría esa necesidad de descubrimiento vital al que aspiran.
Siete. La aventura de las hermanas se edifica desde el paso a paso de cada vivencia, de cada decepción y, finalmente, de su renuncia paterna. A pesar de la enorme dimensión emocional de las dos películas y de las diferencias que tienen, en ambas hay una evidente mirada estética que encuentra un camino narrativo único, sin olvidar la elegancia y profundidad de estos títulos ganadores de las Biznagas de Oro española y latina que exploran esas rendijas de nuestra realidad incierta o desconcertada ante lo que le cuesta aceptar o entender. El cine, y estas películas, son una muestra de ese entendimiento.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.