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 Amigos hasta la muerte

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

Uno. Amigos hasta la muerte es la ópera prima de Javier Veiga, aunque el actor y cineasta ya había dirigido varios cortometrajes y la serie Pequeñas coincidencias para Amazon Prime Video. Es como si Veiga hubiera estado tanteando para este debut, en el que se percibe que ha puesto su corazón, su intelecto, esas emociones y sentimientos que cruzan la existencia de cualquier persona. Lo primero que llama la atención es que Veiga tiene como norma no escrita no aburrir al espectador, porque para él su manera de entender el cine es ofrecer al público hora y media de disfrute, de risa; de reflexión de cuando en cuando, pero sin discursos ni mensajes aburridos.

 

 

Dos. La película del gallego habla de la muerte a través de la amistad. “Lo hace desde mi relación con ella, buscando un punto melancólico y tierno que fuera a la vez luminoso”, confiesa Veiga, que ha pasado por una experiencia cercana a este argumento. “¿Hasta qué punto podemos dejar una buena sensación hablando de la muerte?”, se pregunta. Muerte, amistad y enfermedad bajo el prisma de Woody Allen, aunque para el director se parece más a una comedia francesa o latinoamericana que no anglosajona. La historia de una amistad juvenil de tres personas a las que la vida zarandeará de la peor de las maneras. Tal vez el tono de la película y su sentido del ritmo –tanto interno como a la hora en que los intérpretes dicen los textos– sean su mayor virtud en la exploración y límites del ser humano, las relaciones entre los personajes y la discusión de los problemas de forma más compleja, pero siempre vitalista que pone en escena el cineasta.

 

Tres. A medio camino entre la comedia romántica, de situación, dramática y el costumbrismo, el alma de Amigos hasta la muerte contiene aquello que defendía Howard Hawks: que toda comedia es a la vez una tragedia. “Pienso antes en la historia que en el lugar en el que poner la cámara”, anota el cineasta, quizás porque, a la manera de los directores clásicos, él también aspira a contar su historia de la manera más simple, sin manipulaciones ni artificios innecesarios. Una vez le dijeron a Billy Wilder: “Como todos los autores de comedias –de Chaplin a Lubitsch–, tiende a la simplicidad en la dirección, como si fuera una exigencia del género”. A lo que Wilder respondió: “Sí, la simplicidad absoluta. Lo que no quiere decir que no deba rodar con elegancia. Si haces efectos con la cámara puedes destruir la película”. Pues esta máxima parece seguir Veiga.

 

Cuatro. El trío protagonista lo componen Marta Hazas, Mauricio Ochmann y el propio Javier. Y, como en Pequeñas coincidencias, Hazas y Veiga logran esa cima emocional que recuerda a parejas eternas y atemporales como Katharine Hepburn y Spencer Tracy, o la propia Hepburn y Cary Grant. Títulos como La mujer del año, La costilla de Adán, La fiera de mi niña o Historias de Filadelfia. De hecho, Amigos hasta la muerte se sustenta en la química y carisma de este tándem. “Marta es una actriz muy exigente que busca la excelencia”, apunta el director, mientras que la actriz asevera con rotundidad: “Javier me hace crecer en el plató, pero también como persona. Él se sale de los arquetipos masculinos". Sin duda, hay en su mirada una sensibilidad femenina. Aunque uno de los aspectos fundamentales de los personajes es la vitalidad que evocan. Su fluidez interpretativa te arrastra hacia la emoción, la chispa y un magnetismo más vivido que actuado.

 

Cinco. Amigos hasta la muerte es una de esas cintas emotivas que confirma aquello que decía Joseph L. Mankiewicz: “Una película es una experiencia humana en la que los espectadores han participado”. Javier Veiga y Marta Hazas están deseando que el público la vea. Y en unos meses A Contracorriente la distribuirá en los cines para que comprobemos cómo hacer cosas divertidas con corazón y que conmuevan a la gente no es tarea fácil; pero cuando emergen de lo más íntimo, sale el verdadero sentimiento de una película nostálgica, emotiva, lúcida.

           

           

                    

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

   

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       
    

       

       

       

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