Voz en ON
El hombre de cine
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Hay en los ojos brillantes de Fernando Méndez-Leite –actual presidente de la Academia de Cine– dos pantallas por las que pasan las ilusiones del niño que fue, que nunca ha dejado de ser, mientras iba con sus abuelas a las sesiones dobles de cualquier cine de barrio, mientras memorizaba el recorrido de los tranvías, mientras el niño solitario que fue se inventaba juegos en los que programar las películas de la Metro, la Universal, la RKO… en el Callao, Progreso, Proyecciones, Panorama, Tívoli y otros cines de Madrid, mientras anotaba con esmero en libretas los repartos de esas películas y escribía su opinión sobre ellas y, sobre todo, se perdía en las ensoñaciones de esa bruma de imágenes que lo terminarían por salvar al fundir la vida y la ficción. Como una larga ensoñación de la que no ha salido aún, como el hombre de las mil caras, como cada uno de los personajes que su memoria ha retenido, porque quizás Méndez-Leite no confía demasiado en la realidad y prefiere resbalar por los límites de lo real hacia lo imaginario.
Dos. “La sensación que tengo desde hace un tiempo es como si estuviera sentado en una sala de cine, yo solo, y hubiera una gigantesca pantalla de cinerama o IMAX por la que estuviera desfilando mi vida, mis amigos, mi familia, mis amores, incluso mis propias películas y las películas que he visto. Como si fuera una proyección ininterrumpida y sin orden ni concierto, yo que soy tan ordenado y partidario de contar las cosas de una manera ortodoxa y cartesiana. Sin embargo, mi vida está presente, mi pasado mezclado con el presente todo el tiempo, un poco como en la película de Bergman cuando Victor Sjöström entra en el rincón de las fresas salvajes de su juventud y se encuentra a su familia en el comedor”, cuenta Fernando Méndez-Leite en un documental dirigido por Moisés Salama, que podrá verse dentro de unos meses.
Tres. Hablador, irónico, educado, Fernando no soporta las imposturas ni las mentiras y sabe que en cierto modo las mentiras de las películas son más verdaderas que las verdades de la vida. La Academia no podría haber encontrado un presidente más idóneo, un hombre tranquilo y conciliador en el casi siempre movido océano cinematográfico.
Cuatro. De niño coleccionaba cromos de películas, de actores y actrices, afiches de las películas que veía, pero también su afición desmesurada al cine le llevó a que lo internaran por unos meses, momento en el que dejó de hablar. Esa infancia le marcaría de un modo u otro porque ha dedicado su vida por completo al séptimo arte. De aquellas primeras críticas en Film Ideal al ingreso en septiembre de 1966 en la Escuela Oficial de Cine (EOC) en la especialidad de Guion, en la que siempre ha considerado a José Luis Borau como su auténtico maestro. En paralelo, aunque no le interesa, estudia Derecho en la Complutense y participa intensamente en asambleas, sindicatos y en toda la convulsa etapa de luchas estudiantiles antifranquistas.
Cinco. Después llegaría La noche del cine español; y la dirección de su primera película, El hombre de moda, muy influenciada por el cine francés,;y las clases de cine en la Universidad, y el encargo de Javier Solana de ser el director del ICAA, en donde realiza una gestión lúcida con medidas de protección del cine español, fomentando muy activamente la creación de la Academia e incorporando el cine Doré a la Filmoteca, entre otras medidas. Más tarde culminará su larga etapa en RTVE con la magnífica serie La Regenta, proyecto largamente elaborado y querido desde joven. De ahí que la presidencia de la Academia sea como un regreso natural, pues su vida se articula por el orden de la ficción, no por la entropía de la vida.
Seis. Pero más allá de que Fernando Méndez-Leite haya puesto en marcha la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM, de la que fue director durante 18 años), que haya estado en el comité de dirección del Festival de Málaga otros 25 años, de la dirección de obras de teatro, documentales, películas, o de sus otros muchos logros, su relevancia es la de conectar y tener amigos entre las diferentes generaciones del cine español (Paco Plaza, Raúl Arévalo, Fernando González Molina, Miguel Rellán, Mónica Randall, José Luis García Sánchez...) mientras sigue siendo el niño que fue, ese niño grande que sigue prestando atención al maravilloso encanto de lo pequeño, incluso de lo banal; ese niño que sabe que el cine alienta un estado de ánimo en el que se siente mejor y más puro y verdadero a través de personajes como el capitán Quincy Wyatt en ‘Tambores lejanos’ (Raoul Walsh, 1951), el soldado que se convierte en sacerdote en ‘Balarrasa’ (José Antonio Nieves Conde, 1951), el ejemplar Will Kane en ese mísero pueblo retratado en ‘Solo ante el pelígro’ (Fred Zinnemann, 1952), y tantos personajes que viven a través de los ojos de ese niño grande que es Fernando Méndez-Leite. Porque de alguna manera en él, que ha dedicado y dedica su vida a transformar el cine en realidad y viceversa, se da una de las metáforas eficaces sobre las imágenes en movimiento, esa en la que el cine y sus historias contaminan la vida hasta el punto de formar parte de uno mismo, no solo para ser mejor persona, sobre todo, para hacer mejor a todos los que le rodean y a los que hemos tenido la fortuna de trabajar a su lado.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.