De humanidad, creación
e inteligencia artificial
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Cuando el año pasado una pintura ¿generada, creada? (aquí el uso del verbo es hasta resbaladizo, o quizás no) por inteligencia artificial ganó el premio en la Feria de Colorado, Estados Unidos, se desató un intenso debate sobre el arte, la creación y la capacidad creadora del ser humano. La obra en cuestión se titula Théâtre D’opéra Spatial y la originó un creador de videojuegos llamado Allen usando Midjourney. Al parecer introduces varias palabras y frases en Midjourney y se generan más de 900 representaciones, que en palabras de Allen “son una extensión natural de tu creatividad”. Sé que estoy resumiendo mucho el tema. Pero es un asunto que está en el aire de los tiempos. ¿O no han oído recientemente que tal o cual ha creado una canción, un relato, o incluso una película mediante inteligencia artificial (aka IA)?
Dos. De hecho, hace apenas unas semanas leía un artículo donde se hablaba del desembarco de la inteligencia artificial en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Por lo visto, un par de cortos generados, creados, imaginados, confeccionados… (vamos ampliando los verbos) por una IA han sido seleccionados para el certamen. Pero las noticias se suceden, como cuando uno tiene muletas y no hace más que encontrarse con personas en su misma situación. Es lo que tiene una búsqueda en el servidor, que empiezan a bombardearte con noticias similares. Así leo que un empresario tecnológico, Fabian Stelzer, está creando una película de ciencia ficción titulada Salt, completamente a través de programas y voces de una IA. El propio Stelzer afirma en el artículo que considera que estamos ante una nueva era. Y que Salt no es en realidad una película, sino la “primera semilla de la historia”. Algo en sí mismo que se asemeja a la nada. La historia va de unos viajeros espaciales que se encuentran con un planeta lleno de sal donde pasan cosas raras. Un argumento muy original que no se ha contado nunca.
Tres. Más llamativa me parece la parodia que hicieron con Seinfeld. Por lo visto usaron la inteligencia artificial para generar un programa en vivo en Twitch, titulado Nada, para siempre, que viene a ser un episodio que se retransmite en un bucle infinito en el que vemos personajes pixelados y animados de los personajes de la serie. El objetivo, según se lee en el reportaje, es representar la idea sobre la nada a la que aludía la teleserie. Hasta el momento más de 1.000 personas lo habían visto y habían interactuado con ese bucle de la nada. Uno se pregunta si la fascinación que la inteligencia artificial está generando no provocará que los humanos nos convirtamos (o empecemos a convertirnos) en fantasmas. Ya conocemos la atracción de la humanidad por aquello que aniquile su propia naturaleza. Es una tendencia que los seres humanos hemos ido perfeccionando con los siglos.
Cuatro. Hay más ejemplos. Estos llegan al doblaje y a cualquier parte microscópica que uno puede imaginar. Sin embargo, lo que más llama la atención, al menos a mí, es cómo se otorga a la tecnología cada vez más características humanas mientras hombres y mujeres se comportan casi como programas. Ya sé que es cultural, pero es indudable que cada vez se abraza menos y se exteriorizan poco o nada (la palabra que más se repite en este texto) las emociones. En cambio, parece que sí deseamos que lo que brota de algo artificial tenga la mayor capacidad para transmitir lo más hondo de la sensibilidad humana. Esos rasgos que a la vez deseamos que tenga y exude cualquier IA, dron, robot, teléfono inteligente… ¿dónde queda la inteligencia de hombres y mujeres?
Cinco. Desde la terraza de casa veo a grupos de chavales reunidos alrededor de su móvil. Cada uno mirando esa pantalla rectangular, haciendo gestos, riendo o lo que sea. Igual hasta se abrazan y se besan a través de emojis que se envían en ese espacio cibernético de la nada, o incluso dentro de unos años serán los móviles lo que tengan alas y vuelen de verdad para tocarse y sentirse, mientras el humano en cuestión recibe las descargas que se hayan inventado para tal fin. La escena que contemplo desde lo alto de la terraza en plano cenital podría haber sido no hace mucho un momento imaginado en una ficción fantástica, pero es la realidad misma que nos supera por algoritmos u otras vías.
Seis. Hay una seducción evidente de la humanidad por la tecnología en su conjunto. Hay una tendencia evidente por que lo artificial contenga o se acerque lo más posible a las capacidades de los humanos, por que sientan y piensen como nosotros lo hacemos. Por que nos imiten en nuestras pasiones y en la creatividad que hay que cultivar con el mimo que se cuida una planta para que no se marchite. Entonces, ¿no estamos perdiendo en este periplo la misma naturaleza de lo que somos o estamos en las puertas de esa nueva era a la que aludía Stelzer? ¿O la seducción por la IA hace que empecemos a olvidar las acciones que requieren verdaderos esfuerzos y nos enfrenta a las debilidades y fortalezas humanas para entrar en otro estado diferente?
Siete. Hay muchas más preguntas. Lo que parece claro es que la inteligencia artificial avanza, penetra, invade, conquista… de un modo silencioso nuestro día a día. Da lo mismo cómo lo llamen. El discurso predominante es que nos ayudan a generar contenidos de textos, imágenes, música, pinturas… Y yo me cuestiono (igual es una pregunta ingenua y esto lo debería haber escrito por medio de ChatGPT): ¿pero no se globalizan los resultados y se despersonalizan las personalidades creadoras de cada individuo? ¿No hay un afán por optimizar lo que hacemos y lo que somos? Asistentes de voz, automatización de los recursos para aumentar la productividad, sistemas de búsqueda, de control… de todo y nada para llegar a qué estado y hasta para modificar el clima, el hombre y la mujer con sus virtudes y sus innumerables y benditos defectos que nos anclan a la tierra, no a un algoritmo.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.