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#VozEnOn


 

 Un mundo violento en imágenes seriales

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

Uno. La percepción del tiempo se ha modificado. O nuestra percepción de él con el vértigo en el que vivimos ha saltado por los aires. Ahora lo que ha sucedido hace apenas cinco años nos parece la prehistoria. El hecho de vivir en una sociedad de consumo, exhibicionista y de exposición constante, del yo y el superego, tal vez tenga algo que ver. Todo esto se viene mostrando en la ficción seriada, que lo asume y lo vierte en un espejo de los tiempos actuales, pues las series, más si cabe que el cine, se manifiestan como una disciplina con evidentes vasos comunicantes con lo real, independientemente del género. Y esto se relaciona con la forma de exponer la violencia y el sexo, elementos ya normalizados (y casi obligados) en la mayoría de los considerados títulos del canon serial, como The Sopranos, Breaking Bad, Juego de tronos y de las series en general, donde por supuesto también tienen mucho que decir las españolas Gigantes, Antidisturbios, La peste, Fariña, Sky rojo y un largo etcétera.

 

Dos. Desde este punto de vista brotan algunas preguntas: ¿hay límites para esta manifestación o todo se vuelve equívoco? ¿La cultura del espectáculo es la cultura de la violencia explícita e implícita? O ni siquiera hay que poner los interrogantes. Una serie como Sky rojo representa esa violencia implícita y explícita contra las mujeres desde el espectáculo de las imágenes. Pero cualquiera de las citadas lo expone como algo propio de la naturaleza humana.

 

Tres. Otra pregunta pertinente es si la ficción televisiva está en un punto similar al del cine en la década de los 60, en cuanto al derribo de las barreras en lo que se refiere a la representación, por lo que la violencia y el sexo se convierten en un elemento para transgredir y explorar los límites del lenguaje; a veces con un afán que roza lo experimental o lo artístico y otras como mero espectáculo discutible, porque no todo vale. Tal vez parte de las producciones seriales asumen como modelo esta sociedad occidental dominada por el neoliberalismo. Y este pensamiento enlaza con otra cuestión: ¿el consumismo tiende a desvirtuar lo que somos y a la degradación? Lo que parece claro es que en este escenario la violencia y el sexo se mueven libres. Los deseos sexuales y los intercambios o conversión en dinero. La corrupción, la mentira y la impostura como forma de acción, en los que se borra la mala conciencia.

 

Cuatro. Por ejemplo, en El desorden que dejas se intenta cubrir la violencia de un hombre poderoso, algo que respira cotidianidad. Esta corrupción se manifiesta de un modo nítido en las producciones actuales. Sin miramientos. Parece obvio que esta representación ha alcanzado grados de credibilidad evidentes, aunque surge una cuestión pertinente: ¿se hace para ganar audiencia?

 

Cinco. La violencia tiene una capacidad de atracción indudable en el lenguaje audiovisual. Que se use para ganar o no audiencia dependerá del título en sí, porque en muchas series su inclusión viene unida a la trama. Pero no en todas, por supuesto. Desde los atentados del 2001, se impuso la sensación de vivir en un momento donde la violencia nos rodea y hay una necesidad de incluirla en las narrativas de una manera estetizante, para hacerla más tolerable. Si uno enciende el televisor, la violencia nos inocula tanto que igual ya estamos insensibilizados. Es más, en una obra de ficción, la muestra de la violencia y el sexo llega a tener más impacto que en otro medio, pues alcanza lo más profundo de lo que somos.

 

Seis. La corrupción, la violencia, el sexo (y los deseos sexuales en la conversión en dinero), se han corrompido. Esto lo captan muy bien las ficciones audiovisuales. Si en los años ochenta y noventa nos gustaba quedarnos a vivir en Cicely o hacernos amigos de Rachel, Ross, Phoebe, Joey, Chandler y Mónica, o tener un coche como Kit, o que nos dieran un traje como a William Katt, ahora la transformación mental y física de los deseos y aspiraciones resulta asombrosa en cuanto a la empatía que generan los personajes de la mayoría de las series actuales, que se definen por su capacidad para moverse en la amoralidad. Al mismo tiempo hay una transformación de roles y géneros, porque asistimos a un entorno más contradictorio y ambiguo que asume la violencia, el sexo y la mentira. Pero, ¿generan la violencia y el sexo en lo audiovisual adicciones mal entendidas en nuestra realidad? Tal vez esta sea la única pregunta relevante y no es fácil responder.

                                      

                                    

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

   

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       

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