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Las películas de mi vida, con Daniel Monzón
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. El cineasta Daniel Monzón, que comenzó como crítico de cine, como Jean-Luc Godard o François Truffaut, ya prepara su siguiente proyecto y además está metido en la búsqueda de financiación para adaptar como serie de televisión Los surcos del azar, la espléndida novela gráfica de Paco Roca. Quien lo conoce sabe que Monzón derrocha cercanía, bondad e inteligencia. Su cine, desde que debutara con El corazón del guerrero, se revela envolvente, a veces perturbador, otras deslumbrante. Pero siempre conmueve de un modo u otro, moviéndose en terrenos que pueden adscribirse a algún género pero manteniendo su pulso más personal.
Dos. Desde una propuesta de género infrecuente en la industria cinematográfica española, como el thriller de narcotráfico en el estrecho de Gibraltar, El niño, a esa espléndida ópera prima que fue El corazón del guerrero, Monzón siempre ha mostrado cierta tendencia hacia el cine de género que mira sin perder los rasgos de las historias que nos tocan de cerca. Tal vez Daniel Monzón ha ido componiendo a lo largo de su filmografía una relectura de los géneros y subgéneros que a él como espectador le interesan. Ahora bien, por el camino, insisto, no ha olvidado su propia mirada, que emerge de la conjunción entre las claves del género y un estilo que, como los grandes cineastas, nunca coloca por encima de lo que cuenta, sino que mira al género que aborda de un modo directo y, de paso, con un objetivo: darle la vuelta a ciertos estereotipos.
Tres. Ha sido así con la sorprendente aventura fantástica de la citada El corazón del guerrero, con la comedia El robo más grande jamás contado y con la camaleónica historia de suspense y ciencia ficción La caja Kovak; con el cine quinqui en la adaptación que hace de la novela homónima de Javier Cercas, Las leyes de la frontera; con su primorosa incursión en el subgénero carcelario con Celda 211; con ese cruce entre costumbrismo, comedia clásica americana y mil cosas más que es Yucatán, y así podríamos continuar. Lo indudable es que su cine no se agota, sino que gana, como el buen vino, con los años. ¿Quién no se acuerda del miedo que exuda Malamadre (Luis Tósar) en ese drama carcelario que se te pega a la retina? Y es que otra de las cosas destacables de este cineasta es la capacidad para que los intérpretes creen personajes sólidos, carismáticos, de los que se recuerdan.
Cuatro. Daniel Monzón conoce bien la Historia del Cine. El primer título del que habla es El extraño viaje (Fernando Fernán-Gómez, 1964); una película muy singular que entronca con su manera de entender la creación. Como él mismo afirma, “tiene carácter de auténtico perro verde, una insólita atmósfera a caballo del costumbrismo y del cine no ya negro, sino negrísimo. Pero, a pesar de su extravagancia, consigue un retrato profundo y certero de la España rural de la época; o mejor dicho, y aunque me reitere, de la España Negra.”
Cinco. Luego llega Berlanga. No podría ser de otro modo. Y opta por Plácido (1961). “Por elegir solo una de Berlanga", matiza, "pero podrían ser también El verdugo o Bienvenido Mr. Marshall, películas que veo una y otra vez sin cansarme, llenas de jolgorio, de bullicio y a la vez también de pincel fino en sus innumerables detalles; son como belenes vivientes plagados de personajes que suben y bajan, vienen y van, retratados con un humor vitriólico pero también desde una gran humanidad...”.
Seis. Y cómo no iba a estar Luis Buñuel. Y cómo no iba a estar el monumento para el cine que representa Viridiana (1961). "Siempre que la veo", comenta el cineasta, "me sobrecoge tanto por su forma, rotunda y poderosa, como por su fondo iconoclasta y combativo. Es como un espejo en el que se refleja toda una sociedad; un espejo que puede parecer deformante pero que, bien al contrario, es de una nitidez prístina, dolorosa, como una cuchilla que te corta el ojo". Luego de este inolvidable film cita Los santos inocentes, la adaptación que hizo Mario Camus en 1984 de la novela de Miguel Delibes. "Es posiblemente la mejor adaptación de una novela al cine, y qué novela, y qué película, con interpretaciones prodigiosas y una fuerza narrativa que te arrastra, te noquea y te deja una huella imborrable", detalla el cineasta. "El retrato que hace de la injusticia sempiterna de la España del caciquismo es lúcido y sobrecogedor, terrible e inolvidable. Y esa frase, proferida por la prodigiosa voz de Paco Rabal: Milana bonita...”.
Siete. La última película que le influyó en su manera de crear y estar en el mundo es El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), “porque en su día, junto con Acción mutante, me empujó a pensar que el tipo de cine que me bullía por dentro se podía hacer ya en España. Es una película que significó un faro para toda una generación de cineastas amamantados en el mundo del cómic, las series de televisión, el cine de género, que veíamos desde pequeños con Bugs Bunny o Indiana Jones y La semilla del diablo sin hacer ascos a nada, abrazándolo y mezclándolo todo, incluido un sustrato literario, de Cervantes a Kafka, pasando por Robert Louis Stevenson”, concluye. Y es que su cine abarca desde lo clásico a lo moderno, desde lo popular a perlas más exquisitas, pero siempre dejando una seña propia, única.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.