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Voz en ON

 

 

 

¿Se imaginan que el 'streaming' desaparece?

 

 

 

MIGUEL ÁNGEL OESTE

 

Uno. No se lo van a creer, pero ocurrió tal y como se lo contaré a continuación. Estaba escribiendo este artículo que, casi con seguridad, ¿cómo no?, algunos lectores lo interpretarán como una distopía y otros como una utopía; o solo quizás como una alteración de los límites de la realidad, no al estilo multiversal de Marvel o DC, más bien en plan un capítulo The Twilight Zone de Rod Serling, que se deformaría en una alucinación/pesadilla/sueño para los que unos y otros acudirán a que los personajes de El Ministerio del Tiempo les echen un cable, porque el streaming desapareció, tragado por un agujero de gusano.

 

Ya saben que las palabras tienen el poder de atraer las cosas, el poder de hacer o provocar que de un modo u otro suceda lo que se piensa o imagina termine acaeciendo, aunque parezca inimaginable. Sobre todo cuando muchos lo piensan. Aunque ya les digo que no me van a creer.


O sí. ¿Quién lo puede saber?


Empezamos.

 

Dos. Imaginemos un mundo en el que desaparece el streaming por completo. Una noche te acuestas viendo el penúltimo capítulo de Rapa y al día siguiente te vas a poner el último y te encuentras con que Movistar no funciona. Desconcertado intentas acceder a Netflix, HBOMax, Amazon Prime Video, Filmin, Apple TV… y nada, ninguna plataforma funciona. Sus logos te llevan al lado oscuro de la fuerza, a un fundido a negro.

 

Algunas personas se tirarán de los pelos, otras aplaudirán. ¿Dónde están los contenidos? ¿Y ahora qué vemos?


¡Es el fin del mundo!, gritarán unos, mientras que otros vocearán ¡Es un nuevo mundo!


Nunca llueve a gusto de todos.

 

Tres. Imaginar es lo que hacen los peliculeros y los noveleros y los que crean posibilidades, alternativas que son posibles aunque el que las ve o las lee piense que nunca pasará. Y eso que la realidad a veces le suelta una torta (o varias) a la ficción para que espabile.

 

Pues estaba imaginando este panorama cuando me topo con un artículo revelador de Elena Neira para El Periódico que reza: “El streaming enfila su largo invierno: recortes de plantilla y producciones canceladas”. Y, claro, pienso, esto está en el aire de los tiempos. Lo que se piensa e imagina acaba sucediendo de una forma u otra, porque no solo lo piensa e imagina una persona, lo hacen muchas de un modo simultáneo. Los suscriptores caen y eso provoca que las plataformas recorten en todos los sentidos. Menos inversión en la producción de nuevas ficciones. Por tanto, menos contenido exclusivo. Su modelo de éxito con la pandemia se tambalea y da para escribir un episodio de Black Mirror.

 

Cuatro. Ya llevaba un tiempo escuchando a unos diciendo que estaban cansados de las plataformas y a otros que el cine no era el de antes. Pero entonces la realidad aparece y les da una bofetada de inflación descomunal, crisis energética, guerra en Ucrania, etcétera, y eso provoca ese efecto dominó en el que caen suscriptores de las plataformas, esas mismas empresas empiezan a despedir a sus empleados, a paralizar la inversión de nuevas producciones en espera de un tiempo más soleado. Sin embargo, como todo es cíclico y la nostalgia poderosa, en este juego de imaginar, imaginemos que se vuelven a poner de moda los videoclubes como sucedió en los ochenta. De hecho, Netflix nació como un videoclub que vendía deuvedés por correo.

 

Cinco. Al igual que ha vuelto el vinilo, regresan los videoclubes. Y, ya puesto,s fantaseamos con que el público acude de nuevo en masa al cine a perderse de la realidad durante un par de horas, a no sentir los golpes de realidad.

 

Recuerdo ir al cine en grupo los fines de semana a ver películas como Cazafantasmas, Pesadilla en Elm Street, Top Gun, Mujeres al borde de un ataque de nervios, y meses después alquilarlas en el videoclub de barrio para volver a verlas.

 

De esa forma se forjó una cinefilia y el amor por el cine en directores como Kevin Smith (en, Clerks, su primera película, la cultura del videoclub resulta muy evidente) o Quentin Tarantino, pero también de cineastas españoles como Paco Plaza, Jaume Balagueró, Alberto Rodríguez o Paco Cabezas.

 

Seis. En la actualidad, curiosamente, ocurre lo opuesto, muchos espectadores esperan a que la película llegue a la plataforma. A veces, incluso, la ven en varias partes, como si se tratase de una serie. En otras ocasiones, la aceleran, o la comentan por el móvil con otras personas y otras experiencias que modifican los estándares que conocíamos.

 

¿Acaso está en crisis el modelo mismo de sociedad audiovisual?

 

Siete. Recuerdo el personaje al que da vida Guillermo Ortega en la serie Aquí no hay quien viva. Su personaje, cinéfilo y con el deseo de dirigir cine, regenta un videoclub. También recuerdo a Antonio Ozores en Esto es un atraco, donde el videoclub es una espacio más. O El último gran héroe, o la Capitana Marvel, que aterriza en un videoclub en la primera escena, o la cinta chilena de Pablo Llanos Videoclub, donde el protagonista es otro dependiente de videoclub que ha visto miles de películas y graba historias caseras.

 

Ocho. Tal vez lo más imaginario es que sigamos volando libre para crear otras realidades tantas veces como sea necesario, mientras recordamos la mitología del videoclub y asistimos al siguiente paso evolutivo de la vida digital de las plataformas. Deseamos que sigan siendo experiencias transformadoras en las que alucinación/pesadilla/sueño al estilo de The Twilight Zone, de Rod Serling, nos permitan conocernos a nosotros mismos o reconocer el mundo que transitamos.

 

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.

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