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Las películas de mi vida, con Paco R. Baños
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Conocí el cine de Paco R. Baños con su primera película, Ali (2012), una cinta honesta protagonizada por Nadia de Santiago, con ecos del cine indie americano, que derrocha delicadeza y que está narrada con un dominio asombroso. Con aquella película se descubría a un director que había visto cine y para el que el cine era una manera de descubrir aquello que es importante en la vida. Quizás Paco R. Baños no sea un cineasta conocido para el gran público, aunque esté detrás de series que sí han contado con repercusión (El hijo zurdo o La peste), pero este detalle da lo mismo, porque el cineasta ha demostrado siempre poseer una mirada sensible y no desfallecer en un camino tan complejo y difícil como levantar un largometraje.
Dos. De hecho, su siguiente película, 522. Un gato, un chino y mi padre, no llegó hasta 2019, después de muchas batallas, porque cuesta levantar historias más personales que exponen otra sensibilidad. La poética de Baños toca esas zonas menos transitadas. Y esto, que parece una suerte y que tendría que verse como algo que cuidar, se suele desechar con demasiada frecuencia por lo inmediato. Como él mismo me comenta mientras hablamos: “esto me ha servido para recordarme por qué querría uno dedicarse al cine y por qué he dedicado gran parte de mi tiempo a tratar de intentarlo. Al final del camino y a punto de desfallecer, allí está el cine y sus historias para ayudarte a amortiguar la caída".
Tres. Para Paco R. Baños, el maestro Luis García Berlanga está asociado a la época de la facultad. “Me recuerda la forma de aprender también en esa etapa de formación. Se proyectaban a las ocho y media películas a menudo grabadas de la tele, porque aparecían con la mosca”. Es más, me confiesa que él no tuvo vídeo VHS hasta segundo de carrera, cuando sus padres entendieron que le hacía falta para estudiar, porque lo veían como un lujo y a su familia, que era humilde, no le sobraba el dinero. De Berlanga elige El verdugo (1963), “pero también podría ser alguna otra”. Y prosigue: “Fue uno de mis primeros descubrimientos en la facultad. Conocía películas, pero digamos que el cine español no lo tenía tan trabajado. Recuerdo que no solo eran sus famosos planos secuencia, sino todos los detalles que acompañan dentro de la escena. Me di cuenta de cómo aprovechaba el fotograma al máximo para seguir contando cosas en paralelo de la historia, enriqueciéndola, añadiendo matices. La escena de la boda, por ejemplo, se desarrolla mientras están desmontando la boda anterior, las alfombras, las velas… La puesta en escena al servicio de seguir añadiendo matices a la historia, provocando el contraste, al servicio de la historia, del tema y del humor, como usar el decorado".
Cuatro. También le impactó El desencanto (Jaime Chávarri, 1976). No recuerda cuándo la vio por primera vez, pero sí que le enganchó. “Ese universo de relaciones familiares... Era todo muy visceral: cómo discutían, fumaban y se peleaban esos personajes con una tensa quietud”, explica. "A ratos era una pequeña locura que no lograba seguir del todo, pero a la vez no podía dejarla”. Confiesa que para él era una sensación muy particular, como de invasión de la intimidad. “No es que lo descubriera entonces, pero pensando ahora sobre ello creo que la reflexión que hago tiene que ver con lo importante que es que te cautiven los personajes en una historia, sea ficción o no ficción. Es algo que muchas veces va más allá de la historia que te están contando. Me llamaba la atención cómo se desnudaban delante de cámara. La cámara desaparecía. En ellos estaba la clave de todo, en esos planos individuales o que a veces compartían. Me cautivaron esas personas-personajes, el desencanto de una época".
Cinco. Otra película que le influyó fue la adaptación que realizó Mario Camus de Los santos inocentes (1984), la novela de Miguel Delibes. Y es que se trata de una película que le toca muy de cerca, que lo conecta con su propia vida. “Yo viví en mi casa con mis abuelos maternos. Ellos contaban historias y yo las escuchaba. Las historias me acompañaron hasta ya entrados mis 20 años. Contaban historias de los señoritos del pueblo extremeño donde se habían criado, de la guerra, de las injusticias de toda una época. Seguramente este filme de Mario Camus me conecta con todo eso: las injusticias, las diferencias de clases, lo que la gente tenía que soportar a todos los niveles para sobrevivir, para que la familia tirara para adelante para que la vida siguiera. El retrato que elaboró traspasaba un poco la piel y se te metía dentro, como ese retrato de familia inolvidable frente a la fachada de su vivienda. El cine haciendo protagonistas a muchas vidas, un protagonismo colectivo. Quizás también de alguna manera a mis abuelos, a parte de la familia, que también pasaron por allí.”
Seis. La siguiente elección tiene que ver con lo emocional y también con la piel, sí, pero a la vez es que se trata de una rara avis en la cinematografía española, una de esas películas esenciales que no se reivindican lo suficiente: El factor Pilgrin (Santi Amodeo y Alberto Rodríguez, 1999). Como el propio Baños explica: “Dentro del grupo con el que creces en el audiovisual para contar historias, por fin se logra hacer un largo. Mi colega Alberto, al que había estado pegado mesa con mesa en las aulas de los colegios desde Primero de la EGB hasta quinto de carrera, había conseguido dirigir un largometraje junto a Santi Amodeo, al que también conocía hacía ya hace unos añitos. Emocionalmente es muy potente. Te ayuda a creer, pensar que por qué no, que es posible, que por el camino del trabajo ser constante y cabezón se pueden conseguir las cosas. Además, la protagonizaba gente que también conocía. También molaba la historia que contaba y el tono. Era una propuesta indie, de bajo presupuesto, con mucho tiempo y esfuerzo invertido por todos los que la hicieron posible. Jugaba con el realismo mágico. Habla de los Beatles. Siempre he sido muy fan por influencia de mi hermano mayor. No sé, muchos ingredientes bonitos e intensos como para no estar emocionalmente en esta lista de mis películas".
Siete. La última película es otra propuesta atemporal que estalló como algo novedoso en la cinematografía patria, pero que bebía de clásicos como Douglas Sirk. Aquella locura tan sensata que dirigió Pedro Almodóvar en 1988, Mujeres al borde de un ataque de nervios. Para Paco R. Baños son vagos recuerdos, pero lo que rememora con intensidad es que algo nuevo había llegado al cine español. “Esta película es el contexto previo a mi entrada en la primera promoción de la Facultad de Imagen en Sevilla, en 1989. Lo asocio como algo coincidente en el tiempo. No sé hasta qué punto llegaba o no a atraparme Almodóvar, pero resultaba interesante y atractivo el nuevo aire que parecía traer. No sé qué auguraba o qué estaba por venir. En mi caso, mucha ilusión disparada a no sé dónde todavía”, nos confiesa. Y es que su cine, honesto y sensible, sigue esperando ahí, a que los espectadores lo abracen como se merece.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.