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#VozEnOn


 

 De regresos, corazones y cambios climáticos (o simplemente volver a sintonizarnos)

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

Uno. Empieza el curso escolar y nosotros emprendemos la segunda temporada, después de un verano que cada vez está más cerca de El día de mañana; aquel blockbuster de Roland Emmerich que reflejaba las consecuencias extremas del calentamiento global. Algo que empieza a ser tradición es ver con mis hijas la comedia veraniega de Santiago Segura. Este estío disfrutamos de Vacaciones de verano, en la que dos parados (Leo Harlem y el propio Segura) se las ingenian como animadores tras haberse quedado sin trabajo. Pero los meses de julio y agosto han sido un no parar de noticias que darían para series y películas que captan el aire de los tiempos en plena transformación. Ya me hubiera gustado que Rafael Azcona escribiera una comedia negra, dirigida por Luis García Berlanga, sobre el caso Rubiales. Y eso que el serial continúa: otra muestra de los cambios de una sociedad aún demasiado anclada en posturas y modos machistas. Como escribió con elegancia y tino Manuel Jabois, “el verdadero problema es que Rubiales no tiene ni idea de que ha hecho algo mal". El circo ha continuado, evidencia de que en la vida se encuentran grandes ficciones que sirven para mudar la sociedad. Si no, que se lo digan al reciente estreno serial de Netflix, El cuerpo en llamas, basado en el crimen real de la Guardia Urbana.

 

Dos. En la despedida de la primera temporada, Luis Frutos, el artista que ilustra con brillantez estos devaneos, me dijo que a ver qué me inventaba para esta nueva aventura. No sé qué le parecerá, pero he estado hablando con un adolescente que estudia cine y que, de tanto en tanto, podría expresar a modo de diario mis charlas con él, como un acercamiento a las preocupaciones e intereses de los jóvenes en el audiovisual. Este chico, Martín, lo llamaremos, estaba perdido hasta que encontró el cine o este le encontró a él. Me mandó uno de sus trabajos sobre la comida en el cine de Tarantino, un ensayo divertido que me hizo pensar qué poco se refleja en la ficción este aspecto fundamental. Tal vez, sustituyamos la sección de las mejores películas de mi vida que dedicamos a directores y guionistas y pongamos el foco en escritores, pero lo tendré que consultar con el bueno de Fernando Neira, que capitanea este barco. Y, por supuesto, seguiremos atentos a la actualidad de los estrenos.

 

Tres. Entre ellos hay varias adaptaciones de novelas muy esperadas. Tal vez Un amor, de Isabel Coixet, basada en la obra homónima de Sara Mesa y que compite en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, sea una de las películas importantes de este otoño. Una historia perturbadora protagonizada por una actriz sublime, Laia Costa, que da vida a Nat, una traductora que se muda a un pueblo para solucionar algo del pasado pero que encontrará otro tipo de presiones. Otro largometraje que llega con expectativas es Verano en rojo, de Belén Macías, adaptación del libro homónimo de Berna González Harbour con la que inauguró la exitosa saga de la comisaria María Ruiz, que encarna con sobriedad Marta Nieto. Esta película acaba de llegar a la cartelera y es una apuesta segura para pasar 100 minutos bajo el influjo de una historia bien narrada, pues no solo recoge bien el núcleo de la novela y cuenta con un elenco interpretativo inspirado (a Nieto la acompañan Jose Coronado, Luis Callejo y Francesco Carril), sino que además aborda un tema tan real como el de la pederastia en la Iglesia. Un híbrido entre el thriller de investigación y la crónica periodística que se ve con fascinación. También en septiembre podremos ver interesantes propuestas de género, como la curiosa cinta de terror El cuco, de Mar Tarragona, y la nueva película de acción de Daniel Carparsoro, Todos los hombres de Dios.

 

Cuatro. Y aunque quizás se salga un poco de nuestro campo, la noticia más relevante y estimulante de este mes es que el Festival de San Sebastián otorgará el Premio Donostia a Hayao Miyazaki. Un maestro de la animación, un cineasta inolvidable, y así lo atestiguan obras maestras como Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro o El viento se levanta. Miyazaki es un creador influido por los manga de Osamu Tezuka y fascinado por la aeronáutica que logra rozar el espíritu de los espectadores con sus películas. Y lo ha conseguido desde una sencillez cargada de complejidades, símbolos y lecturas.

 

Cinco. Hablar de Hayao Miyazaki genera la misma felicidad que sus obras y su manera de entender la vida. Por eso es tan significativo que un Festival como el de San Sebastián le otorgue este reconocimiento. La matriz de esa sencillez a la que aludía radica en que no renuncia en ninguna de sus películas a tres conceptos que se encuentran en casi todos los cuentos infantiles: amor, sueños y aventuras. Tres palabras esenciales en su carrera; las mismas y únicas que Miyazaki le dijo a su fiel colaborador, el compositor Joe Hisaishi, para crear la banda sonora de El castillo en el cielo. Tres palabras que se extienden por su filmografía, funcionando y articulando la base de sus tramas y también la base del viaje y el héroe –en la mayoría de los casos heroínas–, de un cine que ensalza los valores más honestos. Unos valores que están en la infancia y la juventud y que parecen oponerse al mundo en el que subsisten los adultos, dentro de un universo donde se muta la realidad tal y como la conocemos por otra mucho más metafísica en la que los diferentes protagonistas de sus historias hallarán un nuevo estado de purificación interna. Así se sentirán más libres y en contacto beneficioso con la naturaleza. Un discurso muy actual en unas sociedades que apenas cuidan el entorno de un mundo golpeado por el cambio climático.

 

Seis. Y es que uno siente que el estado de ánimo global del mundo es el de estar inmerso en El día de mañana, la película de catástrofes de Roland Emmerich que cité al principio. Al mismo tiempo uno desea alcanzar algo cercano a los héroes de las películas de Miyazaki. O al menos estar predispuestos a experimentar la presencia excepcional de la naturaleza, a creer y relacionarse con normalidad con una dimensión-realidad mágica, imaginativa, alejada de la contaminación de la realidad diaria, hasta merecer –por los innumerables esfuerzos del héroe–  el makoto no kokoro (corazón sincero).

           

                    

                                                                                                             

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

         

             

       

       

       

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