#VozEnOn
Las películas de mi vida:
Berna González Harbour
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. El estreno de la adaptación de Verano en rojo (Belen Macías, 2023), la primera novela de Berna González Harbour, nos da pie a inaugurar esta sección de periocidad mensual en la que charlaremos sobre la formación sentimental del cine en escritoras y escritores y su influencia (o no) en su narrativa. La sección del año pasado dedicada a cineastas y guionistas gozó de una estupenda acogida y esperamos que esta también la tenga. Trataremos, siempre que sea posible, que se corresponda con la actualidad.
Dos. Desde su debut, Berna González Harbour logró crear unos personajes carismáticos y potentes, como la comisaria María Ruiz, el informático Tomás o el periodista Luna, a través de una historia de violencia y silencios en el verano de 2010, en pleno Mundial de fútbol de Sudáfrica, en el que España se proclamaría campeona del mundo. La escritora abordó con ambición un tema crudo y delicado como el de la pederastia de curas y docentes religiosos, que pese a que ha tenido cierto eco en prensa siempre parece quedar sepultado. “La novela Verano en rojo es mía y la película Verano en rojo es de Belén Macías. Eso lo tuve claro en todo momento y es lo que me ha permitido disfrutar de un proceso de creación, casi de orfebrería, que ha resultado fascinante y que ha llegado a los cines con enorme solvencia”, nos confiesa con una sonrisa la autora en una comida en el restaurante Igueldo en Barcelona, donde coincidimos a propósito del premio Tusquets.
Tres. En los últimos años, el cine ha tratado este tema desde distintas perspectivas y sensibilidades, pero normalmente con acierto e interés. Desde La mala educación (Pedro Almodóvar, 2004) a Por la Gracia de Dios (Francois Ozon, 2019), pasando por El Club (Pablo Larraín, 2015), Pecado (Gerd Schneider, 2015) o Spotlight (Tom McCarthy, 2015). Belen Macías también pone el foco a partir de un thriller solvente en el que destacan unos personajes bien diseñados psicológicamente, que ya están en la novela y a los que los actores y actrices interpretan en un estado de gracia. La propia escritora asevera: “Mi mundo está ahí, mis personajes están ahí, ya tienen cuerpo y voz. Y ver aquello que nació en la soledad de mis madrugadas en el triángulo que formábamos mi ordenador, mi café y yo crecer y multiplicarse con tanto talento solo me ha dado una gran satisfacción”.
Cuatro. La charla deriva hacía películas y libros. “¿Películas?”, se pregunta la escritora, dejándola unos segundos en el aire, como si quisiera estar segura de la respuesta, mientras la palabra películas, con sus interrogaciones, se balancea juguetona. “¿Libros?”, dice casi para sí misma. Literatura y cine, apunto, más que nada por no ser demasiado invasivo. “La literatura ha saltado y ayudado al cine muchas veces, como el cine también puede ayudar a la literatura. Así fue en La librería, de Penelope Fitzgerald, que Isabel Coixet supo convertir en un artefacto espléndido. He ahí un ejemplo de fidelidad a la vez que se construye la obra propia. Ocurrió entonces, como ha ocurrido ahora con Verano en rojo. Por eso la menciono en primer lugar”, explica.
Cinco. Luego alude a otras que le han impactado e influido. “Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda, por inventar un universo propio, loco y surrealista a partir de la realidad más cercana, que es de donde sale el mejor surrealismo. Camada negra, la segunda película de Manuel Gutiérrez Aragón, que recoge con valentía el lado más oscuro de nuestra historia reciente, cuando el fascismo, el abuso de poder, la distancia social y el machismo prendían en los nuevos jóvenes que ya nada tenían que ver con la Guerra Civil. Sin olvidar ninguna de las de Berlanga, desde El verdugo a Bienvenido Míster Marshall, por ofrecernos, con enormes dosis de humor negro –el humor posible–, los tragos más amargos de nuestra miseria". Del cine más reciente recupera No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, "por su pulso narrativo, la reflexión de fondo y un suspense que entroncan sin ninguna duda con Verano en rojo”.
Seis. La conversación salta de películas a libros (pero esta última parte la edito), con la sencillez con la que hablan los niños en el recreo. Entonces siento curiosidad por si recuerda la primera película que vio en una sala de cine. “Creo que fue Tiburón. Empecé muy arriba con Spielberg, pura emoción e impacto. Hasta entonces me había empapado de todas las del Oeste y las clásicas americanas que nos ponían los domingos los curas en un colegio. Descubrir después la Nouvelle vague o los italianos como Antonioni, que curiosamente vi en filmotecas de Moscú, fue un despertar. Pero en una gran pantalla fue Tiburón”, refrenda González Harbour, maravillada aún por aquel prodigio que dirigió Spielberg en 1975, por cómo dosifica la información y consigue un impacto eficaz en los espectadores con la narración. “Desde siempre adoro la buena narración y la conexión visual que solo el cine puede establecer con toda su potencia con el espectador”, reflexiona la escritora. Y eso es lo que espera que logre la visión de Verano en rojo. Aún están a tiempo de comprobarlo. Solo tienen que asistir a experimentar la alquimia que produce la oscuridad de una sala de cine cuando vemos una buena película.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.