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#VozEnOn


 

 Diario de un adolescente cinéfilo / 1

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            
Ilustración: Luis Frutos

Uno. Quedo para charlar con Martín, el adolescente que estaba perdido y encontró el cine, o fue este, el cine, quien lo encontró a él. No sé si lo recordarán, pero en la primera columna de esta nueva temporada les conté que una buena amiga estaba preocupada por su hijo, y ya vaticiné que me acercaría a él para ver cuáles eran sus intereses audiovisuales. El chico no terminaba de encontrar su sitio; ¿y quién lo encuentra?, le pregunté a la madre, y luego añadí: creo que muchos adultos están más perdidos que los jóvenes. Eso no es excusa, me replicó, y era verdad. El caso es que a Martín le gustaba ver películas y su madre me pidió que le recomendara un libro. Sin dudar, le dije El cine según Hitchcock, de François Truffaut. Parece que tuvo su efecto; después de este llegaron otras lecturas cinéfilas y el bueno de Martín está estudiando cine cuando le había planteado a su madre que igual dejaba de estudiar porque no encontraba nada que le motivara.

 

Dos. Tal vez habría que potenciar en los jóvenes aquello que les apasiona, pero si es una expresión artística: pintar, escribir, hacer cine… se tiende a tomar como un hobby. No se le da demasiada importancia. O solo algunos se la dan. La relevancia parece adscribirse a estudiar una carrera de provecho. Seguro que saben a qué me refiero. Y, por supuesto, no citaré ninguna de las que se les ha pasado por la cabeza. De hecho, a Martín, según me cuenta, le orientaron en esa dirección. Menos mal que su madre lo veía tan ilusionado con el cine que el tema se reencauzó. Esto me llevó a recordar que, cuando estaba en EGB (sí, soy  de esa generación), entre las extraescolares que tenía en el colegio público al que asistí podía elegir escritura, cómic, música y otras clases que hoy día es raro ver en cualquier centro escolar. Vamos, que la oferta se reduce a idiomas, deporte y robótica. No digo que en todos sea de este modo, pero los que yo conozco, y son unos cuantos, no salen de estas ofertas extraescolares.  

 

Tres. Sentado con Martín en un banco del parque, me noto como en una película de los ochenta. Y, por un momento, imagino que sacará una cinta de casete para decirme que me ha grabado de la radio las canciones que escucha; o que le preste alguna cinta VHS con películas españolas que debe ver. No sé por qué tengo esa sensación. Se lo comento a Martín, este se ríe. Ahora todos vemos Tik Tok en el móvil, me dice. Eso de las cintas es la prehistoria. También tiramos de YouTube y las películas las vemos en el portátil. Yo me he encontrado a chicos de tu edad viendo películas en el teléfono, comento. Entre mi círculo no, me responde. Algunos lo hacen, pero ellos se lo pierden. Lo que leo son reviews (es decir, críticas, me lo dice en inglés). Lo que se pierden muchos jóvenes son un montón de películas por el simple hecho de que son antiguas y, por tanto, según su criterio, pesadas, en blanco y negro y con efectos especiales obsoletos, dice Martín, y añade: ¿Cuántas veces habré oído a alguno de mis amigos decir que no ve una película porque es en blanco y negro? Sé de lo que me habla. Esto ya pasaba hace veinte años en la universidad, donde impartí clases un año, y el alumnado se quejó cuando les puse Las Hurdes, tierra sin pan, de Luis Buñuel, y La marsellesa, de Jean Renoir.

 

Cuatro. Le confieso a Martín que me llama la atención ese rechazo al blanco y negro, porque muchos jóvenes leen manga, que, como saben, es en blanco y negro, excepto algún caso puntual. Debe de ser la narrativa, la forma de contar, ¿no? Martín no tiene una respuesta. Simplemente, me dice que necesitan experiencias. Por eso les funciona tan bien el cine de terror o el cine de efectos especiales, los blockbuster. Sin embargo, con mis compañeros es otra cosa. Sí, claro, aunque te digo que cada vez somos menos los jóvenes que nos interesamos por este arte. Mientras estamos charlando, en un banco cercano un trío de chicas está pegado a la pantalla del móvil. Luego, colocan el teléfono de modo vertical en la madera, se levantan, y se ponen a bailar y a reír.

 

Cinco. Estamos hablando de ver las películas en formatos domésticos, pero dónde queda el rito de acudir a una sala de cine, le señalo; apenas me encuentro con jóvenes en el cine últimamente. No sé si son los horarios que manejo o es que realmente la afluencia ha bajado. Martín me mira y me dice muy serio: No solemos ir al cine ya porque es muy caro y, con la facilidad que tenemos para encontrar una película en internet, no lo vemos necesario; personalmente pienso que, a no ser que se reduzca el precio de las entradas, cada vez va a ir menos gente. Además, siento que aprendo más e invierto mejor el tiempo viendo películas que no son nuevas.


Me lo ha soltado con seguridad y contundencia. Sin embargo, le comento que el tema del precio es discutible. Las bebidas o el tabaco tienen precios elevados y no veo cuestionar sus precios o el de otras cosas. Y también le resalto que ver una película en pantalla grande, que es para lo que fue concebida, no tiene nada que ver con verla en un ordenador.  

 

Seis. Le pregunto si cree que alguna vez se recuperará el hábito de ir al cine; e incluso que si la gente acudiría en caso de que fuera gratis. Cree que sí, lo que sin duda alguna me anima. Entonces, como si quisiera cambiar de tema, me dice: El cine me ha ayudado de muchas formas a lo largo de mi vida. Cuando era pequeño no me daba cuenta, pero algunos de los mejores recuerdos de mi infancia son muy sencillos, pero a la vez bonitos. Por ejemplo, estar viendo por primera vez una película con mis padres en el sofá de casa. ¿Y quién no tiene ese primer recuerdo? Porque las ficciones nos arropan, están ahí desde el comienzo, desde los primeros pasos, en forma de cuentos, de dibujos animados, de películas… El cine no nos abandona. Es un compañero permanente, reafirma Martín, y además añade que a él le ayuda a entender mejor la sociedad de ese pasado que no vivió, y que en sus malos momentos le ayuda a no quedarse solo con lo malo que le pasa. Y esta es una inmejorable manera de finalizar este primer diario. La continuación de este diario está en la mano de los lectores.

 

           
           

           

          

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

   

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       
    

       

       
       

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