#VozEnOn
Diario de un adolescente cinéfilo / 2
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. De nuevo tengo mi cita mensual con Martín, el joven que estaba desubicado y encontró el cine, o fue este, el cine, quien lo encontró a él. El orden de los productos no modifica el resultado. El cine lo salvó. Porque el cine salva vidas y nos hace más tolerantes, y nos abre las zonas más íntimas para conocer aquello que cada uno oculta. Le estoy soltando esta chapa al bueno de Martín, sentado en una cafetería por la zona de Ópera en la que ponen unas tartas de zanahoria y manzana que son de película, cuando el muchacho me suelta “parece que fuéramos Tony Soprano y Jennifer Melfi”, y la ocurrencia me hace sonreír y recordar que con su edad yo era igual, es decir, las situaciones y las cosas que me pasaban las explicaba con momentos y personajes que sacaba del cine o la televisión. “¿Y quién de los dos es Tony?”, pregunta el chaval. Que cada uno saque sus propias conclusiones, le respondo.
Dos. El cine es la presencia que siempre está en las noches de frío. Aunque, por lo que me cuenta Martín, últimamente ven más series que películas. Me dice que eso de embarcarse en maratones de ficciones televisivas y comentarlas en línea es algo que hacen muchos grupos de conocidos suyos. Él ha participado alguna vez, pero prefiere verlas solo. Y que ve más películas que series, pero que por supuesto ve series de televisión y empieza a citarme algunos títulos, todos norteamericanos. Está claro que la ficción televisiva hace tiempo que pasó a ocupar un lugar destacado en el espacio cultural de las sociedades entre las distintas generaciones.
Tres. Parece evidente, le digo, que se ha desarrollado un gusto por las series, y en la actualidad se nota esta tendencia que coincide con los cambios de narrar y consumir las ficciones. Me vuelve a mirar con cara de Tony Soprano, y a continuación suelta: “si usted lo dice, doctora Melfi...”. Seguimos con el juego y le advierto que le voy a hacer una pregunta muy boba, lo sé, pero que debo hacerla. “A ver qué me preguntas”, advierte el joven cinéfilo. La pregunta sale de tu respuesta, le explico, porque solo me has citado series americanas. Las series españolas, ¿dónde quedan?
Cuatro. Se ríe con la media sonrisa con la que se reía James Gandolfini. Luego dice: “La juventud de hoy en día ve más cine y series norteamericanas que españolas porque el lenguaje cinematográfico de las películas y las series de Hollywood está integrado en todo lo que consumimos, desde anuncios hasta videojuegos. Por lo tanto, aunque sea de forma inconsciente, nos hemos habituado desde pequeños a este tipo de lenguaje y se le hace raro a gran parte de los jóvenes ver cine en nuestro propio idioma”. Tal vez es porque veis las series en versión original, le digo. Duda por un momento, después asiente y dice que también. Y es posible que forme parte del espacio mental en el que se ha construido la cultura y el gusto de la globalidad, no solo de los jóvenes.
Cinco. Hablamos de series recientes como La Mesías o Romancero, y de ambas afirma que las quiere ver, pero que hay una cierta tendencia de arrastre. Lo entiendo porque en este país a lo patrio se le golpea duro, demasiado duro, lo merezca o no. Y cuando quiero conocer qué opina, él explica: “En cierta forma, al ser la mayoría de las películas que triunfan hechas por estadounidenses, la gente asocia cine a Estados Unidos. De esta forma, ver una película hecha en tu propio idioma te descuadra y la hace sinónimo de menor calidad. O piensan que por tener un menor presupuesto a lo mejor no merece tanto dedicarle tiempo como a otra película de Hollywood".
Seis. Quién sabe la razón. Yo creo que el público sí quiere ver lo que se hace aquí, pero siempre se analiza desde un prisma parcial. También es cierto que desde hace décadas está el debate de si se da prioridad a llegar al gran público (con lo que signifique eso ya, porque las audiencias se han fragmentado) o a rodar algo de calidad con independencia de que pueda tener una gran repercusión. Hace diez años participé en un evento organizado por guionistas en el que se pusieron sobre la mesa discursos sobre las series que siguen vigentes hoy en día. Los discursos se resumían en lo que ya intuía el propio Martín, las diferencias entre los modelos televisivos y la noción de calidad y percepción que se tiene de que una serie sea mejor que otra. Por ejemplo, una serie como Mad Men contaba con una audiencia minoritaria. Y, precisamente, este hecho reforzó su carácter de producto de élite destinado a un público refinado. Desde esa posición la llevaron al éxito.
Siete. “Entonces aquí hay poca paciencia, ¿no?”. Seguramente sí, se busca réditos demasiado veloces. Quizá es la tendencia del mundo. Pero le digo que no olvide que en las ficciones españolas hay riesgo y creatividad, desde La cabina a Mira lo que has hecho, pasando por La peste o Historia de la frivolidad. Se queda pensativo y luego repite algo que ya le dije la anterior vez que nos vimos: Hay que ser curiosos y no dar nada por sentado. “Vale, me pondré a ver estas series y ya hablamos el próximo mes”.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.