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 Concha Velasco, un regalo

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Uno. Aunque suene a tópico, como la mayoría de los tópicos suele ser verdad: Concha Velasco sigue viva a través de sus personajes. La actriz fue un regalo para los espectadores, para las personas con las que trabajó. Incluso muchos la consideran patrimonio nacional. No es para menos. Porque la artista conmovió y seguirá conmoviendo a los espectadores, o les alegrará sus existencias con ese brillo que traspasa la pantalla.

 

Dos. Acumuló premios y reconocimientos: varios Max de Teatro, Premio Nacional de Teatro, Goya de Honor, nueve Fotogramas de Plata y otros muchos galardones. Pero más relevante que los méritos y distinciones, lo que destaca de ella era esa energía y pegada que desplegaba en las composiciones de los personajes a los que dio vida. Tenía talento y carisma, pero ambos, talento y carisma, se construyen. Y, como la doncella de Carmen Sevilla que interpretó en La fierecilla domada (Antonio Fernández-Román, 1956), Concha Velasco trabajó para ser una de las actrices más grandes del cine, la televisión y el teatro.

 

Tres. El éxito de la comedia costumbrista y coral de Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958), en la que Concha Velasco transmitía una radiante luz, junto a sus otras compañeras de reparto cantando en un descapotable la canción compuesta por Augusto Algueró; así como la canción que se popularizó en Historias de la televisión (José Luis Sáenz de Heredia, 1965), La chica ye-yé, propiciaron que la actriz se convirtiera en la estrella que fue y que se mantuvo con esa luminosidad tan difícil de sostener durante décadas. Se convirtió en uno de los rostros que dieron color a la grisura de aquellos años. Tony Leblanc, Manolo Escobar, José Sacristán, Fernando Fernán Gómez o Alfredo Landa fueron algunos de los artistas con los que compartió plano.

 

Cuatro. Y como suele ser norma, le costó que le dieran un papel más dramático y serio. Ella misma declaró: “Hay un antes y un después en mi carrera con Tormento”. La película de Pedro Olea ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de 1974 y es una de las mejores adaptaciones que se han hecho de una obra de Benito Pérez Galdós. Un melodrama exquisito con actuaciones para el recuerdo; no solo de Concha Velasco, también de Ana Belén y Paco Rabal. De nuevo a las órdenes de Olea protagonizó junto a José María Flotats y Fernando Fernán Gómez Pim, pam, pum… ¡Fuego! (1975), constatando ese cambio en una carrera que había estado definida hasta entonces por papeles más agradables.

 

Cinco. Luego llegarían La colmena, de Mario Camus (1982), en la que da vida a una prostituta con aspiraciones culturales; o París-Tombuctú, de Luis García Berlanga (1999), un cineasta con el que siempre había querido trabajar. O Más allá del jardín, en 1996 de nuevo con Pedro Olea. O Bienvenido a casa, de David Trueba en 2006, por citar solo las que uno recuerda mientras escribe. Pero hay muchas más, en papeles protagónicos o de reparto, en las que siempre dio sinceridad y verosimilitud a sus composiciones.

 

Seis. Además del cine, en televisión cuenta con algunos personajes memorables, como el de Santa Teresa a las órdenes de Josefina Molina. Se cuenta que los papeles iban a ser para Ana Belén y Lucía Bosé –como Santa Teresa joven y mayor, respectivamente–, pero que la directora vio a Concha Velasco en el teatro y la impresionó tanto que le encomendó ambas responsabilidades. En las series siguió trabajando en éxitos como Queridos padres, Compañeros, Hospital Central, Velvet, Bajo sospecha y otros muchos títulos.

 

Siete. Fue una artista total: hacía cine, televisión, teatro, presentaba un programa, cantaba. Lo que hiciera falta. Y lo hacía con esa energía radiante de la que sabe que su oficio hacía feliz a los demás, que era tan importante reír como llorar. Concha Velasco fue un regalo inolvidable y nos dejó para la eternidad su estrella.

           

          

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

   

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       
    

       

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