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 Diario de un adolescente cinéfilo / 3

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

Uno. Un mes más me reúno con Martín, el joven que estaba desubicado y encontró el cine, o fue este, el cine, quien lo encontró a él. Caminamos entre aceras llenas de personas con la decoración navideña parpadeando en plena tarde. El bullicio lo impregna todo. Le digo si ha visto más cine español y le sugiero que podríamos hablar de cine de Navidad, pero su cara habla por sí misma. Entonces le comento que sea él quien proponga el tema. “¿Y qué te parece si hablamos de animes y live-action? Es que hablar de cine navideño en esta época es muy evidente, ¿no?”

 

Dos. Martín tiene razón. La aplastante razón de la juventud. Me responde que lo que más ve últimamente es cine oriental y que le gustan los animes. Y, claro, mi cabeza recuerda aquellos sábados en los que esperaba con emoción el episodio de Mazinger Z y los domingos los de Candy Candy. En aquella época, le confieso que pocos sabían que eran mangas adaptados al anime. Y es que el manga y el anime son dos fenómenos íntimamente unidos, por lo general el manga precede al anime, pero no siempre es así, en ocasiones funciona al revés. Lo curioso es que en España, el motor de la llamada cultura otaku ha sido casi siempre el anime, que ha dado paso después a la llegada del manga.

 

Tres. De hecho, el pasado 10 de diciembre terminó el 29 Salón de Manga de Barcelona. Lo comentamos y también la última maravilla creada por Hayao Miyazaki, El chico y la garza. Le digo a Martín que me acuerdo de que todo empezó en los años noventa con la confluencia de dos obras que llegaron más o menos al mismo tiempo, pero de forma independiente: Akira y Dragon Ball. Ambas se convirtieron en fenómenos que consiguieron iniciar el boom del manga y el anime en España. Y Oliver y Benji, me apunta.

 

Cuatro. Me dice que él quiere destacar la diferencia entre el anime y el live-action. “Para mí el anime tiene una estética propia que hace que no exista la posibilidad de representar la misma historia con actores. Películas como Akira, Perfect Blue o El Viaje de Chihiro mezclan herramientas audiovisuales y narrativas del cine convencional y del anime, creando así una atmósfera única que no podría ser interpretada si no fuera con dibujos”, afirma. Y luego me suelta que es como “mezclar natillas con chorizo”, lo que me lleva a sonreír por la ocurrencia alimenticia.

 

Cinco. Lo que sí le cuento a Martín es que en sus inicios muchos lo describieron como una moda pasajera. Pero ya lleva treinta años de historia y una salud inmejorable. Desde el estreno de Dragon Ball a comienzos de los años noventa, el manga y el anime se han convertido en parte fundamental del ocio, aunque con un cierto estigma de ser producciones “para chavales” y vistas de forma muy estereotipada por el gran público. Martín no sabe qué decirme al respecto. Ni yo mismo tengo cifras ni datos, pero sí que creo que es una tendencia, aunque también creo, le comento, que en los últimos años esto está cambiando, se está produciendo una apertura en la diversidad de títulos y públicos.

 

Seis. Desde hace unos años tanto el manga como el anime empiezan a tener un impacto más allá de su supuesto nicho, y está demostrando que su poder de atracción es capaz de superar todo tipo de barreras, ya sea de edad, género o nacionalidad. “Lo que es indudable es que cada vez se publica más manga y nos llegan más animes”, dice Martín. Y esto apunta a que se ven cada vez más animes. Se quiera o no, está claro que sus historias conectan, ya sea por el dinamismo de la narrativa, la espectacularidad de la puesta en escena, el encanto de lo exótico, incluso por lo inesperado de los relatos.

 

Siete. “Creo que con el streaming la variedad de animes y live-action es apabullante”, comenta Martín. Y es que hay animes para cada espectador. Y sí, por supuesto, hay buenos animes de Navidad, como la emotiva Tokyo Godfathers. Y el joven asiente y damos por cerrada la columna este 2023 con los mejores deseos para estas fechas y el próximo 2024.

 

           

                               

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

   

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       
    

       

       

       

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