twitter instagram facebook
Versión imprimir

            

                  

#VozEnOn


 

 Coleccionar emociones, coleccionar vidas

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

 

Uno. Con los años me he percatado de que parte del público tiende a asociar al personaje que interpreta un actor o actriz con la persona, cuando en la mayoría de los casos no tienen demasiada relación o ninguna. Este es un espacio que habla sobre todo de los que dan la cara, de los que se ponen delante de la cámara. Ese oficio tan vulnerable, tan complejo, que absorbe una energía vital a esos artistas que nos regalan su vida en forma de otras vidas. Puede ser inevitable que en las construcción de sus personajes, sean cómicos o dramáticos, la persona ponga parte de su experiencia, e, incluso en personajes complejos o difíciles la actriz o el actor quiera estar en una situación similar a la del personaje. Pero eso ni los convierte ni los fusiona con los personajes, aunque los intérpretes lleven años representando el mismo papel en una serie de televisión.

 

Dos. Los actores coleccionan vidas de personajes. Personajes que nunca se acaban, porque cada generación puede volver a estar con ellos y sentir lo que en ese momento quisieron transmitir. Y pese a estar creados en una época, esta termina por diluirse para alcanzar y descifrar lo oculto de cada individuo. Es más, es como si a lo que siempre aspiraran las actrices y los actores con sus personajes fuera a la búsqueda de la felicidad para que los espectadores nos acerquemos de la mejor manera posible a una forma de vivir positiva o esperanzadora y, al mismo tiempo, nos permitieran entender un mundo cada vez más inestable y difuso.

 

Tres. La actuación es jugar a sentir y cuestionar. Así las cosas, el artista quizás nunca deja de estar conectado con su parte infantil. Nunca lo abandona el deseo de ser y de saber, como contaba Ginzburg en Las pequeñas virtudes. Acaso porque el conflicto es lo cotidiano, eso a lo que nos enfrentamos cada día para intentar llegar a la excelencia. Y las actrices y los actores lo saben muy bien. En cada nuevo papel empiezan en la casilla de salida, pese a que tengan más recursos, pese a que sepan más sobre la naturaleza y la función del drama de las que habla David Mamet.

 

Cuatro. La paradoja: “nunca se ve más y mejor que en la oscuridad de un cine”, escribe Rodrigo Fresán en su nueva y monumental novela, El estilo de los elementos. Y, claro, nunca (o casi) somos capaces de identificar nuestras emociones hasta que alguien nos las refleja o las representa. ¿Y cuántas veces nos ha pasado mientras vemos una película? ¿Cuántas veces este o aquel personaje nos ha abrazado o nos ha interpelado? ¿Cuántas veces nos hemos visto en ese otro u otra para negar o aceptar la realidad?

 

Cinco. Los conflictos están en todas partes. Esto lo saben muy bien los artistas y cualquier tipo de creador que intenta hacer más apacible una sociedad cada vez más hostil, fea, mercantilista. No obstante, esos conflictos comienzan con uno mismo, se originan en la individualidad del sujeto. Por ese motivo, los actores y las actrices, en la exigente lectura de ser otros, entienden tan bien ese desdoblamiento, esas vías que abren caminos que permiten reflexionar sobre emociones como la tristeza,  el odio o la ira, sobre qué es la libertad en la actualidad, sobre el uso o desuso de las inteligencias artificiales, sobre los lugares comunes en el arte, el cine (o la música, la literatura, la pintura…), y más concretamente, sobre la actuación, que apenas se considera con el calado y la dificultad que tiene. Todo eso que favorece el conocimiento y nos acerca a unos con otros.

 

           

                    

                               

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar Perro negro, en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
 

   

       

       

       

       
       

       

       

       

       

       
    

       

       

       

       

       

Versión imprimir