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#VozEnOn


 

 Las lágrimas de Dani Guzmán

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

 

Uno. El año pasado el Festival de Málaga invitó al director y actor Daniel Guzmán a dar una charla a jóvenes cineastas. Estaba previsto que el acto durase una hora, pero pasaron tres y los jóvenes cineastas aún estaban entusiasmados por la generosidad de este artista. El director de A cambio de nada habló de su experiencia en un mundo tan complejo como el del audiovisual, pero también de la vida, de cómo se conecta uno con la otra. Y lo hizo de la única manera que sabe, como si fuera la primera y la última vez; de un modo sencillo y auténtico; de una forma tan absorbente que parecía una película en sí misma. Cioran dijo que “todo lo que no es arrebatador es superfluo”. Y Guzmán sabe que todo debe ser arrebatador. Al menos en las expresiones artísticas.

 

Dos. Dani Guzmán ha demostrado que puede componer personajes duros y frágiles, hacer comedia o drama, lo que sea, y siempre con un punto en el que aporta algo profundo de él mismo; una energía vital que despliega para que quien está al otro lado la perciba, porque, desde que interpretó en 1994 aquel papel en el cortometraje Sirenas a manos de Fernando León de Aranoa, sus representaciones jamás mienten. Luego llegarían muchos papeles en cine y televisión, desde Hola, ¿estás sola?,  de Icíar Bollaín, a Éxtasis, de Mariano Barroso, pasando por series que le dieron popularidad como Aquí no hay quien viva. Pero esto no es una lista de los logros ni de la filmografía de este cineasta y actor que ha desplegado su energía con fragilidad y fuerza, no; esa información plana la pueden buscar en Internet.

 

Tres. Guzmán se complica la vida porque ama la vida y a las personas que tiene alrededor, con las que de una manera u otra ha compartido algo. Es una persona apasionada, cómplice, que escapa a trivialidades y zonas comunes. La emoción que transmite en su ópera prima es una emoción que sale o emerge de la fascinación de la realidad y la ficción, de cómo se alían la una y la otra, para crear una película con un corazón dentro, el de su abuela Antonia, esa persona/personaje único, que nos fascina por su autenticidad. Y también, claro, por su apuesta por un protagonista, Miguel Herrán (por entonces desconocido),  al que encuentra por azar y para el que termina creando una nueva vida tanto en la ficción como en la realidad. El momento en que Dani Guzmán se emociona es ya una escena histórica de los Premios Goya, otro momento que nos regala una autenticidad sin imposturas.

 

Cuatro. En A cambio de nada, el personaje de Darío (Miguel Herrán) dice que no tiene padres. Este adolescente corre y se mueve en un entorno familiar roto, en una sociedad rota, con un amigo, Luismi (Antonio Bachiller), que lo salva de él mismo. La película capta la vida con delicadeza y con energía. Habla de temas universales de un modo formidable. Y vista hoy, desde la perspectiva actual, cobra mayor valor. Un reflejo que se percibe en el personaje de Antonia Guzmán, que tiene un puesto en el Rastro y por las noches sale con su motocarro y el carnet caducado hace cinco años a recoger muebles abandonados, objetos que ya nadie quiere en los barrios pudientes de la ciudad que ella misma restaura y da nueva vida. Esa vida es la que sabe transmitir Dani Guzmán. El cineasta retrata el piso de la buena de Antonia con una cercanía que uno siente. Ese piso de otro tiempo en el que quedan huellas de una familia que ya hace tiempo desapareció, viejos objetos, fotos y posters de futbolistas de una época de sonrisas y cariños que se esfumaron y de los que ella no habla.

 

Cinco. Y quizás este sea el mayor logro de Dani Guzmán, cómo arroja luz a lo que se queda en sombra. Cómo es capaz de arriesgarse para extraer de la vida arte, algo que demuestra también en Canallas, una comedia no lo suficientemente valorada, en la que vuelve a vincular vida y ficción a través de un amigo de la infancia que lo convierte en vértice de su personaje y el de Luis Tosar. Su cine es un descubrimiento. Su forma de estar en el mundo es generosa. Se vacía por los demás y por aquello que cree. Dani Guzmán ha declarado: “el cine, aparte de cambiarme la vida, me ha hecho mejor persona”, y con seguridad al cine español y a los espectadores les iría mejor si a él no le costase tanto esfuerzo levantar una película. Ahora rueda su tercer largometraje, La deuda, producida por él mismo (a través de su productora, El Niño Producciones) en colaboración con Aquí y Allí Films: productores que saben arriesgarse entre la fascinación de la realidad y la ficción, y que entienden de qué manera pueden unirse entre sí.

 

Seis. Solo nos queda esperar que La deuda nos vuelva a acompañar más allá de su visión, que vuelva a ratificar aquella línea de diálogo de Antonia en A cambio de nada: “Hay que moverse, envejece uno menos”. Como Dani Guzmán, ese adulto que sigue con la mirada del niño que fue. Por fortuna para todos nosotros.

 

           
            
                            
                        

                  
                  

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011),  Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

     
     

        
       

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