#VozEnOn
De Goyas y otras revelaciones
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. No sé si es casualidad o no, pero desde que Fernando Méndez-Leite preside la Academia de Cine las galas de los Premios Goya salen de fábula. No es solo una impresión personal, sino de la crítica y el público. De hecho, esta edición fue la de mayor audiencia, con un share del 23,5 por ciento, lo que nunca es fácil (o ahora mucho más difícil) en un paradigma con la audiencia tan fragmentada. La gala conducida por Los Javis y Ana Belén fue como la seda, con ritmo, buenas actuaciones y las reivindicaciones precisas. Incluso lo que no estaba escrito lo parecía, con la dosis exacta de apasionamiento y esa sensación que permite a los telespectadores que proyecten sus deseos.
Dos. Es muy importante que un país tenga una industria cinematográfica y cultural fuerte. Es una imagen que crea marca fuera. Y un evento como la gala de los Goya contribuye a ello. El cine es conocimiento. Una manera de descubrirnos en lo individual como personas y en lo colectivo como sociedad. ¿Y qué tiene esto que ver con los Goya?, se preguntarán algunos. Pues mucho. Me comentó el bueno de Fernando Neira, que es como el Charles Xavier de este espacio, que le llamó la atención que Bayona se reivindicara como “cineasta español” cuando obtuvo el Goya a la mejor película. Y que incluso se lamentara de que aquí se le viese a veces como “uno de fuera” cuando él, Bayona, se siente orgulloso de ser “de los nuestros”. Bayona ha logrado triunfar en la meca del cine. Solo por eso ya deberíamos aplaudirle. Porque no es sencillo. Esto me lleva a pensar en otros cineastas que trabajan al otro lado del charco (o que han trabajado) como Jaume Collet-Serra, Paco Cabezas, Juan Carlos Fresnadillo, Isabel Coixet… cineastas que abren nuevas vías a lo que somos. De ahí la relevancia del triunfo de La sociedad de la nieve en los Goya.
Tres. Es obvio que podría haber ganado cualquiera de las nominadas. Todas lo merecían por un motivo u otro. Y todos tendremos nuestras preferencias. Sin embargo, me parece coherente que ganara La sociedad de la nieve porque es la película que la Academia ha presentado a los Óscar. La Academia de Cine no es un ente extraño, lo integran profesionales muy diversos; de ahí que tenga más valor. Bayona dirige de un modo impresionante el accidente de avión de 1972 en los Andes. Lo hace con respeto tanto a los fallecidos, a quienes se da una dignidad nunca vista, como al punto de vista narrativo. Este es un elemento que reivindicar de La sociedad de la nieve. Me parece que la elección de Enzo Vogrincic funciona de un modo audaz y poco convencional al servicio de la concepción temática. La prensa y las opiniones críticas han insistido en la perfección técnica, de la dirección y fotografía, en los efectos especiales, música, maquillaje, sonido, etcétera, como si fuera el valor en sí mismo de la película, como si estuviera por encima de lo demás y fuera el alud que lo sepulta todo. Por encima hay otras cosas más relevantes que lo técnico, aunque sea muy importante. La sociedad de la nieve puede verse como memoria histórica que no oculta los hechos más problemáticos, maravillosa hasta su final, llena de momentos reveladores. Bayona pone imágenes a un calvario que los actores hacen creíble de una manera emocional.
Cuatro. Igual de reseñable es lo de Malena Alterio en Que nadie duerma, de Antonio Méndez Esparza. La actriz lo está ganando todo con ese personaje tan complejo como sutil. Derrocha una extrañeza que no es sencilla y lleva la fábula con esa energía que hace (hará) que la película siempre esté viva. En la conversación a la que aludo con Neira, me confesaba que Alterio abruma y que su reconocimiento es aún mayor en una película que no tenía otras nominaciones. También comentamos las diferencias entre el David Verdaguer en películas como Verano 1993 de Carla Simón y 10.000 kilómetros de Carlos Marqués-Marcet y la película de David Trueba, Saben aquell, a través de una interpretación menos naturalista, pero tan verosímil que parece la reencarnación de Eugenio.
Cinco. Una de las cosas divertidas de los Goya es poder ver la gala con amigos y familia y comentar los premios luego. Otorga ese placer de estar vivo y en comunión con lo que se hace en ese instante. Uno elucubra antes sobre sus posibles ganadores. Mientras ve la gala comentas los detalles, celebras los premios que compartes y puedes entristecerte por quienes se fueron de vacío. Y una vez pasan los días sigues compartiendo un momento que va más allá de los que buscan polémicas absurdas. Los Goya son un milagro. Muchos lo verán con distancia. Pero a esos mismos, si les preguntas si quieren asistir a la gala de los Goya, casi con seguridad aceptarán la invitación.
Seis. Y el mejor ejemplo lo representa el Goya Internacional de esta edición a Sigourney Weaver, apuesta personal del presidente de la Academia, que aceptó de inmediato este galardón y cuyo discurso reivindicó a los que no se ven, a esa anónima actriz de doblaje que ya dejará para siempre de ser anónima, María Luisa Solá; la voz de la actriz aquí, como los Goya son los premios de aquí y de todas partes. Porque el cine no tiene nacionalidad, el cine es ficción, es crear sueños e historias y posibilidades para ser mejores.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.