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#VozEnOn


 

 De miedos, abusos y esperanzas

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

 

Uno. Vivimos en un mundo cada vez más feo. O quizás es una impresión mía. Una impresión de la que no logro desprenderme por esta personalidad tan resbaladiza. Una impresión que se apoya en el miedo que cruza nuestra sociedad. El politólogo Dominique Moïsi se pregunta: “después del 11 de septiembre, cómo conservar una mirada positiva del mundo”. A esa sensación de desesperanza se une el vértigo en el que vivimos. Una rapidez golpeada a latigazos por la tecnología. Un espacio que en ocasiones muestra más oscuridad que luz. Una violencia que agita los comportamientos cotidianos para, parece, nublarlos, y, sí, también, aunque parezca paradójico, normalizarlos. La violencia, el sexo y los abusos de poder cruzan el mundo desde tiempos inmemoriales. Pero si eres padre, y, además, de dos niñas, uno tiene que enfrentarse a estos pensamientos e imagen negativa del mundo; evitar que el miedo triunfe.


En realidad son cuestionamientos que deben preocupar a todos los integrantes de la sociedad.

 

Dos. Hay que impedir que los abusos de poder y las agresiones tengan un mínimo resquicio, y cuestionar la fascinación que genera el sexo y la violencia como si fueran ingredientes mágicos del deseo masculino. Los abusos y agresiones contra mujeres se ejercen cada día en los ámbitos más cotidianos. Aunque cuando esto se muestra en el cine tal vez pueda resultar más revelador e impactante. O, quizás, el cine alerta e incita el imaginario. El mismo día que tres mujeres expresaban su dolor y su miedo por los atropellos que habían sufrido; el mismo día, como digo, que leía el titular “Tres mujeres acusan al director de cine Carlos Vermut de violencia sexual”, también se publicaban otras noticias que reiteraban el valor a estas tres mujeres y constataban el fracaso social de nuestro mundo. Leía, por ejemplo, que un agente de la Ertzaintza era condenado con una multa de 2.190 euros por agredir sexualmente a una víctima de violencia machista. ¿Se puede reparar una agresión por 2.190 euros y es suficiente para resarcir el daño a una mujer que, además, ya había sufrido abusos? Al parecer, sí, se puede, y es inevitable pensar de nuevo en fracaso. De hecho, había más noticias similares, aunque la más comentada y la que más impacto tuvo fue, claro, la relacionada con el mundo del cine. Porque el cine proyecta la sociedad con un impulso asombroso.

 

Tres. Entonces me asaltaron preguntas generales: ¿Cómo se combate el miedo? ¿Qué mensaje queremos transmitir a las nuevas generaciones? ¿Basta con condenar las agresiones para las instituciones y responsables? Estas tres mujeres mostraron su vulnerabilidad, revelaron un dolor que siempre estará al acecho, que ya no se irá, o lo hará de un modo ocasional. La fealdad del estado de ánimo que azota esta sociedad se mezcla con la negritud del deseo masculino, el sexo y la violencia. Y lo que es más preocupante: los jóvenes parecen considerarla una práctica establecida por un poder que se inocula desde los detalles más nimios, y que luego se refleja en manadas y otras barbaries presentes hoy día, practicas que erradicar en la construcción de una realidad más sana, menos fea y violenta. Una realidad donde prime el conocimiento, la educación y la cultura.

 

Cuatro. El cuerpo de una mujer es un espacio privado, a pesar de que hombres y mujeres nos relacionemos con nuestros cuerpos públicos. Sin embargo, que muchos hombres no comprendan este tema elemental puede llevar a problemas. El cine es una representación y, en cierta medida, un reflejo de la sociedad; pero esa representación y ese reflejo tiene una gran onda expansiva. Vale la pena plantearse que la gramática de lo cotidiano está plagada de situaciones por conquistar que permitan construir espacios seguros y estables para todas. Mientras eso sucede, el cine y las series lo muestran y lo seguirán mostrando. Me acuerdo, por ejemplo, de una serie como Creedme cada vez que conozco un caso como este. La serie a la que aludo coloca en el centro a Marie Adler (Kaitlyn Dever), una adolescente algo insegura y desconfiada, que justo cuando se independiza sufre una agresión sexual cuando duerme en su apartamento en el estado de Washington. Lo denuncia, pero los policías casi de inmediato desconfían de su testimonio, de su actitud huidiza, de las contradicciones en las que incurre la joven, apoyándose en un pasado de casas de acogida y cierta inestabilidad. De hecho, el primer episodio gira sobre ella por completo y sobre la condescendencia de esos investigadores hacia la chica. Dos policías que no la creen, que se preguntan abiertamente si merece la pena gastar recursos para investigar su versión de los hechos. Aunque la sociedad y los dirigentes de aquí y allí y de todas partes se llenan la boca con teléfonos de apoyo en los que se debe denunciar. Sin embargo, no seamos ingenuos, la mayoría de estas mujeres están desamparadas, transitan el desierto.

 

Cinco. Escucho (seguro que el lector también) la solicitud para que la mujer agredida denuncie, cuente de inmediato que ha sido violada, como si la experiencia fuera solo la narración de un viaje accidentado que hubiera salido mal.


Denunciar no es sencillo. Es muy, pero que muy difícil. Entra en escena, entre otras muchas razones, la culpa y la vergüenza. Y esta última funciona como protección y crítica y ácido que erosiona y carcome a las abusadas. Sin contar con que deben pasar por exámenes médicos, interrogatorios y otras situaciones poco agradables, además de estar expuestas, ser revictimizadas y, en muchos casos, tener que vivir con una sensación de estigma, con un dolor que se queda en ellas, en su cuerpo, porque el cuerpo y la mente tienen memoria insaciable.

 

Seis. Me acuerdo de la serie de Michaela Coel, Podría destruirte, una historia compleja en su discurso sobre la violación, la memoria y la capacidad/nulidad de la ficción para restaurar la agresión. En ella, Coel juega con la autoficción para dar entidad a la violación que sufrió cuando trabajaba en los guiones de Chewing Gum. En Podría destruirte se reflexiona sobre cómo la culpa recae en la agredida, que se pregunta ¿qué ha pasado?, ¿qué me ha pasado?, mientras el agresor queda casi invisibilizado. Además, la serie plantea distintas variantes de la violación y el consentimiento como terrenos morales a explorar en una sociedad que parece decir que no es para tanto; ¿De verdad no es para tanto?

 

Siete. Me acuerdo del cortometraje que dirigió Javier Pereira, Suelta. Una historia en las que unos amigos drogan y violan a la amiga. La narración nos permite colocarnos en el infierno de la víctima a través del ruido y los rumores. En una sociedad patriarcal, todas las preguntas se lanzan hacia la chica, no se juzga al hombre. Unos y otras de alguna forma cuestionan a la chica. El rumor crece y las versiones de todos modifican un hecho terrible. Y es que las historias, secretos y mentiras van pasando de unos personajes a otros, configurando un relato ambivalente. El debut de Pereira explora y reproduce las reglas para llevarlas a otro lugar y, también, claro, para que nos replanteemos lo aprendido como individuos y como sociedad.

 

Ocho. Podría recordar decenas de otras ficciones que aluden al tema, pero sería un texto demasiado extenso y, acaso, reiterativo. Incluso dudo si este es el espacio para estas reflexiones. Solo que son cuestiones que cruzan mis pensamientos resbaladizos desde hace décadas y de las que he hablado en otros lugares. Y es que este relato que hemos aprendido como sociedad durante tanto tiempo lo debemos reescribir. Como afirmaba Laura Barrachina en un artículo muy sentido en Rockdelux, “es necesario que en el cine, en la cultura y en la vida en general nunca contribuyamos al mal desviando la mirada”. Porque no lo olvidemos, el cine y la cultura forman parte de la vida, no son indivisibles de ella.

 

           

            

           
            
                            
                        

                  
                  

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011),  Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

     
     

        
       

            

       

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