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#VozEnOn


 

 Las películas de mi vida,
con Azahara Alonso

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

 

Uno. Hablar con Azahara Alonso es algo gozoso. Sí, como leer Gozo, un híbrido entre la novela y el ensayo repleto de ideas y momentos que uno recuerda y quiere volver a leer. Un deseo no demasiado frecuente, porque las lecturas nos avasallan con ansia caníbal. El libro de Alonso es el antídoto perfecto para esta sociedad vertiginosa, esclavista y tendente a la hiperproductividad. Gozo es brillante por su estilo y lo que nos revela. Con seguridad lo deberíamos leer una y otra vez, como se escucha esa canción que nos emociona.

 

Dos. Y algo semejante me cuenta Azahara Alonso con esa sencillez que desarma. “Todos los autores que conozco ven cine y lo disfrutan, pero dicen que no suelen recordar ni una sola de las películas que ven, ni uno solo de sus argumentos más allá de unas semanas. Exactamente en una zona intermedia entre la literatura —no releo libros completos muy a menudo— y la música —suelo escuchar una misma canción hasta gastarla— me sucede con el cine: que cuando una película me gusta, una falta de fe en casi todo lo demás me anima a volver a verla periódicamente”. Una situación que me recuerda a esa sensación de la infancia de ver una y otra vez lo que a uno le gusta. Habitar ese espacio que supera la realidad. Tal vez, como comenta la escritora: “Me lleva a ello también el deseo de habitar otras coordenadas, la atmósfera perfecta que el/la cineasta ha creado para su historia, que es la nuestra cuando entramos en la pantalla. La burbuja de tiempo imposible de romper".

 

Tres. Y también hablamos de que hay pocas cosas tan bellas todavía como ir al cine. “Además de por lo obvio —la deserción del mundo, el ritual, todo para los sentidos—, por el componente colectivo que casi estamos perdiendo en otros momentos".

 

Cuatro. Le pregunto si el cine incide de alguna manera en su proceso creativo. “Si el cine influye en mi escritura es de un modo que no identifico conscientemente. Creo que no soy una autora de escenas, pero intuyo que en algún punto se tocan ambos lenguajes, el cinematográfico y el de la escritura literaria ajena a la trama. Me interesa la suspensión del tiempo que se da cuando vemos una película que nos atrapa, me interesa aquella generación de universos que dependen del lugar. Y, con todo eso, a lo que a aspiro es a encapsular una intuición (una historia, a su manera) en un artefacto, tal como ocurre con las películas que más me conciernen.”

 

Cinco. Y llega el momento de hablar de algunas de las películas que han marcado su formación sentimental. No son sus películas preferidas, solo algunas de esos títulos que la recorren de un modo emotivo. Y la primera que cita es El abuelo, de José Luis Garci, una película que conecta con ella de un modo íntimo. Como señala, “esta película basada en el libro homónimo de Galdós en torno a la idea del honor se rodó en el locus amoenus principal de mi vida y su visionado coincidió con una llamada, la que traía el aviso de la muerte de mi abuelo, con el que había descubierto todos aquellos lugares".

 

Seis. Las siguientes historias son diferentes pero tienen en común que quebrantan ciertos cánones. Azahara cita Belle de Jour, de Luis Buñuel. «¿En qué piensas?». “Ese inicio, esa transgresión que me dejó helada y fascinada la primera vez que la vi. ¿Quién propone así la cara oculta, lo que no se cuenta? Y a partir de eso, todo lo demás. Una pieza perfecta”, argumenta. Y también nos habla de Lucía y el sexo, de Julio Médem, un filme libre y atractivo que se pega en la mente. “Me impresionó la forma casi circular de contar una historia, el juego con los silencios, con la luz y el color, con la isla, la originalidad de todo el cine de Médem que, en esta película, me emocionó de un modo muy particular”, nos confiesa.

 

Siete. Luego nos dice que no puede dejar de citar, porque se trata de las películas que conforman su educación sentimental, Grease, de Randal Kleiser. Reconoce que ha tenido que buscar el nombre deldirector. Y razona: “Bueno, las películas que sencillamente disfrutamos también nos marcan, ¿no es cierto? De muy niña me encantó imaginar que en la rutinaria vida de instituto cabía la diversión, la imaginación del baile y lo mejor de la vida adulta antes de serlo”.

 

Ocho. Tampoco es extraño que confiese que le ha influido un cineasta tan delicado como Éric Rohmer, porque su escritura es igual de delicada. Y de entre la amplia filmografía del director se queda con El amor después del mediodía. “De nuevo la fascinación por cómo un guion —y no siempre a través de las palabras, por supuesto— puede contar las sutilezas más inasibles, eso que se ve mejor desde afuera pero nos habla de nosotros mismos. Y, por supuesto, el París de los primeros años setenta, ese paraíso perdido. El signo de Leo, tan diferente dentro de su cine, también me ha influido muchísimo".

 

Nueve. El sol del membrillo, de Víctor Erice, ese ejercicio estilístico y de captura del tiempo, le hizo comprender el cine en relación con otras artes, como las plásticas. “Quiero decir que Antonio López podía pintar el membrillo cada año, pero Víctor Erice no podía hacer ese ejercicio anual de observación, paciencia, latencia… cinematográfica, con todo lo que implica. El cine no es gratuito en ningún sentido, y la pintura puede serlo en el económico. Me sorprendió descubrir que, a pesar de eso, se puede hacer un cine que narre de otro modo, que rompa las costuras de lo que se puede contar y de cómo hacerlo”, nos cuenta Azahara Alonso con esa naturalidad y sencillez que la caracteriza; una honestidad que debería ser obligatoria, como la lectura de Gozo.

 

           

          

                            
                        

                  
                  

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011),  Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

     
     

        
       

            

       

       

       

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