Voz en ON
Raúl Arévalo, el hombre tranquilo, el artista furioso
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. El estreno de Santo, la serie creada por el guionista Carlos López para Netflix, nos sirve de excusa para hablar de Raúl Arévalo, uno de los actores más versátiles y talentosos. Esta ambiciosa ficción rodada entre Madrid y Salvador de Bahía y producida por Nostromo, que narra las peripecias de dos policías para atrapar a un psicópata, se sustenta en la dimensión interpretativa de este actor “con una capacidad de comunicación similar a la de un solista en una orquesta”, comenta el showrunner.
Dos. Formado en la madrileña escuela de Cristina Rota, en sus comienzos fue un habitual de series televisivas como Compañeros, por la que anduvo entre 2001 y 2002. Por aquellos años no estábamos preparados para lo que vendría más tarde sin duda alguna, una de las carreras más sólidas y mejor construidas del cine español reciente, que solo hacía constatar la evidencia de su talento, versatilidad y audacia.
Tres. Cuando en 2005 leí que Antonio Banderas adaptaba El camino de los ingleses, la novela de Antonio Soler, pensé que tenía un problema para encontrar un actor que encarnara al Babirusa. Un personaje tan complejo, con tantas aristas, entre la furia y la calma. Pero estaba equivocado. Banderas supo ver en este estupendo actor la capacidad para disfrazarse y contar historias, para resistirse a ser encasillado, para hacer avanzar y crecer un oficio tan complicado como es el de la interpretación. Lo habíamos visto antes en Los abajo firmantes (Joaquín Oristrell, 2003) y sobre todo en AzulOscuroCasiNegro (Daniel Sánchez Arévalo, 2006). Un cineasta con el que ha seguido componiendo estupendos personajes en Gordos, Primos o La gran familia española. Ahí había un actor que también era un creador, y estos directores supieron verlo antes que nadie.
Cuatro. Raúl Arévalo integra a sus personajes sin excepción, a los que interpreta y representa: sin renuncias, sin cinismo, con la gratitud que esos personajes y que esos hombres y mujeres con los que ha trabajado se merecen. Ya sea en cine con directores de distintas generaciones, desde José Luis Cuerda en Los girasoles ciegos a Alberto Rodríguez en La isla mínima o Javier Ruiz Caldera en Promoción fantasma, pasando por Pedro Almodóvar en Los amantes pasajeros o Gracia Querejeta en Siete mesas de billar francés. O ya sea en el mundo de la televisión con series como El tiempo entre costuras, Con el culo al aire, El Continental, Antidisturbios o Santo, que nos da pie a recorrer algunos de sus trabajos. Su versatilidad va de la comedia al thriller: siempre creando, siempre aportando, siempre añadiendo un plus, algo más. Había demostrado la visión y capacidad que tenía para modelar máscaras, pero una de las mejores aún estaba por llegar.
Cinco. Su debut, o la bofetada, el golpe sobre la mesa de que era un creador detrás de las cámaras, como constató con la dirección de Tarde para la ira. La película que ganó el Goya a dirección novel y mejor guion original en 2016, pero sobre todo con el que nos demostró algo que ya tenía en la mirada de los personajes que crea, esa tensión contenida, entre el pesimismo y la incomprensión de las claves de la existencia, que está en esta maravillosa película que salpica texturas emocionales y estéticas. Una película que escapa a etiquetas, rodada con una madurez sorprendente, con una dirección de actores que parece al alcance solo del enorme intérprete que es Arévalo, y un profundo conocimiento no solo de los recursos narrativos del cine criminal, sino también de la sociedad en la que decidió situar su terrible historia de venganza largamente alimentada, con la que logró el reconocimiento de sus compañeros, del público y de la crítica.
Seis. Por eso es tan grande Raúl Arévalo. Hace que cada espectador sitúe la mirada donde él quiere. Y eso solo lo consiguen los actores con un talento dramático innato. De ahí su naturalidad y valor a la hora de estar y de ser. De ahí que escape a cualquier etiqueta. De ahí que su fuerza continua e invisible forme parte de un ritmo interno preciso y sólido compuesto por acordes bellos y también turbios, porque refleja las hondas contradicciones humanas de sus personajes que transforma en seres de verdad, seres que cobran vida desde su interior.