#VozEnOn
La risa no miente
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. Qué difícil es hacer reír. La sonrisa y la risa no mienten. También qué arduo es que una persona entre en un cine agitado por la grisura de la realidad y salga de la sala oscura en un estado de relajación, a gusto, después de ver una comedia; que sienta que los problemas le resbalan y, aunque sea por un rato, se reconcilie con el cine y con el mundo. Esto lo consiguen las buenas comedias, como Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, o Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder. Películas ya clásicas que, sin embargo, en su momento generaron movimientos en la regeneración del género. Un género con una enorme capacidad para la exploración del ser humano, las relaciones y vínculos entre los personajes y la discusión de las contrariedades vitales de manera más compleja.
Dos. Estos pensamientos brotan porque es complicado que una comedia salga victoriosa en los palmarés de los festivales de cine, de los Goya o de la mayoría de los premios cinematográficos. Ojo, no digo ni afirmo que algunas comedias no hayan sido reconocidas. Es más, la citada Mujeres al borde de un ataque de nervios obtuvo el Goya a la mejor película en 1988, además de otros galardones. Pero si uno repasa las ediciones de los Goya, de los Óscar o los palmarés de los festivales de cine, encontrará pocas comedias y muchos dramas o propuestas consideradas más serias. Sin ir más lejos, uno recuerda los últimos ganadores de los máximos galardones patrios: La sociedad de la nieve, As bestas, El buen patrón, Las niñas, Dolor y gloria... y no es hasta Campeones que encontramos una comedia.
Tres. Y, sin embargo, qué difícil es hacer una buena comedia y qué complicado resulta que esa comedia sea reconocida. Una comedia que nos lleva a otro estado, que genera emoción y una extraña chispa en los espectadores. Las grandes comedias, desde Charles Chaplin a Ernst Lubitsch, de Luis García Berlanga a Pedro Almodóvar, tienden a una simplicidad profunda y elegante que indaga en lo más íntimo de las personas mediante lo cómico, haciendo brotar la sonrisa y la risa, sin dejar de contarnos cosas muy serias que nos atañen a todos.
Cuatro. En el libro de entrevistas de Joseph McBride sobre Howard Hawks, el cineasta de títulos como La fiera de mi niña afirmaba: “Prefiero hacer comedia, pero encontrar una historia divertida es lo más difícil del mundo”. Y luego comentaba que para escribir diálogos cómicos no había que escribir ni afanarse por ser gracioso, que todo se encontraba en las actitudes de los personajes. Que si el texto se llenaba de chistes la cosa dejaba de ser divertida.
Cinco. Tal vez la comedia no tenga el reconocimiento en cuanto a premios. Tal vez sea cierto que existen muchas comedias que repiten sus modelos, se empeñan en ser graciosas, no funcionan y se estrellan, pero siguen existiendo películas cómicas que exploran la ambigüedad humana, que reflejan el declive social en el que nos encontramos, que narran las peripecias de los personajes con desenfado, que desnudan a los hombres y mujeres de esta sociedad acumulativa para mostrar perplejidad, para usar la violencia y el asco con lo cómico y cualquier otro elemento que ponga en liza otro humor que enlaza con otras disciplinas y otros estados de ánimo, como El fantástico caso del Golem, de Burnin’ Percebes, tal y como antes lo hicieron Brooks, Abrahams o los hermanos Zucker. Porque la comedia saca a la luz sin complejos lo que avergüenza al género humano.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.