#VozEnOn
El riesgo tiene nombre, María Zamora
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. En una sociedad cada vez más uniforme y que tiende a extremos conservadores en un sentido muy amplio, siempre está bien acordarse del riesgo y la ambición. Más en las expresiones creativas, sea cual sea. Algo no tan frecuente, no lo olvidemos. Por eso, la distinción a la productora María Zamora con el Premio Nacional de Cinematografía hay que aplaudirla. Y es que sus películas se caracterizan por buscar la exploración, con estilos únicos y particulares, pues los cineastas con los que trabaja intentan ser originales y tener una mirada propia sobre el mundo.
Dos. Considero que apenas existen productores/as que busquen nuevos caminos en consonancia con la realidad circundante. O, dicho de otra manera, con aquello que sucede y que nos interpela. Pero el conjunto de películas por las que se le entrega el galardón a María Zamora precisamente destaca por este motivo, por ayudar a comprender un entorno cambiante, en el que el proceso creativo se configura como un camino orgánico de lo que se quiere contar. O expuesto de otra manera, huye de fórmulas, de modas e imposturas.
Tres. Con seguridad a María Zamora se la asocia con Carla Simón y sus películas, Verano 1993 y Alcarrás; y también con Creatura, de Elena Martín. Las tres son historias audaces narradas con maestría, profundamente personales en su manera de mirar el mundo, complejas y meticulosas en la forma de explorar la realidad y las emociones y deseos de los personajes que ponen en liza. Pero más allá de estos títulos incontestables, la carrera de Zamora viene de hace años. Películas que indagan en realidades próximas y en nuestras emociones y sentimientos, como La mujer sin piano, de Javier Rebollo; Mapa, de Elías León Siminiani; Todos están muertos, de Beatriz Sanchís; María y los demás, de Nely Reguera; Los días que vendrán, de Carlos Marques-Marcet; My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez Lorang; Libertad, de Clara Roquet; y Matria, de Álvaro Gago, entre otras.
Cuatro. En alguna entrevista Zamora ha afirmado que hace cine para entendernos mejor, para comprender este mundo que en demasiadas ocasiones se torna inhóspito. Sus producciones surgen de la incertidumbre humana, se aleja de las certezas, que es el camino más esclarecedor que una persona puede tomar a la hora de habitar este planeta y esta profesión.
Cinco. La productora también ha expuesto lo precario que es apostar y hacer cine independiente. De ahí que sea aún más relevante su apuesta y el empuje que muestra tanto en las producciones como en sus declaraciones.
Seis. María Zamora demuestra con sus producciones que asume desafíos y riesgos para no caer en la uniformidad y abrir nuevas posibilidades, nuevas miradas. Tal vez sea lo más relevante de cualquier persona que se dedica a la creación. De ahí que aplaudamos su obstinación, que disfrutemos sus películas alejadas de la uniformidad aplastante y esperemos con alegría sus nuevas producciones: Las madres no, de Mar Coll, y La mitad de Ana, de Marta Nieto.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.