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#VozEnOn


 

 El espejo de Lewis Carroll o mirar al otro yo

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

 

Cero. Todo lo que leerán a partir de ahora apenas tiene más lógica que la Primera Epístola de Pablo a los Corintios, cuando se comentaba aquello de “vemos como en un espejo, de forma velada, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco parcialmente, pero entonces conoceré como soy conocido”.

 

Uno. A veces uno entra al otro lado del espejo que mostrase Lewis Carroll. Se suspende el espacio y el tiempo que conoce para caer del lado de esa ficción que lo atrapa, pues es tal el nivel creativo y de extrañeza de una película de Luis Buñuel o Abbas Kiarostami, por nombrar dos cineastas diferentes, que esa frontera entre la ficción y lo real desaparece. Entra entonces en otro lugar, entre el mundo y él mismo. Otro sitio revelador. Por supuesto, no siempre se consigue. Al mismo tiempo, no lo olvidemos, el cuerpo permanece frente a ese rectángulo de historias llenas de luz y vida.

 

Dos. En las últimas semanas, los sueños, la realidad y los recuerdos se mezclan a la búsqueda de otros tiempos y de imágenes que destilan algo impreciso que alguna vez fue cierto. Por ejemplo, me he acordado de que de adolescente solía vivir en el interior de una pantalla de 14 pulgadas marca Cóndor, donde actores como Gary Cooper, Burt Lancaster o Errol Flynn me protegían del ruido que llegaba del exterior. Deseaba partir, dejar la ciudad donde nací; no para conocer otra ciudad exótica, no: para llegar a ese mundo de 14 pulgadas que era más grande que el universo. Traspasar el espejo, ir por los ánimos de las emociones de aquellas fábulas; mirarme desde fuera o como si fuera otra persona, otro yo.

 

Tres. Una cosa es querer y otra hacerlo. Mientras me decidía, mi televisor Cóndor se rompió o lo rompieron. Adiós partida, adiós puerta hacia el infinito y hola a la no partida, a la puerta finita, donde me encontré con otras puertas por abrir. Sé que la memoria es vaga y seguro que su veracidad es dudosa. Se mueve en esa zona porosa entre ficción y realidad donde el espectador puede ser muchas personas y personajes, donde el espectador aspira encontrar aventuras y otras situaciones que le permitan descubrir precisamente quién es.

 

Cuatro. Carroll ya anunció que la realidad puede ser cualquier cosa, de ahí que las ficciones la construyan y la destruyan para no separarse de nosotros, para disminuir las carencias diarias y dar sosiego y refugio en el día a día de erosiones y frustraciones lógicas. Tal vez por eso lo ilógico del escritor de Alicia en el país de las maravillas tiene tanto impacto y resulta tan lógico. Es tan poderoso y nos llega a poner en el fondo de lo que somos. En Viridiana, de Luis Buñuel, otro ejemplo, también se funden lo lógico y lo ilógico en delirios de deseo. Cuando a Viridiana, una novicia, la engaña su tío Jaime, ella para pulgar su culpa recoge a mendigos y vagabundos y les da de comer. Los mendigos y vagabundos se emborrachan y destrozan la casa. Buñuel contó: “Esos mendigos, pese a todo, son hombres de buena voluntad. No son unos bandidos, no se proponen destrozar la casa de su benefactora. Suben a curiosear la casa, ven los manteles y los cubiertos y deciden cenar como príncipes. Después lavarán los manteles y los cubiertos y allí no habrá pasado nada. Pero se emborrachan y pierden el control de sus actos”. Y el historiador Román Gubern explicó que se trataba de una exculpación de la lógica de la conducta humana.

 

Cinco. Se busca la explicación que nos tranquilice, pero acaso no es mejor traspasar el espejo y dejarse llevar por el otro yo en el sueño, la fantasía y la sensación de lo maravilloso. Ser todos los yoes que nos arrebaten, de una película de Fernando Fernán Gómez a una de Louis Malle, de una de Arthur Penn a otra de Isabel Coixet… Correr sin tiempo y espacio más allá del espejo donde de verdad nos encontremos a nosotros y a los demás.

 

                    

                                           
                            
                        

                  
                  

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011),  Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

     
     

        
       

            

       

       

       

            

            

       

       

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