twitter instagram facebook
Versión imprimir

            

                  

Voz en ON

 

 

 

Dos historias, dos directores

y muchas realidades

 

 

 

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

            

Ilustración: Luis Frutos

 

Uno. Después de su paso por el Festival Internacional de cine de San Sebastián se estrenan en las carteleras dos películas que hablan de nuestro tiempo, de los miedos e incertidumbres que nos pueden llevar a la destrucción, pero también a la constatación de que el ser humano es su cuerpo y su deseo y acaso no puede o debe someterse a la violencia de patrones que socialmente se repiten. Esas dos películas tienen detrás a dos cineastas que retratan nuestro mundo saqueado por un terrorismo que se manifiesta de diversas formas a través de una exploración cinematográfica de nuestra realidad.

 

Dos. Ya habrán adivinado que esas historias son Girasoles silvestres, de Jaime Rosales, y Un año, una noche, de Isaki Lacuesta, basado en el libro de Ramón González Paz, amor y Death metal (Tusquets Editores). Y en ambas el trabajo interpretativo resulta tan atractivo como estimulante, consiguiendo efectos aparentemente invisibles y acaso por ello más profundos, porque dotan a las películas de credibilidad y de esa potencia oculta que parece emerger del propio voyerismo de los recuerdos con los que los actores y actrices componen sus personajes y dan vida a esas cintas.

 

Tres. La película de Jaime Rosales tiene el corazón y la mirada vulnerable y firme de Anna Castillo. Una actriz dotada para la naturalidad, magnética, que te crees en papeles tan diferentes como los que hace en La llamada, de Javier Calvo y Javier Ambrossi; Blog, de Elena Trapé; Viaje al cuarto de una madre, de Cecilia Rico y esta Girasoles silvestres, donde dota de cuerpo y alma a una joven madre con dos hijos en la encrucijada del machismo con distintos modelos de hombres, ninguno acaso recomendable pese a su elección final. Porque lo reseñable, precisamente, está en el vaivén de las dudas de esta joven, en ese terreno poroso en el que va y viene como una ola que adquiere los rostros de Oriol Pla, Quim Avila y Lluís Marqués. Y de lejos y cerca ese amor incondicional que explota Manolo Solo como padre de Anna Castillo, el verdadero espíritu de esta película que habla de temas de nuestro tiempo que están presentes hasta en los detalles más nimios de nuestro día a día.

 

Cuatro. El film de Isaki Lacuesta, Un año, una noche, acaso son varias películas absorbentes en una. Todas mezcladas con esa pericia única que consigue el cineasta para mostrar el efecto de la violencia en los espectadores por medio de los personajes. Los atentados yihadistas del 13 de noviembre de 2015 en París y la masacre de la sala Bataclan están en el centro. Unos atentados que se conectan con el mundo de hoy. Es inevitable pensar en el 11-S, en los del 11 de marzo de 2004 en Madrid, en el de las Ramblas y otros recientes que golpearon distintos lugares. Un año, una noche tiene un hallazgo complicado, esto es, saber representar la violencia, la hostilidad que desde hace un par de décadas aflora con intensidad en nuestra sociedad desde estos ataques y, claro, cómo afecta a las personas. Y aquí radica otro de los puntos fuertes de la película, cómo a una u otra persona perturba el mismo acontecimiento de un modo diferente. Este cambio de percepciones es uno de los elementos más logrados, junto con el reparto (Nahuel Pérez Biscayart, Noémie Merlant, Quim Gutiérrez o Alba Guilera) que trasmite la nebulosa de los recuerdos a partir de imágenes, a veces contradictorias, que dialogan entre sí, y cómo una vivencia extrema se modifica en la memoria.  

 

Cinco. Los fantasmas que guardan las personas como un tesoro oculto y perdido son visibles en los rostros de los actores y actrices de ambas películas. Esas sensaciones y sentimientos que lleva cualquier ser humano y que se extienden en el organismo como una enredadera. Da igual que sea un hecho tan terrible como lo que ocurrió en Bataclan o un conjunto de aprendizajes socialmente adquiridos que horadan a las mujeres. En el fondo, o en el corazón de cada uno de estos personajes con los que te puedes identificar, sobresalen los miedos más universales que alberga cualquier persona. Esos miedos que no nos abandonan, pero que quizá es bueno identificar, como lo hacen las miradas de Isaki Lacuesta y Jaime Rosales.

           

           

           

           
                    
                                               

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Far Leys (Zut, 2014), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

            
               
                                
       

       

       

       

Versión imprimir