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#VozEnOn


 

 La vida, el cine, las plataformas, los festivales y todo lo demás

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

           

Ilustración: Luis Frutos

 

Uno. Los festivales de cine son islas o paraísos para las películas. En un festival todavía puedes ver las salas llenas con frecuencia y con independencia de la película que se programe. El público en muchos casos asiste con curiosidad de descubrir, sin tener demasiada información de la película en sí, más allá de la lectura de la sinopsis, el director y los intérpretes de la misma. Sin duda alguna, el hábito de ver una película en una sala repleta tiene unas connotaciones muy diferentes de verla en una sala vacía o con pocas personas.

 

Dos. Cada vez oigo más eso de que ir al cine es una experiencia de nicho. ¿Realmente el cine es algo para un público concreto y reducido? Si me lo preguntan a mí, diré que no, que no lo creo. El cine es un arte popular que ofrece sensaciones alejadas de verlo en la privacidad del salón de casa. Tampoco creo, como vengo escuchando de tanto en tanto, que el cine y las plataformas sean enemigas, al contrario, se complementan y sus visionados presentan características distintas. La más evidente es que después de salir del cine siempre se habla de lo que uno acaba de ver, que es una forma de hablar de nosotros, de leernos a través de una ficción, además de establecer vínculos sociales que parecen reducirse en la sociedad como la asistencia a las salas de cine.

 

Tres. Pero si los festivales de cine pueden ayudar a que una película tenga más vida en los cines, algo que no siempre ocurre, aunque en ocasiones sí, las plataformas también dan una segunda vida a esos filmes que pasaron como si nosotros camináramos por el desierto. El caso es que hay películas que funcionan en los cines, como demuestran las historias familiares dirigidas e interpretadas por Santiago Segura, como Padre no hay más que uno 4 o Del revés 2. Títulos que luego siguen funcionando en las plataformas. Al mismo tiempo, como saben, hay películas que pasan desapercibidas en los cines y que luego están entre las más vistas en la plataforma donde se programe.

 

Cuatro. Eso le ha pasado a Calladita, de Miguel Faus: la historia de Ana, que acaba de llegar de Colombia y es la empleada doméstica en una lujosa mansión en la Costa Brava donde veranea una familia de marchantes de arte. La joven trabaja de sol a sol, sin contrato y bajo la falsa promesa de conseguir condiciones dignas al final del verano, si es discreta y calladita. “Tú sigue así, Ana, trabajo duro y discreción”, le dice Ariadna Gil a su empleada de hogar. Sin embargo, las cosas irán por unos derroteros diferentes.

 

Cinco. La película, por eso hablo también de ella, se ha financiado a través de una novedosa campaña de NFTs y Web3 systems (aplicaciones que utilizan la tecnología blockchain). Al parecer es el primer largometraje europeo financiado con este método, que pretende ser una alternativa al crowdfunding. Este sistema ha hecho que participen gentes como Julie Pacino (la hija del actor) y el propio Steven Soderbergh, que figura como presentador del filme. Y en palabras de su director, esta ópera prima “es un estudio del personaje de Ana, y a través de sus ojos, un retrato de la alta burguesía catalana, con una mezcla de realismo y sátira”.

 

Seis. Calladita presenta una narrativa cuidada que refleja la colisión entre distintas clases sociales, para terminar construyendo una retrato interesante de esas realidades contrapuestas y especialmente de la psicología y aspiraciones del personaje protagonista. Una historia que describe a un personaje enfrentado a un trabajo monótono y a una realidad injusta en la que las promesas son agua, ante lo cual traza su propia estrategia para tomar las riendas de su vida y futuro.

           

           
            
                            
                        

                  
                  

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011),  Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

     
     

        
       

           

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