#VozEnOn
Truco o trato
MIGUEL ÁNGEL OESTE
Uno. La víspera de Todos los Santos o Halloween es una fiesta de origen irlandés y no estadounidense, como se piensa. En la actualidad, está arraigada más allá de los países anglosajones, como lo está aquí, en España. Aunque hay voces discordantes con esta fiesta pagana, yo adoro esta celebración del terror en la que el miedo vuelve a ser la primera emoción. De hecho, la primera vez que supe de Halloween fue por la película homónima de John Carpenter, que me impactó mucho cuando la vi, pues es una experiencia en sí misma, vívida, que apela a la naturaleza del terror.
Dos. En estas fechas siempre me acuerdo de los años ochenta, cuando era un niño y las películas de terror me llegaban como flechas disparadas por Robin Hood. Todas daban en el corazón. Daba lo mismo si eran buenas o malas. ¿Qué tenían las películas de terror que me atrapaban? En realidad, no han dejado de hacerlo, por lo que la pregunta debería ir en presente: ¿qué tienen las películas de terror que me atrapan? Tal vez son indagaciones que exploran la materia más primigenia de lo que somos, de las emociones y sentimientos que nos componen.
Tres. Más allá de lo pintoresco y de la celebración en sí –los disfraces, los caramelos, quedar para ver una película de terror–, el miedo escarba en la incertidumbre de lo real. El terror, sea una película, un libro, un cuadro, lo que sea, dialoga con lo inmediato de cada época. Por eso, quizás, el terror nos sirve para clarificar nuestro lugar en el mundo, tanto individual como colectivamente. Como lo entendió Stephen King, el maestro del género, el terror lee mejor que otro género los traumas políticos y sociales de las personas para radiografiar lo íntimo desde el espacio sobrenatural o fantástico.
Cuatro. El cine español de la década de los setenta reelaboraba el cine de terror anglosajón. Desde finales del siglo XX y ya entrado el nuevo siglo, directores como Álex de la Iglesia, Jaume Balagueró, Paco Plaza, Alejandro Amenábar, Jaume Collet-Serra o Juan Carlos Fresnadillo, entre otros, han renovado el género con propuestas estimulantes, más personales y, si me apuran, arriesgadas.
Cinco. Uno de los elementos más destacados de estos cineastas es que se propone la visión como una experiencia, tal y como proponía Carpenter en La noche de Halloween. El cine de terror hoy día suele ser más sofisticado, contaminando lo real para reflejar lo vaporoso del ser humano mediante la imaginación. Sin embargo, aquellas películas que vi de niño como la citada, o La cosa, también de John Carpenter, Pesadilla en Elm Street, de Wes Craven, o ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibáñez Serrador, continúan resonando en su faceta de explicar aquella parte de un joven que se enfrenta a obstáculos desconocidos.
Seis. Halloween es una celebración. Una manera de reflejarnos a través de los miedos. Porque el miedo cambia con el tiempo, como cualquier persona, como cualquier narrativa, como cualquier debilidad.
Siete. Llaman a mi puerta. Escucho a un grupo de niños y niñas decir: “Truco o trato”.
Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011), Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del Festival de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.